Por David Martín del Campo
La “1 T” no inició con el programa acordado, aquél de que se sublevarían los dragones de la reina y las milicias a su mando, acaudillados por el capitán Ignacio Allende. No; arrancó al despiporre, despabilados por las campanas llamando a rebato una vez que el párroco de Dolores supo que la asonada había sido delatada. Lo demás, es historia.
El grito del padre Miguel Hidalgo, aquella madrugada hace 215 años, fue vehemente: “¡Viva Fernando VII, muera el mal gobierno!”, y arránquense con los machetes y azadones que tengan a la mano. Dos siglos después el grito sigue repitiéndose en ésta, la fecha patria, aunque no precisamente para exaltar a Sus Majestades.
De hecho el México independiente inició como imperio al ser coronado Agustín de Iturbide como soberano, una vez que defeccionara del ejército real y se sumara a la lucha de Vicente Guerrero en el famoso “Abrazo de Acatempan”. Esas deslealtades nos vienen desde entonces, eso de abandonar el partido en desgracia para sumarse al que se abre a la redención del pueblo.
El 15 es el día del grito, y no hay mexicano que desdeñe la efeméride con el tequila en una mano y la pistola (o los cuetes) en la otra. Gritar, vociferar, desgañitarse, porque el resto del día vivimos subyugados por el miedo a la violencia que asoma a la vuelta de la esquina.
El gobernador Rubén Rocha ha declarado que este año no habrá “fiesta del grito” en Culiacán, apelando a la comprensión de la ciudadanía, “y que los sinaloenses festejen el orgullo de ser mexicanos en el seno de nuestros hogares”. Lo mismo ha ocurrido en Uruapan, en Iztapalapa, en Cerro Azul y en Zozocolco, Vereacruz. Es decir, el abrazo en casa y el susurro del Viva México sin signos de admiración.
Mejor no gritar y sobrevivir, que es vivir entre murmullos, como las hormigas y los topos. Ya no la patria festejada con la bendera tremolante, las campanas al vuelo y los cohetones incendiando el cielo. No, porque hasta eso nos han prohibido ahora: que no haya cuetes ni petardos, cohetones de feria en lo alto “porque son peligrosos y atemorizan a las mascotas en el hogar”.
La patria en murmullos, como sugería la película de Ingmar Berman de 1973, “Gritos y susurros”, y que ganó el Oscar a la mejor realización de aquel año. Tres hermanas bajo encierro, el recuerdo de la infancia y los días felices de entonces convertidos en tristeza y sombras como única compañía.
Así ahora, ya que los señores de las mafias son dueños de medio país, mejor encerraditos en casa tomando agua de jamaica y que alguien, a las diez de la noche lance el grito… perdón, el susurro: viva méxico, sin marcas de entusiasmo, y a seguir jugando baraja.
¡Ah, el grito exaltado del presidente Luis Echeverría!, acompañado por sus ministros López Portillo, Ignacio Ovalle, Bravo Ahuja… cuando después de emitir el tradicional “¡Viva México y los héroes que nos dieron patria y libertad!”, lanzaba aquella arenga estrambótica al clamar: “¡Vivan los Pueblos del Tercer Mundo!”.
Sí, claro.
El grito de ahora ha sido femenino, por primera vez en la historia, cuando la presidenta Sheinbaum Pardo ha llamado a enorgullecernos de nuestra independencia y soberanía. Esa misma bandera que en ese mismo balcón, a su tiempo, enarbolaron Adolfo López Mateos, Vicente Fox, Lázaro Cárdenas, Carlos Salinas de Gortari… pues obligación legendaria es ensalzar la fecha en que el cura Miguel Hidalgo imaginó (o no) que su arenga prendería –luego de una lucha de diez años– en un pueblo subyugado por la corona española.
Desgañitarse o no degañitarse, eh ahí el dilema, dirían los clásicos, en el entendido que a la patria se la ama y se la defiende desde que así lo aprendimos cuando párvulos. La bandera en lo alto, los cuetes, el tequila pero, sobre todo, la seguridad de sabernos ciudadanos libres de zozobras. Como no ocurre hoy día –ya en la Cuarta T–, en que privan el susurro y las detonaciones de una guerra civil que no es tal, pero asoma.
Viva México, sí. ¡Viva!