Por David Martín del Campo
Quizá fuimos engañados. Una vez expulsados del paraíso todo ha sido atender contratiempos. Ya no más el maná al alcance de la mano y la dulce compañía de Eva (o Adán) explorando la exuberancia del Edén. “Ven, ven, ven; que Tabasco es un Edén”, el edén de Adán Augusto, Layda y Andrés Manuel. Pero un día la utopía bíblica dio por concluida.
La inundación de la Huasteca registrada en días pasados no hace sino confirmar que vivimos, como siempre, al arbitrio de la naturaleza. Y no es que las “lluvias atípicas” se hayan ensañado contra esa región serrana, sino que el fenómeno fue, simplemente, un diluvio (con todas sus letras) y no hubo patriarca bíblico ni funcionario de la 4T que pudiera salvar a la población local de la catástrofe.
El agua arrasó con todo lo que halló a su paso. ¿Quién les manda fincar sus viviendas a la orilla del río?, preguntaría el ambientalista. “¿Y dónde, pues?”, respondería la población que no ha tenido medios para hacerse, siquiera, de un departamentito del Infonavit.
La ubicación del territorio nacional es crucial, en el estricto sentido de la palabra. Los flujos nubosos que nos asedian, del Atlántico al Pacífico, no hacen sino mantenernos alerta desde que inicia el otoño. Lluvias, tormentas, eventualmente ciclones que asedian las costas del país y que son el dolor de cabeza del servicio meteorológico nacional. Esos chubascos no son tan frecuentes, digamos, en Finlandia, Bolivia ni Zimbabue. Acá vivimos, lo que se dice, a la intemperie en cuestiones de meteorología tropical. Sequía y diluvio es lo nuestro.
México no es el paraíso (contra lo que aseveró Alexander Humboldt) sino la encrucijada sofocante en Ciudad Mante y la vecindad telúrica de la costa guerrerense al borde de la placa tectónica. Temblores cotidianos que sacuden frecuentemente el sur del país y que el pudor cívico evita nombrarlos como los terremotos que son.
A esa condición habría que añadir el saqueo y las trapacerías que sufren sus habitantes por parte de los criminales (con fuero y sin el) que han decidido vivir expoliando a la población que vive –o sobrevive– de su humilde trabajo. Cultivas limón, te niegas a pagar la extorsión, pagas la osadía con el precio de tu vida. Así con los aguacateros, los tortilleros, los polleros, los locatarios y los gerentes de bares y cantinas. “Aflojas o cuello”, dijo el chinito.
No, el paraíso no es lo nuestro por más que nos preciemos de tener las playas más hermosas, las selvas resguardadas por los “aluxes”, y los festejos más deslumbrantes con los que celebramos todo… el Día de Muertos y el Día de la Patria, el de la madre, del maestro, del trabajo y de la raza (bueno, ése ya no). Lo mismo que la noche de Halloween y la mañanitas cantadas a la Virgen de Guadalupe. Ahora seguirá “el Día del Bienestar”. ¿Para qué trabajar, pues?
Después del diluvio ya no quedó nada. En Poza Rica, en Huauchinango, en Tianguistengo. Los barrios de abajo donde el río desbordó llevándose la casa, los muebles, la ropa, los animales y el álbum fotográfico. Nada, sólo fango y pestilencia donde hubo calor de hogar. Que les van a dar 20 mil pesos como salvamento, es lo que han prometido, para rehacer la vida. Dinero que no vendrá del desaparecido Fondo (para atender) los Desastres Naturales –Fonden–, sino del bolsillo del gasto público.
Por más que se vitupere contra los presidentes municipales y gobernadores, en realidad no hay culpables. Los diluvios son impredecibles (el caso del patriarca Noé es aparte) y no existe albarrada que pueda contener una avenida bajando de la sierra tras cuatro días de lluvia continua. No recuerdo si en Macondo hubo Fonden o no, pero sí cabría cierta perspicacia para erigir las nuevas viviendas en esas localidades tan castigadas. Mejor cimentación, pisos más altos, ubicación de los terrenos en sitios no tan próximos al cauce del río. Eso sin hablar de los huracanes, que son palabras mayores y el dolor de cabeza de los meteorólogos a partir del cordonazo de San Francisco.
No, el paraíso no existe, ya lo decíamos, aunque sí la solidaridad de la gente, como lo vemos en estos días pasada ya la emergencia.




