La ignorancia es atrevida. Decir que el hambre es un fenómeno que puede erradicarse de un plumazo, por una generación, de una manera rápida, junto con la pobreza, a base de voluntad, es todo un gazapo del tamaño del mundo.
Decirlo en la sede de la FAO no sólo es aventurero, chusco y falaz, constituye también una cachetada en pleno rostro a una organización internacional que lleva planeando la solución – o su manipulación deliberada- desde que se juntaron las Naciones Unidas al fin de la segunda guerra.
La descalificación total a las teorías de reputados analistas y estudiosos de la agricultura y de la economía internacional, que han detectado las causas del problema en la asimetría y los desequilibrios de la renta universal, sólo puede hacerse desde la absoluta temeridad.
No puede pararse alguien, convenientemente maquillado, frente a un micrófono y la asistencia de un teleprompter, a pronunciar una bola de insensateces que no sabe adónde conducen. Se compromete más al país. ¡Qué necedad! ¿Qué necesidad?
La subnutrición y el hambre, rebasan el ámbito dietético. Afectan la organización económica y social; influyen en la política y la ideología y se convierten en un instrumento más de dominio de un grupo sobre otros y de países por potencias.
Veamos. El binomio centro – periferia, es el equivalente de una estructura inequitativa de países subdesarrollantes, en el vértice mayor de la pirámide explotadora y naciones ancladas en los yermos de la miseria y la inopia.
A partir de la Conferencia de Yalta, se manifestaron tres problemas centrales: la crisis alimentaria, la pavorosa explosión demográfica de los pobres y el desempleo creciente. Estos son los parámetros de la explotación.
Los culpables del derroche, han hecho creer a los demás que es necesario detener el crecimiento en función de la finitud de posibilidades en recursos naturales (tesis del Club de Roma y del Grupo Bilderberg). Pero, por otro lado, ellos promueven la guerra y el rearme. ¿Así es que de qué se trata?
Los páramos del hambre se localizan alrededor del cinturón del Ecuador: el noreste brasileño, Senegal, Mauritania, Nigeria, Chad, Etiopía, Paquistán, India, Bangladesh y las áreas con problemas potenciales, Sudán, Nepal y, fundamentalmente, México.
En el norte del globo terráqueo, en las sociedades opulentas, el consumo individual de proteínas y calorías supera los exiguos índices de nuestra supervivencia. Uno de cada dos habitantes del planeta vegeta en existencias biológicas infrahumanas.
Una de las últimas ediciones de un vocero de los consorcios imperiales, ha referido que la nueva política de expansión se basará en el “triage”, conocida estrategia de guerra que consiste en abastecer sólo al que tiene posibilidades de supervivencia en un combate.
En materia de alimentos, la ayuda se encauzara solo a aquellos países que instrumenten con mayor rigidez políticas absurdas de financiamiento y repatriación de capitales, con un feeling neocolonialista. El costo del mantenimiento de los campos de golf de los “financieros” podría mantener en la súper alimentación a 200 millones de habitantes.
Frente a la inútil FAO, Banco de Alimentos
La FAO es un organismo ideado en Hot Springs, Virginia, en 1943. Fue concebido, en sus inicios, como manipulador de precios al servicio de las empresas agroindustriales transnacionales.
Un breve repaso a su actuación, revela cómo ha desviado las políticas agrarias de los países receptores de sus insumos, repartidos con aparente disfraz samaritano, para mediatizarlos, con la intención de fondo de proteger los índices de precios en las bolsas de valores metropolitanas.
Su aportación a la estrategia neocolonialista de dominación ha sido, en verdad, significativa. Muchas veces ha inducido el monocultivo subdesarrollante, que hoy se voltea contra los intereses de los grandes monopolios.
En la más grave crisis alimentaria de las últimas décadas, miles de norteamericanos se han volcado sobre los ranchos productores de alimento y ganado del trópico mexicano para comprar a precios de remate los que antes fueron verdaderos paraísos.
Desde hace por lo menos 40 años, las mentalidades más lúcidas proponen la integración de un Banco Mundial de Alimentación, cuyos derechos de giro actúen para formar una reserva de granos, estructurar y dirigir la investigación agrícola, como una señal de supervivencia en un mundo agotado.
Las funciones del Banco de Alimentos, se dijo, estarían supervisadas y reguladas por un Consejo Permanente, en el que estarían representantes en forma paritaria por los países aportadores y los países beneficiarios.
El Banco debería tomar en cuenta, en el ejercicio de sus funciones, las características particulares de las diferentes regiones y países participantes. No era una ocurrencia de ocasión, ni de cajón. En ella se empeñaron dirigentes serios.
El Banco sería un organismo promotor de la producción agrícola, apoyando y financiando en condiciones favorables proyectos de desarrollo agropecuario e industrial destinados a incrementar y mejorar la disponibilidad del abasto.
Abastecería a los países en vías de desarrollo de insumos agrícolas escasos, principalmente fertilizantes, semillas mejoradas, semen para la reproducción de ganado, forrajes, alimentos balanceados para animales y equipos mecánicos de tracción, entre otras cosas.
Lograría progresivamente una estructura internacionalizada de la agricultura, la producción y la oferta de insumos agrícolas, de promoción y difusión de la investigación técnica a los fines de mejoramiento que deben considerarse como patrimonio común de los pueblos.
La crisis mundial de alimentos es cíclica
La crisis actual de alimentos, que es cíclica, tiene causas cercanas en la gran sequía mundial que se padece desde 1970; el casi pleno empleo y la prosperidad ininterrumpida que vivió durante por lo menos cuatro décadas un sector privilegiado de los países opulentos y la universalización de las presiones inflacionarias del poder financiero.
Los pueblos menos desarrollados han sufrido el aumento continuo de los precios, sin disfrutar de niveles crecientes de ocupación o de medidas de justicia social, redistributivas del ingreso.
Atesorar cereales y materias primas, ha resultado más seguro que amasar divisas o acciones y bonos, en tanto que el precio de las mercancías sólo podía subir. Tiene 30 años que países como Japón convirtieron su reserva de dólares en adquisición de productos alimenticios y materias primas, sin reparar en costos.
A los japoneses les conviene: tiene tiempo que su política es deshacerse de enormes masas de yenes para devaluar su moneda y lograr que los países occidentales les compren sus cuantiosas exportaciones a precios competitivos. Mientras, embodegan alimentos.
Las ventas de trigo y cereales que ha realizado Estados Unidos dieron origen últimamente, al coincidir una mala cosecha con compras masivas, a la peligrosa baja de las reservas mundiales de alimentos.
Los países pobres sufren una constante hemorragia de divisas. Escucharon el canto de las sirenas del proceso de desarrollo similar al de las potencias, y contrataron sus compras a precios tres veces superiores, a más de que los fletes, controlados por los monopolios, encarecieron sus costos.
Ante ello, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) hizo un mutis evidente. Pero no sólo eso: la manipulación a la baja de los precios petroleros en el Medio Oriente, con la complicidad de la Casa Real Saudí, complicó aún más la crisis, sin que los “dignatarios” locales se dieran cuenta.
El armamentismo consume hoy la escandalosa cifra de 500 mil millones de dólares, sólo en el mercado convencional, frente a menos del 8% que los subdesarrollados han recibido de las 16 naciones más ricas por concepto de ayuda alimentaria. Menos de la mitad de lo que acordó la FAO.
Peña piensa en barbacoa y tortilla azul
Por su parte, la contribución de los pobres a la economía industrial es más que evidente: producimos el 64%de la bauxita; el 89%del manganeso; el 92%del antimonio; el 100% del caucho; el 100% del coltán para celulares e industria aeronáutica e idénticas cifras en productos primarios.
Sólo la violencia se presenta como opción a la solidaridad. Es indispensable e impostergable el diseño de nuevas reglas del juego que hagan más racionales y justos los modelos neocoloniales que hoy imperan.
Las maniobras especulativas de los consorcios internacionales han roto el saco. Controladas las minas, las cosechas y las finanzas, hoy acaparan también la producción y la comercialización de alimentos.
Con todo y eso, Peña Nieto fue a decir que su generación (!) es capaz de acabar rápido con la miseria y el hambre. ¿Se refería a la zona de Ocoyoacac, donde la combaten a golpe de barbacoa y tortilla azul?
Porque si se refería al problema esencial, central… ¡otra vez la regó! Frente al hambre y la miseria, EPN sólo responde con ¡demagogia!
Índice Flamígero: El periodista siguió la línea que le dictaron “desde arriba”. Y dio a conocer los gastos (rasurados) del tan criticado viaje de EPN a Londres con numerosa comitiva y gorrones consabidos. La erogación que destaca es la de alimentación a bordo del avión presidencial: un catering VIP de ¡un millón 414 mil 551 pesos! De que comieron, ¡comieron! ¿O será acaso que se bañarían con champagne? Habrá que revisar las cuentas del Estado Mayor Presidencial, donde dicen que hay una chica muy cercana al titular que infla las cuentas. A menos, claro, que sí hayan “inflado” en el largo viaje trasatlántico. + + + Este es el penúltimo epigrama de El Poeta del Nopal, y se refiere al mea culpa de Gustavo Madero por haber embarcado al PAN en el Pacto ¿por México?, del que antes decía maravillas: “Los caballeros han muerto, / el honor ha claudicado, / ya no hay vino consagrado / ni flores en el desierto; / los saqueadores del huerto / parecen perros de presa / y con su habitual tibieza / Madero da el tono exacto: / yo creo que el famoso Pacto / ¡valió pa’ pura cabeza!
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Me gustaría saber cuánto pagan de impuestos las empresas mineras que operan en el país. Si investigas Francisco te darás cuenta que es una mentada, pagan por el uso de la tierra, como una renta de parcela, pero no por el producto que extraen.