Luis Alberto García / Moscú
*El trío de dictadores recurrió siempre al fascismo corriente.
*Ryszard Kapuscinski guarda la invasión a Bielorrusia en la memoria.
*“Alemania siempre arriba” ha vuelto como grito de guerra.
*Reunificación y Copa del Mundo de 1990, fueron riesgo latente.
*El Real Madrid, embajada ambulante del franquismo español.
* “El huevo de la serpiente”, muestra real el tiempo de la ira.
“Multitudes presas del pánico huyen en medio de torbellinos de polvo, todos van y vienen corriendo sin saber adónde ir; pero mi madre sí lo sabe y nos ha cogido a mí y a mi hermana de la mano, y ahora los tres nos dirigimos hacia nuestra casa, porque la guerra nos ha sorprendido en el pueblo de mi tío, junto a Pinsk”.
Ese es un recuerdo de infancia, de 1939, cuando las tropas invasoras alemanas iniciaban su marcha imparable sobre Polonia y Bielorrusia para entrar al pueblo donde nació Ryszard Kapuscinski en 1932, tomado por soldados vestidos de verde en un escenario de gritos, llantos, fusiles, bayonetas y rostros de furia.
Ese fue el mundo al que él entró cuando, quien sería uno de los más grandes periodistas de los tiempos modernos, tenía siete años, nacido en la región de Podlasie, donde confluían las fronteras de Polonia, Lituania y Bielorrusia.
Empezaba la Segunda Guerra Mundial, y a ello obedecían los temores que siempre lo hostigarían, al recordar las acciones del general Wilhelm Kube, comisario de las SS nazis en Bielorrusia, y Oskar Dirlewanger y sus tropas homicidas como sus verdugos personales y de cabecera.
Por esa tragedia guardada en la memoria, fue que Kapuscinski escribió e fines de 1990:
“La reunificación y la caída del muro de Berlín en 1989, y la obtención del Campeonato Mundial de futbol en solamente un año es más de lo que Alemania merece y más de lo que podemos tolerar”, afirmó con indignación uno de los grandes periodistas polacos del siglo XX.
Es el autor, entre una docena más de libros, de “Las botas”, “El emperador” y “El Sha”, “Ébano” e “Imperio” –que retrata los últimos años de existencia de la Unión Soviética después de su extinción-, corresponsal de guerra en todos los frentes imaginables, el “enviado de Dios”, como le decíamos sus amigos.
Expresó ese punto de vista en septiembre de 1990, luego de que, el 8 de julio de ese año, el equipo representativo de Alemania se coronó campeón mundial en el torneo celebrado en Italia en julio de ese año, cuando el cuadro germano venció (1-0) a Argentina, marcador que se repetiría el 13 de julio de 2014 en Brasil.
La anotación fue lograda en el estadio Olímpico de Roma por el defensa Andreas Brehme un cuarto de hora antes de acabar el juego, y de inmediato los factores políticos emergieron como temas preocupantes que, hoy como en el pasado, se hacen presentes, traducidos en violencia y en ultranacionalismo temible alentado por los gobiernos de Italia, Hungría y Austria.
Ésos y otros elementos se dan a partir de la pasión desenfrenada que provoca el futbol, con la aparición de vándalos que se hacen llamar “hooligans” en Inglaterra, “fanats” en Rusia, “barras bravas” en Argentina, “torcidas organizadas” en Brasil, “skin heads” en Alemania y “tifossi” en Italia, grupos siempre dispuestos a protagonizar desmanes, destrozos y a crear tensiones entre gobiernos y comunidades.
Kapuscinski explicaba que, con el pretexto del júbilo futbolístico, siempre se organizan festejos que son capitalizados políticamente por grupos económicos de derecha y gobiernos que, así, reafirman su postura agresiva ante el mundo: “Alemania siempre arriba ha vuelto como grito de guerra”, refirió.
El colega polaco ejemplificó con la reunificación alemana de noviembre de 1989: “Eso y el triunfo mundialista en Italia, nos hacen ver que, como unidad nacional, Alemania pretende ser primera potencia mundial nuevamente, y la extrema derecha y sus partidos filiales plantean la posibilidad real de que resurja el nacional socialismo de la década de 1930, cuando política y deporte se llevaron tan bien”.
También se refirió a los grupos nostálgicos del nazismo y a sectores sociales identificados con la ideología hitleriana, con lo cual Alemania podía tomar un rumbo no programado entonces por el régimen de Helmuth Kohl.
“En estos tiempos –decía Ryszard Kapuscinski- ya no es únicamente el prestigio deportivo lo que está en juego, sino el de una nación entera, con la enorme posibilidad de que otra vez Alemania gane el Mundial USA 94”.
Por suerte no ocurrió así, porque ese torneo mundialista lo ganó Brasil al vencer (3-2) a Italia el 17 de julio de 1994 en el Rose Bowl de Pasadena; pero la historia registra casos que fueron perfectamente utilizados por los gobiernos para engrandecerse bajo el influjo de sus líderes histriónicos y delirantes.
El primero de ellos fue Benito Mussolini, quien entre 1922 y 1941, impuso a los italianos una ideología acompañada de una teatral, pueril e ingenua confianza en los destinos fastuosos de su país, aferrado a la idea de resucitar a la Roma de los Césares imperiales.
El grito “Viva l´Italia” se escuchaba como mantra dentro y fuera de la península, de la nación que acabó pobre y derrotada, que finalmente acabaría como él y su amante Claretta Petacci, cuando ambos fueron colgados de los pies en una plaza pública como víctimas de una de las más grandes operetas y tragedias de su existencia.
En lo deportivo, la Copa Jules Rimet de 1934 no pudo permanecer al margen de la política: la bella Italia logró la sede con la influencia determinante y el poder omnímodo de Mussolini, quien ordenó al general Humberto Vaccaro, máximo dirigente del balompié nacional en aquellos tiempos:
“No sé lo que usted haga; pero Italia debe ser campeón del mundo”, de modo que Vaccaro se vio en la “obligación oficial” de hacer ganar al equipo azzurri, haciendo extensivo el recado a Vittorio Pozzo, el entrenador de la Nazionale, y a los árbitros que toleraron la violencia bestial e indiscriminada que aplicaron los italianos a sus rivales, también amenazados de muerte.
Lo ocurrido en España en la década de 1960 es otro caso de manipulación, época en la cual Alfredo Di Stefano, argentino naturalizado español, obtuvo con el Real Madrid la Copa Europea de campeones –de 1961 a 1965-, cuando el equipo blanco sobresalía con diamantes del brillo de Luis del Sol, Miguel Muñoz, Francisco Gento, Raymond Kopa y Ferenc Puskas.
Los merengues madridistas contaban con el apoyo absoluto de Francisco Franco, el hombrecillo que accedió al poder en abril de 1939, luego de una guerra civil que costó un millón de muertos e igual número de exiliados: “La dictadura había encontrado una insuperable embajada ambulante”, escribió el uruguayo Eduardo Galeano en “El futbol a sol y sombra”.
Con el tiempo, Santiago Bernabeu, propietario del Real Madrid, lo engrandeció y lo puso como el mejor club de una España cuyo régimen político fue prototipo del fascismo que utilizó al deporte para esconder la miseria de un pueblo que lo resistió hasta recuperar la democracia secuestrada en 1936.
“Todo tiene una interpretación política -decía el periodista de la Agencia Polaca de Prensa, residente en México de 1968 a 1972-, y por eso habrá nerviosismo, temor a que la reunificación y el extremismo vuelvan a potenciar a Alemania, haciendo renacer los nacionalismos que han resultado tan dañinos a la vieja Europa”.
Kapuscinski comentaba días después del triunfo alemán sobre Argentina en Italia: “Esperemos que esas expectativas sean falsas y no se conviertan en realidades, como aquella que retrató Ingmar Bergman en su obra maestra del cine, “El huevo de la serpiente”, cuya trama se desarrolla en el Berlín de 1923, cuando empezó a incubarse en el pueblo germano una grandeza ficticia, las larvas que, como en esta época de futbol manipulado, aparecen los falsos orgullos nacionalistas, los mismos que ha puesto al género humano al borde del exterminio”.
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