Norma Meraz
En política, cuando gana el entusiasmo, la emoción desbordada minimiza la razón y provoca la caída en errores que luego cuesta mucho enmendar.
Eso ha ocurrido en los días recientes con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador.
Una cosa es arengar a las multitudes con promesas y buenos deseos que arrancan emoción y aplausos y otra muy distinta es dar como un hecho que, serán posturas de un gobierno que aún no llega pero que se toma como si ya fuera.
Me refiero a los resbalones del candidato triunfador a la Presidencia de la República.
López Obrador anunció en su campaña que invitaría al Papa Francisco –el representante de Dios en la Tierra–, a que participara en la tarea de pacificación en México.
Más pronto que tarde, la señora Loretta Ortiz nombrada por AMLO como coordinadora para el “proyecto de paz”, se lanza para afirmar que el Papa ya aceptó la invitación para tomar parte en ese empeño. El vocero del Vaticano, al ser interrogado acerca de esta gran noticia difundida en México, contesta tajante que no había tal invitación y menos confirmación.
La señora Ortiz replica que el vocero del Vaticano no está informado… se le vuelve a preguntar a la “embajadora para la paz “por qué afirma que el Pontífice ya aceptó, cuando en el Vaticano no están esterados… la señora Loretta Ortiz responde: “es que me ganó la emoción”.
¿Cuántas veces y a cuántos lopezobradoristas les va a ganar la emoción con asuntos que no son menores? Y lo que tal vez llevaba una buena intención, queda como un error de primerizos incompetentes que formarán parte de un gobierno sobre el cual se han creado grandes expectativas.
No es minúsculo el otro tema relacionado con la pacificación del país y que tiene que ver con tender puentes con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, EZLN.
Vayamos al principio: el futuro Presidente López Obrador pide al famoso “pacifista”, el cura Solalinde, que acepte ser el próximo ombudsman, a lo que sacerdote le responde que “gracias no”.
Luego de esta negativa, AMLO busca de nuevo al cura y le pide que por favor entregue una carta a la comandancia del Ejército Zapatista en la que los invita a dialogar; el emisario Solalinde asegura tener arreglado este diálogo y más rápido que pronto, el EZLN se apresta a levantar la voz para restregarles, al enviado y al candidato triunfador, que: “los dejen en paz y sigan celebrando”. Esto fue un no.
¿Será que al cura Solalinde también le ganó la emoción al afirmar que la misión estaba cumplida, aun cuando no había sido así?
Al mismo López Obrador le ha ganado la emoción por el triunfo, cuando desde ya, ha nombrado a quienes ocuparán y encabezarán varias carteras de su gabinete, incluso hasta subsecretarios han sido avisados de las tareas que desempeñarán, yendo más allá, también nombró a los coordinadores plenipotenciarios en los Estados.
El ansia de gobernar ha roto por completo con las formas y modos de actuar de un candidato que ganó la elección presidencial, pero aún no recibe su constancia de mayoría que lo convierte en Presidente Electo y ya actúa de facto como si hubiera protestado sobre la Constitución.
En paralelo, existe un gobierno constitucional que todavía lleva las riendas del país. Un presidente que, aunque muy disminuido, sigue siendo el responsable de lo que ocurre y ocurra a los mexicanos hasta la noche del 30 de noviembre de este 2018.
Lo cierto es que se ha inaugurado ya, un estilo de gobiernos paralelos en donde el que está, no resuelve… y el que viene no ha llegado.
Hoy por hoy ya sabemos quiénes serán los altos funcionarios, sus programas de trabajo y las limitaciones de acción y expansión que tendrán. Por lo pronto ganarán menos los que hoy ganan más en la administración pública; los trabajadores sindicalizados, al parecer no perderán su plaza, mientras que los de confianza y quienes cobran por honorarios alistan la maleta, pues sobre estos sí caerá la guillotina. ¿Qué vendrá ahora, la recentralización o la refederalizacion?
¿Qué efecto tendrán las nuevas reglas del próximo gobierno, cuando todo -se ha dicho–, es en función de un ambicioso plan de austeridad que permitirá grandes ahorros cuyo destino será costear programas sociales y de desarrollo, también para combatir la pobreza, la desigualdad, la corrupción y la inmunidad retirando el fuero, pero ¿y la impunidad y el combate a la inseguridad y la violencia generada por el crimen organizado? ¿Y los miles de asesinatos, desapariciones y ajusticiamientos que dejan a su vez, más miles de víctimas? ¿También habrá un programa para ellos? ¿Estos pobres mexicanos seguirán esperando que se haga justicia? ¿O permanecerán a la espera por los siglos de los siglos?
“En el nombre sea de Dios”, dijo un santero. Y…
¡Digamos la verdad!