Por Aurelio Contreras Moreno
Peor inicio de semana no podía haber tenido el presidente de la República Mexicana, Andrés Manuel López Obrador.
El domingo, el mandatario se enfrentó a lo que quizá más le puede doler en el terreno político: el repudio popular, manifestado a través de gritos y abucheos durante una gira de trabajo ni más ni menos que por su tierra natal, Macuspana, Tabasco.
Sus paisanos le echaron en cara la mala administración del presidente municipal morenista Roberto Villalpando, a quien acusaron de dedicarse a robar, lo cual fue negado tajantemente por López Obrador, quien notablemente iracundo exigió a la gente “respetar” a la autoridad o de lo contrario suspendería el evento, pues no quería “politiquería”.
Pero los tabasqueños incluso negaron estar recibiendo programas sociales como las “Becas Benito Juárez” para estudiantes de preparatoria, lo que terminó por sacar de sus casillas a un presidente completamente intolerante a la crítica y a que se le contradiga sobre cualquier cosa. Y haciendo uso de su discurso pseudorreligioso, acusó de mentiroso a su “pueblo”: “la mentira es del demonio, es reaccionaria, conservadora; la verdad es revolucionaria”, espetó.
Lo cierto es que no es el primer reclamo que se le hace al presidente durante una de sus concentraciones públicas en el interior del país, mismas con las que se mantiene en campaña política permanente pero que también comienzan a pasarle el costo de gobernar a punta de discursos, pero con escasos resultados.
Ese precio a pagar quedó aún más evidenciado al otro día, este lunes, con la difusión de una serie de encuestas que, con algunas variantes en los datos que aportan, coinciden en un tema central: la popularidad de Andrés Manuel López Obrador está a la baja.
Y no solo eso. La constante de los estudios dados a conocer por el periódico Reforma y por las casas encuestadoras Buendía y Laredo, De Las Heras Demotecnia y Consulta Mitofsky es el registro de una caída de 20 puntos en promedio respecto de los niveles de aceptación del gobierno lopezobradorista de hace un año.
Para decirlo en términos llanos, se trata de un desplome, muy significativo, para un gobernante que accedió al poder con porcentajes de aprobación popular que rebasaban el 80 por ciento y que aún en la actualidad presume de su cercanía con la gente.
El propio López Obrador, en su conferencia mañanera, tuvo que admitir lo innegable, aunque con su particular estilo para evadir cualquier responsabilidad: aceptó que “sufrimos desgastes”, pero dijo que son a causa de “enfrentar a los conservadores corruptos” que “no quieren dejar de robar”.
Sin embargo, las mediciones arrojan “otros datos”, que reflejan un creciente malestar ciudadano en temas como el combate al crimen organizado, la seguridad pública, la salud, la economía y el combate a la corrupción por parte del régimen de la autodenominada “cuarta transformación”.
Además, la respuesta institucional y personal del presidente López Obrador a reclamos sociales por la violencia feminicida, el desabasto de medicamentos para tratamientos graves, la cancelación de programas sociales no clientelares por una pretendida austeridad, entre otros, ha influido determinantemente en la imagen de un gobierno acostumbrado a mirarse el ombligo y a “dialogar” consigo mismo.
Lo peor de todo es que el presidente cree que sus programas sociales clientelares lo tendrían que “blindar” contra cualquier reclamo, pues precisamente para eso los instrumentó. En su propia tierra natal quedó claro que no es ni será así.
Pequeños golpes de una realidad que el régimen se niega a mirar.
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