Héctor Calderón Hallal
Ciertamente no hace mucho, en el mundo –no sólo en México- ser líder implicaba ser un jefe, que daba órdenes a sus subordinados, dirigidos o representados, diciendo: “¡Vayan…!”. Desde hace algunas décadas las cosas han empezado a cambiar: en adelante ser líder significa y significará anteponer el ejemplo a la instrucción y quizá, evitar incluso dar el ordenamiento: “Vamos o… ¡Síganme, yo por delante”!
Sin embargo, entre esos cambios ‘transformadores’ de los últimos tiempos, que han llegado como vendaval a muchos países, se han colado inevitablemente aquellos “falsos redentores” de la vida pública, haciendo un uso inmisericorde de la retórica y encontrando su mejor ‘caja de resonancia’ en las sociedades desiguales y ávidas de cambio, por hartazgo de las formalidades y de los fundamentos políticos.
Bien lo dice la Sagrada Escritura en varios de sus pasajes (Mateo 24:5-31), (Jeremías 23), (Efesios 4:14), (Mateo 7:15), (Apocalipsis 1:7)… a propósito del lenguaje litúrgico o religioso empleado por el actual Presidente de México en sus monólogos mañaneros.
“Y muchos falsos profetas se levantarán y engañarán a muchos . Y por haber multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. Pero el que persevere hasta el fin, este será salvo”.
Pero no se pretende por esta vía, cometer la blasfemia de equiparar al presidente López con un ‘anticristo’ o algo semejante; no obstante que por mucho, ningún mesías pretendería hablar en el nombre del todopoderoso, convocando a la polarización de un pueblo cualquiera de la Tierra, como en este caso, el pueblo mexicano… incitando al odio permanente de unos contra otros por razones de prejuicio, de complejos psicológicos o hasta por resentimientos sociales… tal y como él lo ha hecho.
Aunque convertirse en un líder social como Andrés López es relativamente fácil.
Capitalizar la pérdida de la confianza de ese pueblo en su gobierno, en sus autoridades, con un discurso ‘encendido’ y cargado de mitos como de sofismas, es relativamenrte fácil.
Lo difícil realmente es hacer recobrar la confianza de todo un conglomerado social en un ideal político y en un líder verdadero.
Porque cuando una sociedad pierde la confianza en un ‘líder’, en una autoridad, ciertamente los caminos para la paz se interrumpen; ningún individuo y ningún pueblo en la historia de la humanidad ha podido hacer nada sin esperanza y sin confianza en sí mismos.
Y la peor herencia que nos está dejando esta administración encabezada por López Obrador, es la pérdida de esperanza y fé en nosotros mismos… y en el futuro inmediato.
Imaginemos… ¿Cuánto tardaremos en reconstruir las instituciones que está destruyendo y desapareciendo de la actual legislación, que están vinculadas por cierto a la realidad que vive el mundo de nuestros días?…¿Cuánto tardaremos en recobrar lo que hemos dejado de crecer estructuralmente y en temas tan propios del desarrollo democrático como la transparencia gubernamental y la rendición de cuentas?
Tenemos un líder confundido desde el origen de su formación política… con todo respeto no deja de ser un individuo iluso, empecinado en consagrar su vida a escalar la pirámide de las posiciones del poder profano y burocrático (al costo que fuere)… y “de paso”, la historia y el sentido de la civilización mundial. ¡Cuánto ocio por el amor de Dios!
Señala a la sociedad mundial. Le lanza críticas, por sus supuestos defectos “de pensamiento y funcionalidad”, señalándola de “materialista”, de “racista”, “clasista”, de “hipócrita” que rinde culto al “Dios Dinero”… cuando solo es el resultado del desarrollo de un modelo de producción y un cambio de esto solo podría alcanzarse por la vía del consenso mundial… y no por la crítica ‘pertinaz’ de un ‘presidente latinoamericanista’; que habla más de lo que hace… y presume más de lo que realmente aporta o vale para el país que “representa”.
Desconoce olímpicamente nuestro presidente, lo que cualquier hombre con dos dedos de frente y dedicado a ‘vender su fuerza de trabajo’ al mejor postor debe saber: “La disposición a mirar el lado oscuro de uno mismo, es lo que nos da el poder para cambiar”.
López Obrador es lo que menos tiene: capacidad de autorregulación, de autocontrol… de autocrítica.
Se cree perfecto; un predestinado de Dios para convertirse en un prócer moderno de la patria mexicana… y es común ya en muchos millones de mexicanos, la sospecha de que quiere “morir como Juárez… en una habitación de Palacio Nacional”… de ese tamaño su obstinación y su personal paranoia.
La negativa rotunda dada a sus asistentes militares, para ser trasladado a un hospital militar en la Ciudad de México para ser atendido de una especie de ‘desvanecimiento’ sufrido el pasado sábado en Mérida, Yucatán, durante una gira presidencial, confirma la anterior suspicacia.
Pero muy lejos está López Obrador de ser digno de que su efigie aparezca en una moneda nacional o su historia en un libro de texto.
Contrario a Juárez, a Madero y a Cárdenas, la gestión como mandatario de Andrés López Obrador quedará como una de las más nocivas para el país en toda su historia… sino es que la peor. A saber:
La incapacidad de este Gobierno por brindar protección a las y los mexicanos, ha quedado manifiesta en sus principales indicadores: tan solo en 2022, nuestro país supero los más de 30 mil homicidios dolosos, mientras que, en comparación con el año anterior 2021, los delitos sexuales aumentaron 19%, las extorsiones 17%, la trata de personas 28%, el fraude 9% y el narcomenudeo 5%… y así reiteradamente año tras año en una dinámica que escala.
Lo igualmente preocupante es que esta violencia propiciada por la mala administración de López Obrador y su gobierno, no solo provoca dolor y sufrimiento a las familias mexicanas, sino también genera pérdidas millonarias: el costo total que provocó la inseguridad es de 278 mil millones de pesos al año, cifra que representó el 1.5% del Producto Interno Bruto (PIB), según la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) 2022.
Desde hace varios años, en los primeros meses de la actual administración de la malhadada 4 T, el Estado Mexicano, debió de cambiar de manera urgente su errática estrategia contra la violencia y la inseguridad, por otra que garantice paz, tranquilidad y bienestar a las familias mexicanas… Desterrar la de “abrazos, no balazos”… y no ha sido capaz de escuchar ‘al pueblo’… obedeciéndolo realmente.
Por otra parte, uno de los flagelos que el actual presidente prometió erradicar, la corrupción, se ha castigado muy poco en este sexenio y cada vez menos e incluso, tanto en el plano administrativo como penal.
Hay más personas recluidas por aborto que por corrupción, por ejemplo:
Entre 2019 y 2021, las sentencias por corrupción a nivel federal bajaron 91%.
Ciertamente, de 2018 a 2019 se registró un aumento superior al 200%, alcanzando 342 sentencias, su punto más alto. Sin embargo, en el 2020 y 2021, el número de sentencias descendió a sus niveles más bajos, con 52 y 29 sentencias, respectivamente.
Un estado de derecho francamente debilitado, al borde de la agonía.
Con un Gobierno que en las últimas horas pretende desaparecer de un ‘plumazo legislativo’ 18 organismos autónomos, muchos de ellos considerados imprescindibles para el ejercicio moderno y transparente del ejercicio gubernativo.
Un país que ha llegado a una pobreza extrema estimada en más de 55 millones de mexicanos, de los 135 millones que actualmente somos en total.
Y con un sistema nacional de salud pública materialmente inoperante; sin medicamentos en los hospitales públicos; que se desentendió del tratamiento a menores con cáncer desde los primeros meses de la administración en 2019 y que como saldo de la pandemia de Covid-19, oficialmente reconoce un recuento de muertes de alrededor de 800 mil fallecidos, no puede considerarse exitoso en su gestión sexenal.
Se engaña solo el presidente…y por supuesto sus colaboradores y seguidores.
Por hoy sólo podemos congratularnos por su salud que es digamos, aceptable.
Damos Gracias a Dios los creyentes inclusive, que AMLO no sea un ‘falso mesías’…y desde luego rogamos a Dios porque no se lo crea así.
Por cuanto es un ser humano… un prójimo.
Damos gracias al Supremo Creador porque ya no tendrá que exhibirse hemipléjico o cuadrapléjico en su ejercicio mañanero… y con el rostro “torcido”, hacer ante el teleauditorio “¡me-e-e-e-e-e-e!” emulando a los borregos, en su burla a los mexicanos que no militan en su partido… eso sí hubiera sido lastimoso, pues muchos psicólogos que estudian la personalidad del mandatario, aseguran que seguirá siendo fiel a su discursos y a sus prejuicios… a sus filias y fobias… a sus guerras “personales y muy únicas”, solo existentes al interior de su “cabecita blanca”.
Damos gracias a Dios porque no tendrá que sacar con una manita “tullida”, el pañuelito blanco de la “cero corrupción”.
Y damos gracias a Dios por haber evitado que con un lenguaje más balbuceante que el que le es habitual, accidentado, imperceptible… López, hubiese pretendido contar una de sus anécdotas ‘jocosas’, para reírse después de manera solitaria desde el estrado… hubiera sido demoledor para sus afanes de perpetuarse en el liderazgo de un país, donde cierta y desafortunadamente, desde la cruda niñez… ese liderazgo que ha ejercido en un amplio sector de la población López Obrador, no lo ejercen ni el niño gangoso ni con retraso, con todo mi respeto para los niños y los padres de los niños con estos padecimientos.
Correría el riesgo ese niño de recibir la peor sesión de “bullying” de su existencia.
Para la ofensa y el escarnio público, los mexicanos tenemos al chamaco más “carrilludo”, al más “cinchero”… tenemos siempre al “más gritón”.
Gracias a Dios, no será así, la mañana que vuelva López Obrador a reírse y a “cucar” a los “mexicanos”, desde su “conferencia mañanera”.
Gracias a Dios… será el mismo López de siempre.
Gracias a Dios.
Autor: Héctor Calderón Hallal
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