Relatos dominicales
Miguel Valera
Salió de El Salvador huyendo de la violencia. Allá dejó una tumba, un hueco en la tierra que le horadó el corazón, ese músculo de 250 gramos que le dio fuerzas para huir, para caminar, para recorrer 4 mil 432 kilómetros y llegar a Tijuana, en donde conoció a mi paisano Tony Lara, quien me contó esta historia. “La verdad que todo lo que vivió me dobló; fue algo muy fuerte”, me dice mi ex compañero de estudios e ideales de juventud.
“Uno aquí se viene a dar en la trompa. Tengo hambre, he pasado frío, esto está horrible. Nos acaban de decir que van a venir por nosotros más tarde. Nos regresaron a las 5 de la mañana. Viera que no aguanto la espalda. Me tocó dormir en el suelo, tan helado. Ando sin bañarme. Estoy arrepentidísima de haberme venido, pero ya no se puede hacer nada, sólo pedirle a Dios. Voy a seguir confiando en Dios, porque esto va a ser su voluntad. Es lo único que yo tengo que hacer ahorita”, le dice a mi viejo amigo.
De Tijuana viajó a Ciudad Juárez, para intentar cruzar por esa zona fronteriza. A Tony se le quiebra la voz al contarme la historia, sobre todo cuando me dice que en uno de los varios intentos que hizo, “los polleros la secuestraron y abusaron de ella; la violaron y la tuvieron encerrada por muchos días. En otra ocasión se cayó y se quebró un brazo”.
El 4 de mayo le escribe: “esto es imposible; van a intentar pasarnos de madrugada; hace mucho frío, más que en el túnel en donde ya estuvimos; hay mucha agua y lodo y nos mojamos. Por eso creo que me enfermé, pero seguimos de pie y con muchas ganas de pasar al otro lado”.
Intentó pasar por el túnel de Ciudad Juárez y no pudo, “por el túnel lo intenté dos veces, pero me agarraron allá adentro. Me tiraron para México. La segunda vez nos salieron los de la migra. Entonces ya dijo el guía que íbamos a intentarlo por el desierto, son 15 horas caminando por el desierto, sin parar. Fue algo bien duro, yo venía bien mojada, con frío, pasé todo ese desierto que ya no aguantaba”.
“A medio camino ya no quería seguir porque mis pies ya no podían más, pero Dios siempre ha sido fiel y cuando él da una promesa él la cumple. No se queda con nada. Dos hombres me agarraron de cada brazo y bendito sea mi padre que Dios los puso, porque por ellos salí de ese desierto. Ya el viernes vine, con mucho resfriado, tenía ocho días de no bañarme y ya estoy aquí, estoy mal del pecho, tengo calentura, me duele la garganta, estoy mal de la presión, me han llevado al cardiólogo, es por tanta cosa que pasé pero sé me va a quitar porque los hijos de Dios no somos enfermos y aquí estoy echándole ganas, un poco triste porque no ha estado toda mi familia reunida. A los que no había visto ya los abracé y aquí estoy echándole ganas”.
Desde Tijuana Tony se congratula. La conoció en el taxi que maneja, conoció a su hijo y a su hermano. Supo que cada salvadoreño paga su “cruce fronterizo” y se compromete a ayudar a otro paisano, lo que no sucede entre los mexicanos, me dice. “Todos ellos se juegan la vida para intentar cruzar el muro que hizo Donald Trump”, me comenta, a 3 mil 079 kilómetros de distancia, desde “la línea” en donde una chica le pidió que le hiciera “el paro” para huir de la violencia y vivir el sueño americano.