ÍNDICE POLÍTICO
FRANCISCO RODRÍGUEZ
Históricamente, en 200 años la composición de los gabinetes en México y las respectivas sucesiones políticas constituía un rompecabezas difícil de entender, porque los representantes de los grupos emergían de auténticas necesidades del gobernante por rodearse de gente leal y confiable.
Muchas veces, por ejemplo durante la lucha contra los intereses de la Iglesia y de los potentados agrarios, atizados por intereses externos, Benito Juárez tuvo que mover piezas importantes de su equipo, porque la gallera se alteraba debido a la reiterada permanencia en el poder de quien después sería nombrado Benemérito de las Américas.
Así sucedió con los imprescindibles Francisco Zarco, Ignacio Ramírez El Nigromante, Manuel González Ortega, Ignacio Manuel Altamirano y Guillermo Prieto, quienes cuando eran removidos por pretender la mano de “doña Leonor”, causaban verdaderas tempestades en las pretensiones de Juárez por conservar el apoyo de Abraham Lincoln contra los grupos internos de presión y las ambiciones imperiales europeas de penetrar la zona hegemónica del vecino del Norte.
El período cuatrienal de Sebastián Lerdo de Tejada –“El soltero celeste”, Ralph Roeder dixit— se conformó con hacer descansar su período en el apoyo incondicional a José María Lafragua y Manuel Romero Rubio en Relaciones Exteriores e Ignacio Mejía y Mariano Escobedo, sus generales consentidos, en Guerra y Marina.
José María Iglesias en su breve interinato, reincorporó al poder político a los disidentes de Juárez, ya muy alejados de las ansias “presidenciables”.
Pero cuando llegó Don Porfirio, ese fue otro cantar. Apoyado, en sus 30 años de dictadura, por hombres como Ignacio L. Vallarta, José María Mata, Protasio Tagle, Vicente Riva Palacio, Matías Romero, Manuel González Cosío, Felipe Berriozábal, Justo Sierra, Jorge Vera Estañol y José Yves Limantour, pudo capear todas las presiones, hasta su renuncia, el 25 de mayo de 1911.
Del triste período de Francisco I. Madero sólo se recuerdan las figuras de Manuel Calero en Relaciones Exteriores y Abraham González en Gobernación. Todos los demás casi eran rescoldos del viejo porfirismo.
La época revolucionaria
Contra lo que se pensaba, el equipo del traidor Victoriano Huerta, fue políticamente más sólido, producto de las consejas del embajador de Estados Unidos Henry Lane Wilson. Con él colaboraron desde Federico Gamboa, Querido Moheno, José López Portillo (cuatro meses en Relaciones), Aureliano Urrutia, Toribio Esquivel Obregón y Manuel Mondragón (abuelo del actual impostor).
Venustiano Carranza formó un gabinete para la eternidad. Los nombres de Plutarco Elías Calles, Isidro Fabela, Jesús Urueta, Félix Fulgencio Palavicini, Alberto J. Pani, Manuel Aguirre Berlanga, Zubirán, Cándido Aguilar, Pastor Rouaix, Luis Cabrera y José Natividad Macías, hacían un equipo que el “rey viejo”, Fernando Benítez dixit, no merecía.
Al interinato de Adolfo de la Huerta, lo salvó una sola figura: Salvador Alvarado.
Álvaro Obregón formó todo un linaje en su gabinete de lujo: Colunga, Sáenz, Calles, Pani, Benjamín Hill, Estrada, Alessio Robles, Vasconcelos, Pérez Treviño. ¡Toda una baraja!
Calles, lo mismo, con Joaquín Amaro, Adalberto Tejeda,Morones, Puig Casauranc, más los de Obregón.
Pero después del asesinato de El Manco, se sirvió con la cuchara grande durante el maximato que instauró. Todos los talentos políticos estaban incluidos. Claro, sólo a él obedecían. Hasta Bassols, Marte R. Gómez y Lázaro Cárdenas fueron secretarios con cartera, sin distinción de cuatrienios.
En el cardenismo, ni se diga. Después de expulsar a Calles, se quedó con el pilar más fuerte, el ideólogo de la Revolución, Francisco J. Múgica.
Llegaron los civiles… y el saqueo
Las presiones estadounidenses no permitieron la unción de Múgica. Le pavimentaron la terracería al Presidente Caballero, Manuel Ávila Camacho, quien estaba arrobado por la personalidad de su secretario de Gobernación, Miguel Alemán Valdés.
Pero el gabinete alemanista fue lo más cercano a la metamorfosis política de un país. Más que a sus ministros, se recuerda al grupo de empresarios, truhanes sin cartera que, avasalló al país: Justo Fernández, Pasquel, Pagliai, Trouyet, Perrusquía. Sí, llegaron los “civiles”, y con ellos, un aparato de depredación que todos los ambiciosos han querido imitar. Adolfo Ruiz Cortines, llegó a limpiar con “moralina” verbal. Tronó a más de una decena de gobernadores designados por su antecesor, pero al momento de la sucesión tomó la decisión más sensata.
Llegó Adolfo López Mateos y obedeció el orden generacional de ascenso y permeabilidad.
Gustavo Díaz Ordaz, con un gabinete de profesionales… hasta de la intriga y la simulación como Luis Echeverría, que llegó a meterle en la sesera a GDO, sempiterno lamebotas de Maximino Ávila Camacho, que el enemigo no era él, sino el comunismo internacional.
Ya ungido, el mendaz e impostado vascuence tuvo que armar su equipo en base a la cruda moral del “tlatelolcazo”, con chamacos que nunca estuvieron en el movimiento estudiantil. Y continuó la represión, paradójicamente. Porfirio Muñoz Ledo y Augusto Gómez Villanueva le tomaron la medida… ¡Y así nos fue!
Empezó el brinco de generaciones. LEA se decidió por López Portillo, que se la había “jugado” en 1969 con Emilio Martínez Manautou, de la ya desaparecida Secretaría de la Presidencia, médico de cabecera de la esposa de GDO. A la hora de elegir, escogió al palafrenero y lambiscón de su familia: Miguel de la Madrid.
El Hombre Gris, un figurín que se hizo en los “cuadritos”, las “bolitas” y las “flechitas” de las estadísticas hacendarias, trajo consigo a una claque desenfrenada de ambiciosos y soberbios, que hacían lo que pensaba José María Córdoba Montoya, un espía del imperio financiero del FMI y del Banco Mundial, cuya ideología era extinguir al Estado de bienestar. Lo logró, y todavía hoy siguen presumiendo sus admiradores salinistas que hicieron “lo que le convenía al país”.
Fueron la primera generación de gringos nacidos en la Colonia Narvarte de CDMX. La “tecnocracia” de huarache con la bandera del entreguismo anexionista en todo lo alto.
Los “intelectuales orgánicos” vendiendo sus plumitas a precio de oro. El gobierno, comprándolos en lo que creían que costaban. Gentecita que tenían a la tijera del desempleo y de lo productivo, como el gran método y siguen pensando que la pobreza, el desempleo y el hambre es sólo un “mito genial”. Fueron educados para servirle a los gringos. Execrable.
La hora de los ratoncitos de la política
Ya en franca caída libre del sistema, el abanderado de “ocasión” fue el traidor Ernesto Zedillo, ungido no por Carlos Salinas, sino por Bill Clinton, una personita cachanilla, sin más chiste que acabar de rematar todo, y luego vendérselo a los gringos como “secretos de Estado”, para que lo contrataran como empleado de los mismos consorcios a los que había servido de rodillas. Elegido de chiripa en las dedeadas urnas, gracias al “miedo” que infundieron a la sociedad mexicana los mercadólogos de la paz, ante la “amenaza” de la revuelta de chiapanecos con fusiles de madera. El oso, un birlibirloque mayor que el de la “guerra de los pasteles”.
Después, el fracaso de Pancho Labastida, empinado por Emilio Gamboa, su “jefe de campaña” a cederle los trastos a la “pareja presidencial”, un dúo de “buenas conciencias” que no sólo se conformó con acabar de perfeccionar el modelo maquilador, sino hizo del país un “protectorado confesional”, en el que los aniversarios de la Constitución y de la Revolución se celebraban con misas de Te Deum en la Catedral metropolitana. Una bola de pacatos y pudibundos integraron con la pareja Fox – Sahagún uno de los gabinetes más nocivos de la historia. Da güeva hasta recordar sus nombres y apellidos cristeros.
El elegido, Felipe Calderón, provocó que el país se ensangrentara. Con una cuota de cien mil muertos y desmembrados, le pagó su promesa al embajador gringo de que, si recibía su apoyo, privatizaría todo. Permitió que Genaro García Luna quitara de en medio a sus favoritos, para entronizarse como amo y señor de los negocios, la seguridad y los escenarios televisivos de persecución al crimen. La mentira y la arrogancia estulta, como sellos distintivos. Hasta que la gente, cansada de tanta desbarrada, votó por los que creían que sabían cómo hacerlo, los “dinosaurios” del PRI, pero ya no eran los mismos.
Resultaron unos ratoncitos de la política, que prometieron acabar con la corrupción panista en 100 días y cayeron en un lodazal peor. El partido que los postuló se vio de repente repleto por chamaquillos, hijos de papi, con trajes y autos deportivos de cientos de miles de pesos y dólares, rodeados de guaruras obsequiosos y fortachones, sin oficio ni beneficio, y entregando todos los negocios productivos del país al nefasto outsourcing, arrasando con la planta del empleo y con las instituciones sociales de seguridad, alimentación, salud, vivienda, empleo y fiscalización del gasto.
No sólo da güeva, sino causa irritación el hablar de los prácticamente desaparecidos del mapa miembros del gabinete de Andrés Manuel López Obrador, quien sólo los saca de sus oficinas-jaula para exhibirlos como piezas raras en sus matinés palaciegas. En esta última zarandaja, la opinión pública pedía un gabinete de crisis, y AMLO salió con una crisis de gabinete. Creen que están gobernando “una fonda chiquita, que parecía restaurante”. Antes, quienes aspiraban eran hombres. Hoy son ratoncitos.
Muy bajo hemos caído.
Indicios
Excepto Ernestina Godoy, quien asumirá la Consejería Jurídica del Poder Ejecutivo Federal, los nombramientos que este jueves anunció Claudia Sheinbaum son de personajes que no están en el grupo de los “duros” de Morena. Marcelo Ebrard, Juan Ramón de la Fuente, Rosaura Ruiz, Alicia Bárcenas y Julio Berdegué poseen títulos obtenidos en universidades extranjeras. Podría decirse que son “fifís”, aunque todos provengan del gobierno de AMLO. * * * Y por hoy es todo. Mi reconocimiento a usted por haber leído hasta aquí. Como siempre, le deseo ¡buenas gracias y muchos, muchos días!
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