Incluso antes de lo que esperábamos, y tras gestiones que permanecerán en la secrecía del aparato gubernamental, Humberto Moreira fue liberado. La Fiscalía Anticorrupción de España no presentó cargos y está a un tris del “usted perdone”.
Y es que hasta entre ladrones hay clases. Al que roba un paquete de galletas en el supermercado le puede corresponder una pena corporal severa, especialmente si antes hurtó un pan y es “reincidente”. Pero a los miembros prominentes de la cleptocracia que nos desgobierna no se les toca ni con el pétalo de una investigación y cuando, por azares del destino, caen en manos de la justicia, más temprano que tarde recuperan libertad, fortuna y hasta fama pública.
Atrás quedaron el recato y el pudor que caracterizaba incluso a los gobernantes priistas con más fama de ladrones. Esos que, como Carlos Hank González, multiplicaban la obra pública para dejar constancia de su paso por el cargo y, simultáneamente, fortalecer el patrimonio que forjó como maestro rural y consolidó como gobernador y regente del Distrito Federal.
Hoy no hay reglas ni existe el prurito de cubrir medianamente las huellas del delito. Entre la exacción a los fondos de la hacienda pública, el cobro desmedido del “derecho de piso” a los contratistas y otras “comisiones” y “moches” inconfesables, nuestros políticos no tienen el menor interés en cuidar las formas, ni el menor empacho en retacarse los bolsillos.
Como López Paseos, pero sin carisma
Uno de los personajes de la política mexicana más admirados por Enrique Peña es su paisano Adolfo López Mateos, a quien el pueblo le decía en son de guasa López Paseos, por la enorme cantidad de viajes al extranjero que realizó durante su sexenio.
La aparentemente interminable sucesión de giras internacionales de Peña parece buscar un reflejo de aquella época y procurarse algo de la popularidad de la que gozó su antecesor. Sin embargo, López Mateos gobernó en una época en la que la economía era sólida y existía cierto bienestar entre la población, que al menos tenía trabajo y prestaciones estables y la protección de un Estado benefactor.
A ello se sumaban la simpatía natural del Presidente, su afición a deportes como el box y la caminata y, de manera especial, sus destacadas dotes de orador.
Lo único que parece compartir Peña con su antecesor es la oriundez mexiquense y el gusto por las giras internacionales. Lo grave es que en ese afán, acaba comprometiendo la participación de nuestro país en negocios poco claros, acuerda la asignación de concesiones y derechos que poco o nada aportan a la economía y suscribe acuerdos desventajosos, como el Transpacífico.
Es deseable que tampoco imite a López Mateos en la represión a movimientos sociales y en la elección del secretario de Gobernación como su sucesor, aunque infortunadamente todo puede esperarse.
Comedia de equivocaciones en Tajamar
Durante la semana el tema del malecón de Tajamar estuvo en manos de políticos de toda laya. Los priistas culparon a Fox y a Calderón de que durante la docena trágica (2000 – 2012) en que el poder estuvo en sus manos, este ecocidio fue aprobado y refrendado.
Calderón lo negó, pero se probó su responsabilidad. El secretario de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Rafael Pacchiano —cuota del Verde Ecologista en el gabinete de Peña— se desmarcó y dijo que él jamás habría autorizado el proyecto.
Fonatur, a su vez, descalificó las críticas, minimizó el daño ecológico del proyecto y avaló esta obra, que implicó la destrucción de un manglar y la comercialización de lotes a costa del equilibrio ecológico en Cancún.
Otra región quintanarroense en la que el afán de lucro ha primado es la de Tulum, zona otrora protegida, en la que día a día se multiplican las construcciones sin plan ni medida, al tiempo que se arrasa con flora y fauna.
Al final, la cleptocracia es solidaria entre sí y no distingue colores políticos ni filiaciones más allá del interés económico y el beneficio personal.
Andanzas del Niño Nuño
Aunque sigue quedando a deber la reforma educativa que ofreció hace tres años el peñismo, Aurelio, el Niño Nuño, habla ya de multiplicar por ocho el gasto público dedicado a la capacitación de los maestros. Y si no fuera porque la realidad nos ha hecho recelosos de los dichos de los políticos, ello debería ser motivo de júbilo.
Sin embargo, habrá que ver cómo se invierten los mil 800 millones de pesos que ofreció dedicar a este rubro (frente a 220 que tuvo asignados en 2015).
Hacemos votos porque no se destinen a contratar proveedores externos que impartan dinámicas de superación personal y cursos de relumbrón a cambio de jugosos porcentajes por estas asignaciones.
Como ya se ha apuntado, lo que urge es revitalizar instituciones que en su momento funcionaron con excelencia, como la Dirección General de Mejoramiento Profesional del Magisterio, y no contratar a proveedores de dudosa calidad. Al tiempo.