Por Deborah Buiza
Imagina que, por cosas extrañas de la vida, tienes unos 40 minutos libres… sí, cuarenta minutos sin tener que hacer nada en particular, sin ir a ningún lado, sin estar ocupado en una actividad, sin tomar decisiones, simplemente, entre todo lo que tienes que hacer, la vida te regala 40 minutos de espacio. ¿Qué harías con eso?
Vivimos tiempos en los que parece que siempre debemos estar haciendo algo. La productividad 24/7×365 se ha convertido en una prioridad, y el que no está haciendo algo constantemente es, de alguna manera, mal visto.
¿Descansar? ¿Qué es eso? Es como si una necesidad humana tan básica no fuera reconocida, validada ni apreciada, a pesar de que sin ella el cuerpo y la mente pueden sufrir mucho.
Tan mal visto está el no hacer nada, que ahora nos han inventado los “descansos activos”, como si quedarnos mirando la nada, respirando y contemplando el horizonte fuera realmente terrible.
Mi papá siempre me decía, si me veía triste: “ponte a hacer algo y se te quita”; las abuelitas advertían que “el ocio es la madre de todos los vicios” y hoy, pareciera que los padres y madres están sobre exigiéndose por mantener a las criaturas entretenidas y ocupadas. Sería un desastre que se aburrieran.
¿Hace cuánto que no te aburres?
Si te propusiera que te tomaras al menos cinco minutos sin hacer nada, ¿qué pasaría? ¿Será que no sabemos estar con nosotros mismos y necesitamos llenar todo el espacio con actividades y trajines constantes?
Sé que la vida actual nos satura la agenda y que, con dificultad, encontramos espacios para descansar.
Incluso, cuando logramos robarle algunos minutos al itinerario, a menudo sentimos culpa por estar ahí, sin hacer nada. Pero te aseguro que es necesario detenerse, dedicar un ratito a la contemplación o hacer algo que no sea “productivo”, solo por el simple placer de hacerlo.
En una excursión, estando en un lugar increíble, una paseante le preguntaba al coordinador si no podrían irse antes porque, según ella, allí no había nada que hacer y se les hacía muy largo el tiempo sin estar ocupados. Me sorprendió muchísimo porque el espacio invitaba a tumbarse en el pasto, observar las nubes, disfrutar de un paisaje maravilloso con un lago hermoso, o conocer a las personas con las que se viajaba.
Lo más increíble de todo es que no hacer nada no solo no era un problema, sino que era la oportunidad perfecta para simplemente estar, para ser, así sin más. Sin embargo, la idea de no estar haciendo algo parecía que la incomodaba profundamente. Esto me hizo pensar que quizá hemos perdido la capacidad de estar sin hacer nada, como si necesitáramos llenar cada instante con algo que hacer.
Y tú, ¿cuánto tiempo puedes pasar sin hacer nada?