Por Mouris Salloum George*
Desde Filomeno Mata 8
Suelen decir, ciertos astutos hombres en el poder político, que los peligrosos son los “amigos”; a los enemigos se les conoce. Visibles, se les puede acotar, con recompensas o con amenazas.
El francotirador, es una categoría que constituye un peligro letal, más que para la política, para la democracia.
No nos referimos a aquél -muchas veces mero sicario “anónimo” entrenado para matar-, que se expone a las consecuencias de sus actos malignos, sino al otro, embozado, que funciona, como el primero, camuflado, pero con la ventaja de la cercanía con su presa y el sigilo, con el invisible puñal bajo la capa en espera de la oportunidad para el mortal ataque.
Bajo contrato, el francotirador típico opera generalmente en solitario. Su clon, sin fusil Steyr SSG ni silenciador, se agazapa en la escena pública y lo hace, no el tumulto, sino en el círculo cercano a la víctima.
De la derrota y el desplazamiento al secretismo
El francotirador típico, es un profesional de la muerte, con un blanco individual predeterminado. Su par se forma eventualmente en la lucha política de los contrarios y asume el secretismo después de su derrota y desplazamiento; luego de lo cual, se transforma en célula durmiente a la caza de la ocasión propicia de la revancha.
El francotirador “civil”, es gregario: Se disimula en la organización social legal y, a su sombra, maquina la subversión cuando surge un nuevo orden político diferente al establecido, que le era favorable, y se transforma en un profesional de la desestabilización.
No siempre se descubre la mano que mueve la cuna
Es en ese momento, cuando el sistema se inquieta, pretendiendo ubicar la mano que mueve la cuna. No siempre con éxito o a tiempo.
Es lo que estamos observando después de las elecciones de julio de 2018, en que cambió la correlación de fuerzas entre las formaciones políticas históricas, que viven ahora, las vencidas -y aún la vencedora- en la anarquía interna, a falta de una jerarquía de mando institucional aceptada y respetada universalmente.
Por simple inercia, la política formal subsiste en virtud de nuestro generoso régimen electoral. El riesgo es para la democracia, cuyo despertar se vuelve, después de cada ilusorio ensayo, una quimera escurridiza e inatrapable. Grave cuestión.
(*) Director General del Club de Periodistas de México, A.C.