Javier Peñalosa Castro
No cabe duda que, en el México de nuestros días, la realidad supera cualquier ficción. Un botón de muestra de ello son los dos tráileres con cajas supuestamente refrigeradas y —como el nav´+io del juego infantil— cargadas, cargadas de… cadáveres, que deambularon durante días por varios municipios de Jalisco, cual vehículos en pena, y de forma tal que uno no puede sino evocar los pasajes del imaginario rulfiano y a los misteriosos habitantes de aquellos rincones desolados, poblados más por muertos que por vivos.
Resuenan en el aire voces que evocan a Susana San Juan, a Damiana Cisneros, a Fulgor Serrano, a Miguel y Pedro Páramo; ancianas devotas, arrieros, jornaleros cuya fantasmagórica presencia en medio de espejismos albergados por las ruinas de una Comala también inmaterial, a fuerza de ser tan concreta en su suelo gris, infértil y desolado.
A partir de la declaración de guerra que lanzó el mínimo Felipe Calderón en aras de legitimar su espuria presidencia, el número de muertos por causas violentas se ha disparado hasta niveles insospechados. Si a ello se suman el descuido del régimen y el patrón de “muñeco gobernante”, asumido por Peña Nieto y reproducido por sus caciques , Rodrigo Medina, en Nuevo León, el primer primo, Alfredo del Mazo Maza, en el Estado de México y el inefable Aristóteles Sandoval, en Jalisco — que nada tiene en común con el enorme sabio griego, además del nombre—, tan bonitos como ineptos, tenemos como resultado un número tal de muertos que, literalmente, no caben en los depósitos forenses de entidades federativas como Jalisco, y que generalmente van a parar a fosas clandestinas, a funerarias privadas (como ocurrió alguna vez en Guerrero) y, lo más “novedoso”, apilados a bordo de tráileres mal refrigerados, que terminan por anunciar su contenido a quienes pasan cerca debido a la inocultable descomposición de los cuerpos.
Eso fue lo que ocurrió en Jalisco, donde la falta de presupuesto y la falta de espacio para acumular los cadáveres no reclamados llevaron a algún funcionario del gobierno estatal a suplir la falta de una morgue con tráileres refrigerados para la preservación de cadáveres insepultos. Seguramente el sistema de refrigeración falló, y ello aceleró el, ya de suyo, acelerado proceso de descomposición. El tufo terminó por tornarse cada vez más insoportable, y cual ocurrió durante el cardenalato de Norberto Rivera Carrera con curas pederastas de algunas parroquias, simplemente se fue cambiando el lugar para estacionar estos enormes vehículos, hasta que uno de ellos terminó por atascarse en un predio rústico, ya no pudo ser movido de ese punto, y las quejas de los vecinos magnificadas por las redes sociales motivaron una crisis que terminó por afectar la ya de suyo maltrecha imagen del mandatario jalisciense, que está con un pie en el estribo, y cuyo gobierno fue tan deficiente, que su partido, el PRI, fue arrasado en las urnas por Enrique Alfaro, postulado por Movimiento Ciudadano, y deslindado a la menor provocación de esa franquicia propiedad de Dante Delgado.
Por supuesto, fiel al estilo de los de su clase, Núñez despidió con cajas destempladas al responsable del servicio forense de Jalisco. Más tarde, trascendió que este funcionario tiene una hija desaparecida hace dos meses, que poco había podido hacer para atender la imparable demanda de gavetas para cadáveres, y que estaba en proceso su gestión para disponer de un cementerio para inhumar los restos no identificados.
Dado que el escándalo no cedió, y lo poco que quedaba de la popularidad del gobernador jalisciense, este optó por ofrecer una nueva ofrenda al “respetable”, y decidió sacrificar ahora al fiscal general. Como esta medida tampoco diera resultado, finalmente Aristóteles anunció que, ahora sí, se construiría un depósito refrigerado para los cuerpos no identificados de los cientos de víctimas que deja la violencia en aquel estado.
Llama la atención que, mientras cientos de familiares de desaparecidos imploran por información sobre sus parientes, los servicios forenses están llenos de cuerpos sin identificar. Seguramente pienso de manera por demás elemental y simplista, pero me pregunto si no sería posible tomar fotografías, llenar fichas con descripciones de cada cuerpo, obtener muestras de material genético e inhumar los cadáveres no identificados después de un periodo prudente, en tanto se hace circular a organizaciones de familiares de desaparecidos de las características de los cuerpos no identificados, con la convicción de que, en el momento en que algún familiar lo identifique y pida que se le entreguen los restos, podrá exhumarse el cuerpo del lugar en que se haya sepultado.
Insisto. Seguramente se trata de algo mucho más complicado y costoso de lo que aparenta, y por ello los responsables del resguardo de estos despojos mortales recurren a soluciones tan complicadas como surrealistas y representan escenas que difícilmente podrían habérsele ocurrido al también jalisciense Juan Rulfo. Sin embargo, habría que hacer al menos el intento de hacer las cosas de una manera distinta.
En una de esos, hasta funciona…