Por: Leopoldo Díaz Pérez
Aquel 11 de septiembre de 2001, Al Qaeda atacaba el corazón estratégico de los Estados Unidos de Norteamérica. En Manhattan, N.Y. las torres gemelas del World Trade Center, en Washington, D.C. la magnífica fortaleza del Pentágono, Cuartel General del Ejército de los Estados Unidos, ante el estupor e incredulidad de millones de televidentes que alrededor del mundo visualizaron como impactó un avión una de las soberbias torres para minutos después con horror observar una segunda aeronave estrellarse en la otra torre, lo que evidenciaba una clara acción terrorista de inconcebibles magnitudes, en el horizonte de aquel escenario se apreció otro edificio que aparentemente implosionó. El desconcierto era mayúsculo. Que yo recuerde el choque emocional fue similar al momento que se dio a conocer el artero asesinato del presidente John F. Kennedy. Las implicaciones de tal evento avizoraban un mundo quebrado y la antesala de un violento conflicto internacional.
Las emblemáticas torres gemelas eran además un atractivo turístico. Recuerdo cuando en mi estadía en Washington visité con mi esposa Lourdes una de ellas; en el piso más alto disfrutamos una merienda y adquirí una réplica a escala de la Estatua de la Libertad, que finalmente obsequié al general secretario de la Defensa Nacional de México.
El suceso dantesco prosiguió hasta constatar en tiempo real, seres humanos que se lanzaban al vacío y como se desplomaban las magníficas torres ante la consternación mundial y el pavor reflejado en los rostros de los estadounidenses próximos a los siniestros.
En primera línea se observaron a los cuerpos de los heroicos bomberos que acudieron al rescate y auxilio de las incontables víctimas.
Los sucesos se agolpaban en minutos, ante la incapacidad de asirlos en un todo coherente que exigía la mente frustrada por el caos del dolor y la tragedia que la violencia inédita asestaba a propios y extraños.
Era algo inexplicable, los atacantes habían penetrado todos los sistemas de defensa y ataque o contraataque de los Estados Unidos, desde los Comandos desplegados en el hemisferio norte y sur y la vigilancia del espacio global que se ejercía desde el NORAD, North American Air Defense Command (Mando Norteamericano de Defensa Aérea). Aquel sistema de defensa contra los bombarderos de gran alcance de la URSS; instalado en la profundidad de la inexpugnable Montaña Cheyenne, en el estado de Colorado, cuya puerta ciclópea y toda la instalación subterránea es capaz de resistir un ataque atómico. Increíble Cuartel General que alguna vez visite y aun guardo la sensación de estupefacción que me causó el penetrar en la montaña y encontrar una enorme oquedad en la roca con formidables y espaciosas oficinas y grandes pantallas operadas por lo oficiales y jefes de estado mayor, que se antojaba estar en una escenografía de las descritas por Julio Verne o de ciencia ficción.
Escuchaba al orgulloso General comandante del NORAD explicar su funcionamiento perene y preciso, como en una noche eterna, atisbando el horizonte celeste y cada aeronave que surcaba los cielos hacia y desde Norteamérica.
La alerta temprana de Cheyenne Mountain evolucionó rápidamente para detectar lanzamiento de misiles nucleares intercontinentales y lanzamientos de misiles desde submarinos, previo a la crisis de los misiles en Cuba que incrementó el terror atómico.
Para la década de los 80s la defensa hemisférica de los Estados Unidos había escalado a la “Iniciativa de Defensa Estratégica”, sistema que se popularizó como Guerra de las Galaxias. No obstante que Mijail Gorbachov había desmembrado el Bloque Soviético y el ciudadano norteamericano común reclamaba los dividendos de guerra, el presidente Ronald Reagan destinó uno de los presupuestos mayores del siglo XX en la construcción y despliegue del sistema de defensa aeroespacial.
Se trataba de un avanzado esquema defensivo con armas espaciales capaces de prevenir un ataque nuclear al territorio norteamericano.
Después de la guerra fría el NORAD se dirigió también a cubrir operaciones contra el narcotráfico.
Pues bien, regresemos al 11 de septiembre del 2001. Un misterioso enemigo había cruzado todas las linea de defensa-ataque hemisféricas de cielo, tierra , mar y espaciales de los Estados Unidos: el grupo terrorista islámico Al-Qaeda; era o parecia un caos apocalíptico, en el primer cuadro de la ciudad de Washington, D.C. sobrevolaban aviones caza, era una visión inconcebible para los funcionarios de la Casa Blanca que la evacuaban. Igual en los pasillos quilométricos de la fortaleza del Pentágono, Cuartel General del Departamento de Defensa, se veian a oficiales corriendo con los rostros llenos de estupor y alarma, habían atacado un flanco del magno edificio. Un amigo diplomático que casualmente ese día caminaba en las inmediaciones del Pentagono escuchó lo que supuso era un misil pues no vio avión alguno.
Había pasado medio siglo en el que los sistemas de defensa y alerta temprana del territorio continental de los Estados Unidos, así como la reacción de contrataque evolucionaron a sofisticados y costosisimos esquemas practicamente invulnerables. Y pareciera que el último reducto durante el ataque terrorista fue la Guardia Nacional; efectivamente los aviones de pelea tipo F-15 habían desplegado y surcaban el cielo agresivamente, todos los despegues de aviones civiles ya se habían prohibido. Se activó un frente de guerra.
En los Estados Unidos, cada estado tiene su Guardia Nacional y el gobernador es el comandante en jefe. También el Distrito de Columbia tiene su propio cuerpo de Guardia Nacional.
En tiempos de guerra y en otras emergencias graves el presidente convoca o federaliza a las Guardias Nacionales las cuales pasan a ser batallones o brigadas del Ejército o de la Fuerza Aérea. En este ámbito no hay unidades de la Armada en la Guardia Nacional.
Guardias Nacionales de diferentes estados han participado en conflictos internacionales como Irak, integrándose al Ejército.
Hay algunas excepciones en estados que tienen aparte o además, lo que denominan Fuerzas de Defensa del Estado que estan organizadas como si fueran unidades del Ejército y también pueden tener unidades aérea y navales con la diferencia de que no se contempla que sean federalizadas como la Guardia Nacional.
Los gobernadores de los estados están en capacidad de desplegar las tropas de la Guardia Nacional en caso de alteraciones graves del orden público o de desastres naturales, a excepción del Distrito de Columbia.
En cada estado hay un funcionario denominado Ayudante General que normalmente tiene el grado de General o Coronel, que lo designa el gobernador y se integra a su gabinete.
La legislatura estatal sanciona las leyes que regulan a la Guardia Nacional en cada estado de la Federación, las cuales promulga el respectivo gobernador.
El armamento y demás equipos de los guardias nacionales es el mismo de los militares del Ejército y la Fuerza Aérea; incluidos tanques de guerra, cañones, aviones cazabombarderos (Lockheed Martin F-16 Fighting Falcon y de otros tipos), etc. Los uniformes también son similares (con un distintivo que indica que son de la Guardia Nacional de tal estado). Todo se debe a que la Guardia Nacional es la reserva de la artillería, la infantería y las unidades blindadas y mecanizadas del Ejército; y de los escuadrones cazabombarderos de la Fuerza Aérea. Por esa razón el Gobierno Federal (Nacional) es el que financia la adquisición de esos armamentos que son luego transferidos a los diferentes estados para sus respectivas guardias nacionales.
El Departamento de Defensa (Ministerio de Defensa) del Gobierno Federal fiscaliza y supervisa a las guardias nacionales de los estados para asegurarse de que los entrenamientos del personal están acordes con estándares fijados por el Gobierno Federal y el Congreso de los Estados Unidos; y también para garantizar que se hace un buen uso de los arsenales y otros equipos (suministrados por el Gobierno Federal). La división o sección del Departamento de Defensa encargada de esta labor se denomina National Guard Bureau (Oficina de la Guardia Nacional) y su jefe es un general nombrado por el presidente de los Estados Unidos.
Los militares integrantes de la Guardia Nacional cumplen su servicio los fines de semana y una semana completa cada cierto tiempo por lo que se dedican a sus labores civiles de rutina y solo operan de tiempo completo cuando los convoca el gobernador o el presidente de los Estados Unidos hasta que termine la incorporación a filas, a excepción de los pilotos de aviones F-16 y otras aeronaves que por la naturaleza de su arma o rama requieren de muchas horas de vuelo a la semana. Las tropas de tierra también acuden a entrenamientos periódicos.
Actualmente no hay servicio militar obligatorio en los Estados Unidos, como sucedió en la guerra de Vietnam, por lo que se reclutan voluntarios para integrar la unidades militares.
Para darnos una idea, unicamente el Ejército de tierra de los Estados Unidos suma un promedio de medio millón de efectivos -sin contar a la Armada, Fuerza Aérea y Marines-. La Guardia Nacional tiene más de 300,000 hombres e incluye mujeres.
Ese es el esquema de la Guardia Nacional de los Estados Unidos, la democracia que deslumbró al viejo mundo cuando la independencia de las 13 colonias del Imperio Británico.
Sin lugar a dudas la Guardia Nacional de los Estados Unidos que es considerada como milicia estatal, participa de la tradición de las trece colonias que tenían milicias para su defensa; formadas por ciudadanos-soldados que prestaban su servicio voluntariamente en tiempo parcial o que integraban “regimientos provinciales” para la defensa local en tiempo de crisis específicas.
Tradiciones al fin británicas.
La naturaleza de las relaciones comerciales entre Canadá, Estados Unidos y México y la vecindad geográfica, implican responsabilidades mutuas en materia de seguridad nacional inexcluibles.
Actualmente el NORAD (Mando Norteamericano de Defensa Aeroespacial) provee comunicación global, detección, validación y alerta de posibles ataques de misiles balísticos hacia Norteamérica, abarcando detección continental; también provee alerta temprana en tiempo de paz en caso de que el espacio aéreo esté comprometido.
En 2006 se dispuso que el personal del NORAD se mudara al edificio Peterson de la Fuerza Aérea en Colorado Springs, instalación que comparte con el USNORTHCOM (Comando Norte de los Estados Unidos) y la montaña Cheyenne se destinó unicamente como un refugio.
@Leopoldiazperez