Por: Armando Ríos Ruiz
“¡Acapulco se acabó! Sentencian analistas de lo que ocurre en el puerto guerrerense, después del más enconado ciclón que pisó esas tierras y arrastró con ellas a más de 40 poblaciones que no merecen la atención del gobierno federal y mucho menos del local, que se escondió, contrario al carácter de los guerrerenses, en la decisión más cobarde de que se tenga memoria: en alguna cueva desconocida y alejada del compromiso de dar la cara ante la tragedia.
“¡Tenemos Tora!” era el grito que se escuchaba, en alusión al mote de su padre, El Toro sin Cerca, copiado a un gatillero de la Costa Grande nacido en la población conocida como Los Arenales y muerto hace muchos años, cuando fue impedido para competir por el cargo de gobernador. Los entusiastas seguidores se conformaron con la suplente o con la hija, en espera de un hueso para roer.
Y desde la llegada de “La Tora”, guerrero aceleró su descomposición gracias a su tolerancia con el crimen organizado, que abarcó el puerto sureño, convertido en La Meca guerrerense, a donde todos los nacidos en esa entidad querían ir en pos de un trabajo, principalmente en la rama turística, una de las principales actividades remuneradoras e inclusive dadoras de cultura en el aprendizaje de nuevos idiomas, gracias a la convivencia con extranjeros.
Y eso de Acapulco se Acabó es hoy una realidad. No volverá a ser como antes, por más que desde la tribuna del Presidente se diga que va a salir adelante, al tiempo que niega la ayuda a otras poblaciones que igualmente sufrieron el embate del gigantesco meteoro. El gobierno federal no puede con todo, por más que se apropie de fideicomisos y pida prestado para entregar cuentas difíciles de superar a quien sea que llegue en su lugar.
Acapulco empezó su declive hace muchos años, cuando las hordas criminales hicieron presencia y comenzaron a sembrar el terror en diversos rincones del estado, principalmente en Acapulco, por ser la ciudad más poblada y adinerada. Pero aceleró su proceso desde la llegada de esta administración, con promesas hechas en la entidad, de amnistiar a los rufianes y con la complacencia de los mismos, que se han apoderado de todos los recovecos.
Mientras, el Presidente no ha hecho más que exhibir sus limitaciones, desde que supuestamente intentó arribar al lugar devastado a bordo de una camioneta. Es decir, hizo publicitar su decisión de enfrentar el caos que no discurrió en alertar un día antes, cuando se hablaba del poder que podía alcanzar y que afectaría, no sólo al Puerto, sino a toda la costa guerrerense.
Se encaminó a Guerrero por tierra, obviamente con la intención de no llegar al lugar de los hechos. Cualquiera en todo el planeta que se asomara a las redes sociales, sabía que era imposible llegar de esa manera por el deterioro en varios tramos de la carretera. En Acapulco se dijo que jamás pisó ese suelo. Luego entonces, se trató de un teatro sólo para cubrir las apariencias.
Después utilizó su tribuna mañanera para hacer lo que mejor le sale: denostar al pasado en largos soliloquios. Desprestigiar a ex presidentes y a otros personajes, como el jovencito ceñido a las faldas de la madre, que no pierde el tiempo para acusar ante ella a quien le mostró la lengua.
Hoy, después de varios días, sólo le gustaron Acapulco y Coyuca de Benítez para tenderles la mano. Los otros poblados que se rasquen con sus uñas. Y eso que escasas dos semanas antes, la Costa Grande fue también ultrajada sin misericordia por el ciclón Max, que había causado severos daños sin que ninguna autoridad volteara a verla con algo de compasión.
Como si se tratara de esas hordas que acechan de noche y de día en toda la entidad, el huracán Otis fue el tiro de gracia para esos lugares olvidados, que hoy tienen que hacer acopio de esfuerzos para sobrevivir. Para volver a levantarse, pero sin la ayuda de su gobierno, que ya anuncia dádivas pecuniarias para conservar su popularidad. Esto es lo que verdaderamente le importa.
Una entrega de Latitud Megalópolis para Índice Político