Astrolabio Político
Por: Luis Ramírez Baqueiro
“El arte es sobre todo un estado del alma…” – Marc Chagall.
El grafiti es una de las expresiones más polémicas del espacio público. Para algunos, representa rebeldía, protesta y creatividad; para otros, simple vandalismo.
Lo cierto es que esta forma de intervención urbana plantea un dilema: ¿hasta dónde debe considerarse arte y en qué momento se convierte en una agresión al patrimonio colectivo?
En México, el grafiti tiene antecedentes ligados a la contracultura de finales del siglo XX, alimentado por el hip hop y las juventudes que encontraron en las paredes una forma de ser escuchados.
En Veracruz, particularmente en Xalapa y Coatzacoalcos, existen experiencias donde el grafiti ha evolucionado hacia murales urbanos que embellecen colonias y generan identidad comunitaria. No obstante, también han surgido episodios de abuso que reavivan el debate.
Este fin de semana, un mural en Coatzacoalcos fue vandalizado, causando indignación ciudadana. En redes sociales se señaló al presunto responsable, recordándonos que no todo grafiti es arte ni toda intervención merece respeto. Casos como éste hieren la noción de comunidad, pues se agrede una obra pensada para dar sentido de pertenencia. Lo mismo ocurrió en Xalapa, donde el viaducto recién pintado por el ayuntamiento amaneció con una firma apócrifa, “el chino”, que horas más tarde tuvo que ser borrada. Estas acciones reflejan el llamado “efecto del cristal roto”: cuando se tolera un daño menor al entorno, se abre la puerta a la degradación progresiva y a la normalización del desorden.
El debate es claro: ¿son los grafiteros los nuevos muralistas de México? El muralismo clásico —Rivera, Orozco, Siqueiros— se inspiró en causas sociales y nacionales, respaldado por instituciones que legitimaban la obra.
El grafiti, en cambio, surge de la espontaneidad y la marginalidad, no siempre con aval comunitario. Puede, sin duda, ser arte y reclamo social, pero no cuando borra o destruye expresiones ya legitimadas.
Por ello, se debe trazar una línea. El grafiti debe fomentarse en espacios autorizados, muros libres, concursos y proyectos comunitarios. Ahí se convierte en arte urbano y en vehículo de protesta legítima. Pero debe sancionarse cuando invade zonas históricas, daña murales o agrede bienes públicos y privados sin consentimiento. El Código Penal de Veracruz ya establece penas y multas para quien pinte sin autorización; lo que falta es aplicarlas con firmeza.
La calle puede y debe ser un lienzo, pero bajo reglas que protejan el patrimonio y den cabida a la expresión social. De lo contrario, pasaremos de la creatividad al caos, y del arte al vandalismo.
Al tiempo.
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