* No leeré Un hombre de confianza. Me han dicho lo suficiente como para saber que no vale la pena; además, me ha costado demasiado porque mi insustancial encuentro con su autor, para muchos me convirtió en infidente. Ahora lo pago, pero me sirve de deslinde: conservo integridad, fortaleza, entereza, lealtad, sobre todo lealtad y respeto a la memoria de un hombre congruente y digno
Gregorio Ortega Molina
Parece que domina la desbordada pasión por enlodarlo todo, destruirlo todo, desmitificarlo todo, matar la inteligencia, reescribir la historia como si fuese una pretenciosa y mala novela.
Hace casi dos años me buscó Fabrizio Mejía Madrid, por consejo de Andrés Ramírez -me aseguró, para que aceptara verlo- y con la insensata idea de que yo conozco la vida profesional del señor Fernando Gutiérrez Barrios al revés y al derecho. Nada más falso.
Leí a la carrera Disparos en la oscuridad, con el propósito de formarme una imagen de las aspiraciones de un interlocutor desconocido. En lo que yo bebí una jarra de té de menta, él consumió cinco, diez, doce cigarrillos; rio a desgana en un esfuerzo por ocultar los dientes manchados de nicotina, e insistió en que le contara lo que pudiera serle útil para montar su fábula de Un hombre de confianza.
No leeré su versión del señor Fernando Gutiérrez Barrios. Me han dicho lo suficiente como para saber que no vale la pena; me ha costado demasiado porque mi insustancial encuentro con él, para muchos me convirtió en infidente. Ahora lo pago, pero me sirve de deslinde: conservo integridad, fortaleza, entereza, lealtad, sobre todo lealtad y respeto a la memoria de un hombre congruente y digno.
Recomendé a Mejía Madrid una relectura de Guerra en el paraíso, donde Carlos Montemayor, en una pincelada de dos o tres líneas hace fiel retrato de Gutiérrez Barrios. Le sugerí que para dar valor a su proyecto buscara algo nuevo, y recurriera a la embajada de Cuba en México, para solicitar entrevista con los cubanos vivos que trataron a don Fernando, incluso le recomendé lo hiciera por escrito, por tiempo y por dinero. Fue mi única aportación a su rumor.
Hay toda una promoción de insidias en torno a la imagen de Gustavo Díaz Ordaz, pero el único personaje que conoció la verdad de los hechos de sangre del verano mexicano durante la insurgencia estudiantil de 1968, falleció hace muchos años. Marcelino García Barragán supo puntualmente el papel jugado por Luis Echeverría Álvarez.
En su momento el periodista Gregorio Ortega Hernández me contó que Díaz Ordaz le confió: “He respirado el hálito de la traición”; lo escuchó en noviembre de 1968.
Muchos años después pregunté al señor Gutiérrez Barrios si conocía a Carlos Montemayor. “He leído el libro”, me dijo como única respuesta, luego me contó una anécdota de su relación con Adolfo Gilly, pero lo bueno de una vida como la de don Fernando, a nadie parece interesar.
Hoy es 30 de mayo, onomástico del señor Gutiérrez Barrios, día adecuado para honrar su memoria.