Por David Martín del Campo
Es de pésimo gusto practicar el humor a partir del infortunio. La circunstancia, sin embargo, nos permite establecer ciertos paralelismos entre los sucesos en la franja de Gaza y la devastación que ha dejado el huracán Otis en Acapulco.
Los calificativos para describir ambos escenarios son similares… destrozo, catástrofe, aniquilación. Y la sorpresa, de algún modo, pues en cosa de horas ambos acontecimientos sorprendieron a sus moradores, dejándolos en muchos casos sin hogar y velando a algún, o algunos, familiares.
Arrasar con todo es una de las maneras en que se puede concluir una guerra. Ocurrió en la segunda contienda mundial del siglo pasado, cuando ciudades como Dresde, Hiroshima y Nagasaki fueron borradas del mapa luego del bombardeo que sufrieron (atómico, en los dos casos de Japón), a fin de obligar al contendiente a rendirse unilateralmente. Y todo en el lapso del año 1945 –de marzo a septiembre–, cuando el mundo despertó ante un nuevo panorama que heredaríamos hasta 1991, con la desintegración de la URSS, y que marcó medio siglo de tensión en eso que se dio en llamar “la guerra fría”.
Así ahora la franja de Gaza está sufriendo un bombardeo con misiles en los sitios claves del movimiento Hamas, el enemigo declarado desde el 7 de octubre. Estalla el misil y uno o dos edificios se derrumban. Luego hay que buscar a las víctimas entre los escombros. Las imágenes que ofrecen los medios son lúgubres… pues claro, alguien diría, “¿qué otra cosa se puede esperar en una confrontación militar?”. Y los videos de la Ucrania invadida, por cierto, a ratos muestran lo mismo.
El caso de Acapulco tiene otro sentido. La destrucción que trajo aparejada el sorpresivo (y no tanto) huracán Otis, fue más “suave”, por así decirlo. Las víctimas llegarán al centenar de personas en el peor de los casos, amén de que el daño ha sido en los bienes muebles y las fachadas, más que en la infraestructura de los edificios. A fin de cuentas el viento y el agua son más nobles que los efectos de una carga de dinamita.
Desde luego las consecuencias anímicas de ambos estragos son distintas. El bombardeo (y la inminente incursión blindada) en el norte del Sinaí, están ocasionando el odio étnico contra Israel… que quizá haya sido el objetivo último de Hamas en el ataque del 7 de octubre. Odio étnico, por no llamarlo resentimiento y sed de venganza.
En la costa guerrerense la reacción natural ha sido de desvalimiento. La población de Acapulco y sus alrededores quedaron en desamparo al perder sus enseres domésticos, sus autos, sus empleos. La animadversión no tiene sentido, ¿culpar a quién? Los huracanes de otoño son una amenaza permanente en los litorales subtropicales, una “maldición divina”, alguien diría, contra la que no existe garantía.
Se estima que la reconstrucción de Acapulco requerirá de cuantiosos caudales que no necesariamente tiene garantizados el gobierno, y que el periodo ocupará de uno a dos años, por lo que las actividades turísticas inmediatas (puente de Muertos, Navidad, Semana Santa) se verán visiblemente afectadas. Nadie querrá ir a esas playas sin servicios plenos.
La reconstrucción de Nueva Orleans tras el impacto de “Katrina”, en agosto de 2005 (el peor huracán que se recuerde), se estima que llevó más de cuatro años. Debieron invertirse unos 125 mil millones de dólares pues el 80 por ciento de los inmuebles quedó, varias semanas, bajo las aguas. Dinero que fue sufragados por distintos fondos federales y estatales. No hace falta ser especialista para considerar a “Otis” como el peor huracán que se haya ensañado contra el país (al menos en el último medio siglo). Los efectos sociales asoman en el día a día, los políticos afectarán, seguramente, el panorama electoral del año venidero.
Destrucción, el verbo impensable, que se apodera de las poblaciones que, hasta ese día, vivían la serenidad de la mesa familiar y el buenas noches. Gaza, Acapulco, el futuro no está garantizado por nada ni por nadie. La política sin arreglo lleva a la violencia, y la violencia de la Naturaleza conduce al desarreglo de la política. Cosa de ver.