De memoria
Carlos Ferreyra
Harto de no poder ver bien las campañas presidenciales pero dentro de mi bruma visual intuyo un gran desorden de ambos lados, una carencia de imaginación absoluta y un argüenderío sin ton ni son alrededor.
Pude más o menos ver la manifestación monstruosa en el zócalo, identifique los arcos de la ciudad de Morelia y la plaza principal de Querétaro. En los tres casos la gente yendo, viniendo sin orden preciso y de vez en cuando garrote en mano agrediendo a tirios y troyanos.
En el zócalo un joven cae de bruces despatarrado después de recibir una tanda de bastonazos. Nadie lo defendió, desmayado como estaba, lo dejaron tirado sin auxilio y el resto de los que aparecen en las imágenes, preocupados apuran el paso para no perder su participación en el jelengue.
Por todos lados aparecen tontitos con sus teléfonos encendidos, grabando escenas, haciendo comentarios como si estuviesen transmitiendo y entrevistándose unos a otros.
La verdad ha convertido en un horror la vida pública en el país donde nadie recuerda siglas, partidos, tendencias. Una mezcla infame de neuronas desbocadas, de gente que ni siquiera sabe de qué lado está en ese momento porque quizá el siguiente se encuentre con los de enfrente y participe con ellos, ha sido el signo distintivo no sólo de la campaña presidencial sino en general de la vida pública.
Del suspirante varón ni una palabra que decir, sujeto balbuceante triste caja de resonancia de Dante Delgado a quien lo único que le importa es garantizar la permanencia de su negocio personal, el movimiento ciudadano y la posibilidad de negociar cargos políticos que le representen, además, un buen ingreso.
De las dos presuntas punteras, una sigue brincoteando como niña de kínder y sacando a relucir todos los días una nueva cobija en forma de túnica que la desdibuja como persona. Quizá, nos gustaría como presidente, pero sin disfraces ni actitudes infantiloides.
La otra que no haya cómo borrar la imagen de la guadalupana arrastrada por ella en una falda mugrosa, no bastan sus manifestaciones de fe interna mientras se toca el pecho. Ahí también cabe la estrella de David.
Insoportables sus gestos y manoteos como de pejelagarto a punto de emprender el vuelo y la repetición de discursos manidos que ya no le dicen nada a la gente.
Lo más horrible de todo esto es la proliferación de informadores, locutores y analistas de vocación que aparecen por todas las redes, se cruzan en las calles y se dejan ver como si fuesen profesionalmente periodistas.
Eso me tiene horrorizado que alguien piense que mis 60 años corriendo tras la noticia, buscando zonas de conflicto y defendiendo causas populares, puede resumirse en un teléfono llamado inteligente pero que no piensa, y su portador quiere imagen, apariencia y nada más.
Cuando hago referencia a mi largo deambular en pos de la información, pienso en guerrilla, en golpes de estado, en guerra entre naciones hermanas, en expulsiones arbitrarias de países, en detención y presuntos encarcelamientos antes de proceder a echarme de un país y me pregunto: ¿Y todo eso para qué?
Hoy cualquier desfachatado, cualquier persona ayuna de neuronas se promueve y aparece, de hecho brinca, en las pantallas cuando uno menos lo espera. Son muy aficionados a interpretar hechos y circunstancias del día.
Curiosamente a este gremio de horrorosos nunca se le ocurre ocuparse de las verdaderas tragedias de este país, a diario puede uno encontrar asesinatos a balazos, a garrotazos y quedan nada más como un brinco ilustrativo en medio de la sabiduría de tanto ganapán.
Como consta a los lectores este nuevo mundo tan fuera de mi comprensión solo me deja la nostalgia y el recuerdo para seguir publicando mis comentarios “De memoria”