CIUDAD DE MÉXICO, 29 de julio (Almomento MX).- El 23 de julio del año 776 AC, comenzaron los primeros juegos olímpicos en Olimpia, Grecia. Organizadas en las planicies de Olimpia, los primeros juegos olímpicos fueron diseñados como un conjunto de competencias atléticas en honor al dios griego Zeus y otras deidades griegas.
Los juegos también eran una suerte de herramienta política, una oportunidad para que las antiguas ciudades-estado griegas resolvieran las guerras civiles, afirmaran la dominación y anunciaran alianzas políticas.
Las antiguas Olimpíadas griegas se realizaban cada cuatro años durante la luna llena del solsticio de verano, para que los juegos se pudieran jugar hasta la noche.
Los juegos no eran para nada abiertos: solo los ciudadanos griegos, libres y hombres, que no estuvieran acusados de asesinato o sacrilegio podían participar.
Con el paso de los siglos, los juegos olímpicos se convirtieron en juegos extremadamente largos, complejos y variados.
Continuaron por casi 12 siglos hasta que el emperador Teodosio prohibió los juegos en el año 393 DC por ser un ejercicio pagano. Los juegos fueron restaurados a fines del siglo XIX.
LA ERA MODERNA
Y llegó el día. Nacían los primeros Juegos Olímpicos de la Era Moderna.
Los dioses del Olimpo volvían a presidir el cielo de Grecia. Habían transcurrido mil 502 años desde el decreto de Teodosio el Grande prohibiendo los antiguos juegos.
Atenas era una fiesta desde el amanecer de aquel lunes 6 de abril de 1896, correspondiente al 25 de marzo del calendario juliano griego. El estadio abrió sus puertas al mediodía y a las tres de la tarde lo abarrotaron cerca de 70 mil personas, mientras otras 10 mil se ubicaban en las colinas circundantes.
Por una amplia alfombra roja hizo su entrada la familia real ovacionada por su pueblo. Un desordenado desfile de los 285 atletas (197 griegos y 88 de los otros 12 países participantes) abrió la ceremonia inaugural, aunque los griegos guardaron una formación en bloque y lo hacían gallardamente.
La multitud hizo silencio y el rey Jorge I, luciendo su vistoso uniforme de general, pronunció la frase: “Proclamo abiertos los Primeros Juegos Internacionales de Atenas, que celebran la primera Olimpíada de la Era Moderna”.
Mientras las salvas de cañón, bandas de música y una masa coral cantaba el himno de los Juegos, el joven de 33 años observó como la bandera griega subía al tope del mástil y centenares de palomas cubrían el espacio. Se estremeció y pensó: “Valió la pena tanto esfuerzo. Vendrán muchos problemas que deberé enfrentar. Al final lograré que la educación y el deporte conformen una unidad”.
Ese joven escuchó otra salva de cañón como anuncio de la primera prueba. Sólo en ese instante, Pierre de Fredi, barón de Coubertin, advirtió que su sueño era realidad: los Juegos Olímpicos de la Era Moderna estaban en marcha.
EL PRIMER GANADOR
El primer ganador fue James B. Connolly, quien con un deplorable y ridículo estilo, se impuso en salto en triple. De esa manera fue también el comienzo de oír asiduamente el himno norteamericano y ver subir a los mástiles la bandera de barras y estrellas.
Tan ridículos como los de Connolly, eran los desplazamientos de su compatriota Robert Garrett en el lanzamiento del disco, una especialidad desconocida fuera de Grecia. Garnett, que se dedicaba al lanzamiento de la bala, estudió los dibujos de las ánforas antiguas y mandó fabricar un enorme y pesado artilugio para ir entrenándose.
En el momento de la verdad se encontró que el disco griego era más pequeño y más liviano. En el calentamiento y en los dos primeros intentos, los movimientos de Garnett eran tan torpes y sus envíos carentes de dirección que el público lo tomo en broma, abucheándolo y riéndose de él.
Pero de la broma al estupor hubo apenas un paso. En la tercera y última oportunidad, Garnett se quedó con el triunfo y toda Grecia se indignó al verse despojada de su especialidad atlética favorita. Y a la vez, el norteamericano se convertiría, al día siguiente, en el primer doble campeón olímpico, al triunfar en bala.
AVENTURA EN EL MAR
Tres pruebas constituían el calendario de la natación, todos ellas de estilo libre. ¡Y tan libres, como que se disputaron en mar abierto!. El escenario fue la bahía de Zea, en el Pireo. Y tanto la salida como la llegada estaban establecidas por barcazas y boyas.
El mar estaba picado y los problemas crecieron por el mal tiempo. La última prueba era sobre 1.200 metros. Tres botes llevaron a los nueve participantes y a los jueces hasta la largada. El mar estaba embravecido y a poco metros de la partida el lote se redujo a cuatro nadadores.
El húngaro Hajas, que había ganado en 100 metros, cuenta en sus memorias: “Para cubrirme del frío unté mi cuerpo con grasa, pero nada podía hacer para contrarrestar las fuerza de las gigantes olas. Era cómodo puntero, pero sentí fuertes calambres cuando faltaban 400 metros”.
“Busqué una embarcación para protegerme y advertí que a mi alrededor imperaba la soledad. Los barcazas se habían ido. Reviví la visión de mi padre ahogándose en el Danubio, cuando mis brazos no pudieron sostenerlo. Entonces, puse todas mis fuerzas en las brazadas y las patadas. Me impulsaba una supuesta imagen suya tendiéndome sus manos. Y sólo cuando toque tierra volví a la realidad, mientras el público me ovacionaba”.
“¡PROFESIONALES!”
Aunque no fue la jornada de clausura el viernes 10 de abril de 1896 fue el día memorable de los primeros Juegos. El día de la maratón, donde los griegos esperaban una victoria compensatoria de haber perdido su prueba clásica: el lanzamiento del disco.
Mientras se cubría la distancia entre Maratón y Atenas, se desarrollaban en el estadio las pruebas finales de atletismo, alternadas con las competencias de esgrima y de lucha grecorromana, para el entretenimiento de la multitud.
Pero el público estaba nervioso, tanto por las primeas malas noticias procedentes de la maratón, como las repetidas victorias norteamericanos, a las que sumaron en esos momentos los triunfos en vallas y salto con garrocha, para exasperar más el ánimo de los espectadores, quienes se unieron en un grito: “¡Profesionales!”, al no comprender esa superioridad y achacar a una supuesta dedicación profesional al abismo que los separaba de los amateurs helénicos.
La bronca se hacía cada vez más intensa, cuando, de pronto, entró un jinete a caballo y anunció la cercanía de los maratonistas, con ¡un griego al frente! Desaparecieron los gritos acusatorios y afloró en toda su dimensión el clamor patriótico.
SPIRIDON LOUIS
La leyenda cuenta que Filípides, el soldado-mensajero, enviado para anunciar la victoria de la batalla de Maratón, había muerto al llegar a Atenas y se ponía en duda si los atletas podrían completar los cuarenta y pico kilómetros de la distancia histórica. Los ensayos previos demostraron que era posible y la maratón fue incluida en el programa.
Hubo 37 inscriptos, 12 desistieron antes de la partida. Entre los 25 restantes sólo habían tres norteamericanos y un húngaro. En el grupo de los griegos había un hombrecillo de 1,63 metros de estatura, que en su niñez fue pastor y luego panadero, albañil y cartero, esto último como si fuese descendiente del mensajero Fílipides.
Se llamaba Spiridon Louis. Al cabo de tres horas de extenuante esfuerzo, hizo su entrada triunfal al estadio, con el número 17 sobre su vestimenta blanca. A modo de escolta, en medio del delirio general, entró un escuadrón de caballería.
El entusiasmo rompió con todos los reglamentos y protocolos. Los príncipes Constantino y Jorge saltaron a la pista, agarrando cada uno por un brazo a Louis y cubriendo con él los últimos tramos de la carrera. La multitud invadió la pista.
Atenas y Grecia vivían su día más feliz, porque Spiridon Louis, el pastor de Marussi, era el sucesor del heroico mensajero de Maratón y la estrella rutilante de los Primeros Juegos Internacionales de Atenas, que celebraron la primera Olimpiada de la Era Moderna
AM.MX/fm
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