Magno Garcimarrero
Cuando Nicolás Cugnot inventó el primer automóvil movido con vapor, en 1770 durante el reinado de Luis XV en Francia, jamás se imaginó que doscientos años después la infernal máquina se convertiría en el enemigo público número uno.
Ciertamente en un principio se le tuvo como un simple experimento al que la gente miraba con recelo y curiosidad; cuando el invento perfeccionado por Trevithick, Gurney, Dietz Bollée y otros más comenzó a correr a más de 20 kilómetros por hora, los científicos llenaron páginas y más páginas de especulaciones respecto al daño que podía sufrir el ser humano al ser sometido prolongadamente a velocidades tan exageradas.
Sin embargo, Benz, Peugeot, y el famoso Ford, (de quienes se tomaron los nombres que ahora son marcas), construyeron vehículos con técnicas novedosas e inventaron la producción múltiple y en serie; a H. Ford en particular, debemos que haya proliferado hasta la contaminación el número de vehículos en circulación en tránsito y en tráfico.
Pero, aunque el mal estaba hecho, no hubiera ocurrido mayor cosa de no haberse inventado la carretera; los coches tenían que andar rápidamente y los tradicionales caminos de herradura y carretela no servían para el auto, la humanidad entonces se lanzó a apisonar caminos, cubrirlos de arcilla u otros materiales compactos, hasta que se encontraron las emulsiones y demás materiales que permitieron a los turistas llegar a los lugares más apartados.
Se cuenta que la técnica carreteruna ha llegado a tal perfección en los Estados Unidos que se suele ver por ejemplo a una inmensa máquina abriendo brecha y tumbando cerros y cuanto encuentra a su paso, atrás va otra máquina limpiando y refinando el terraplén, atrás van las aplanadoras, luego las petrolizadoras, luego las regadoras de gravilla, luego otras enchapopotadoras, más atrás las regadoras de agua, después las que pintan la raya blanca, después las que encunetan y paran fantasmas y más atrás ya van los turistas a pasear el pueblo donde va a llegar la carretera.
Con tan extraordinarios inventos, la humanidad se deslumbró al grado tal, que se cuenta que grandes gobernantes con espíritu automotriz, ordenaron destruir las calles de las ciudades y convertirlas en carreteras de alta velocidad, exclusivas para autos, cuando las calles se acabaron, ordenaron tirar árboles y casas de los pacíficos habitantes para ampliar las calles con el único propósito altruista de que cupieran más coches, y para que los propietarios de casa no protestaran se les hizo comulgar con la idea de que el automóvil era una prolongación del hogar (con ruedas). La sociedad se dividió en dos nuevas castas, los automovilistas y los peatones.
Pero un buen día los seres humanos se dieron cuenta que el automóvil les había robado todo o casi todo el espacio y el oxígeno que antes estaba destinado para el hombre. Los antiguos dominios del caminante se redujeron a pequeñas banquetas flanqueando las importantes rúas para automóvil, las distancias medidas antes según la dimensión del paso humano se dilataron hasta hacerse útiles para camiones gigantescos de transportación pública, auténticas almas colectivas de combustión interna y con éstos se redujeron más los espacios humanos pero, así como se inventó el veneno se inventó en contraveneno, algunos grandes hombres oficiales y otros particulares, pioneros de la lucha contra el automóvil, encontraron la fórmula contra el automóvil.
Algunos obstáculos en las calles, donde antes fluía, aunque pesadamente el tránsito, se hicieron arriates o camellones que obstaculizaron y empantanaron la circulación, se inventaron las flechas para un solo lado y los carteles de no dar vuelta, los autos tuvieron que ir derecho hasta las afueras de las ciudades para no regresar jamás, aunque nunca faltaba un agusado conductor que encontraba el modo de retornar aún a contramano.