Desde hace mucho tiempo se debate en México si la impunidad es peor que la corrupción. El litigio, puesto sobre el tapete de las discusiones, tiene vieja raigambre en los foros judiciales.
Personajes célebres como El hombre del corbatón, aquél personaje jurídico de principios del siglo pasado que defendía a los indigentes ante tribunales de todo tipo, presumiendo su inocencia ante un sistema injusto, ¿vuelve a refrendar sus fueros?.
Todo mundo aplaude que llegue a presidir las mesas inquisitoriales de la ley una nueva generación de abogados, ministerios públicos y jueces que argumentan, vienen a refrescar los criterios de la aplicación de la justicia, monda y lironda, ahora sí, sin adjetivos que la mengüen.
Una nueva comalada de salomones, ulpianos y licurgos, vienen a sustituir a los tenebrosos y corruptos Sánchez Vargas, Ferrer Mc Gregor, Flores Sánchez y demás paniaguados tenebrosos del sistema inquisitorial que, sin deberla ni temerla, encarcelaron en Lecumberri a casi toda mi generación, por el “delito” de protestar y disentir.
Cambia todo el sistema penal para, en base al “sistema acusatorio”, presumir inocencia en los acusados, para acortar períodos en procesos, para suplir las deficiencias en las defensas de los inculpados, para llevar los juicios por la vía oral, en público y con garantías efectivas, según pregonan.
Hasta ahí, todo va bien. El camino del país hacia el actual fracaso del Poder Judicial estuvo plagado de buenas intenciones, hasta de ideas rutilantes, que rechinaban de limpias. Falta que pasen la prueba más grande de todas, la de la impunidad.
El estrepitoso derrumbe de los conceptos y gastos faraónicos de “cárceles abiertas”, ” readaptación social de sentenciados” y el más vergonzoso, el de los “penales de máxima seguridad” para los reclusos más ofensivos del mundo, fueron flor de un día en el océano de la corrupción mexicana.
Bastó sólo un gesto de justicia social en el acosado gobierno del Distrito Federal, cuyo Jefe instruyó la liberación de “delincuentes” menesterosos, procesados y sentenciados por el delito de robar para comer y sobrevivir, para que se prendieran todos los focos de alerta de las “buenas conciencias” y empezar a ponerse las pilas.
El Chapo salió como torero: por la puerta grande
La fuga del “criminal más buscado”, ícono de los trasegadores, ídolo de las multitudes gruperas que suman millones en el país, deshizo de un soplido todo el castillo de naipes de los blindados y custodiados sistemas de seguridad interior, nacional, judicial y penitenciario del país.
Nadie, ni el más ingenuo de los mexicanos, cree en la especie de que El Chapo se fugó en motoneta como Steve Mc Queen, (en “El gran escape”) bajo un túnel subterráneo de kilómetro y medio, construido durante meses — sin soportes cupulares, a cincel, martillo, taladro y satélite– sin molestar el sueño ni la convivencia diaria de los reclusos, pero sobre todo de los guardiane$ de Almoloya.
Todos apuestan a ganar y juran por ésta, en cualquier reunión de convite, que el moderno Chucho el roto salió como cualquier torero en su tarde de consagración, a hombros de los fanáticos y por la puerta grande.
Globalización, el peor enemigo de los trabajadores
Hubo un tiempo en que, gracias a las promesas que nos hicieron acerca de que el sistema de seguridad pública y seguridad nacional eran tan funcionales que llegaríamos a prescindir de los centros de castigo, llegamos a creer que estábamos más seguros que el ratón Mickey en Disneylandia. Pero la promesa nunca se concretó en la realidad.
Todos los hombres legendarios se burlaron de la castidad y del honor de los hombres de bien, haciéndoles creer que el sistema de seguridad era como un bunker a prueba de todo, construido con los más eficaces procesos de seguimiento y salvaguarda.
Se corroboró al paso del tiempo que nada era cierto. Que cuando agarraban a una presa más grande que un charal, era gracias a la intervención satelital y de las fuerzas armadas del exterior “acreditadas” en México.
Que nuestras fuerzas de seguridad nacional sólo servían para despojar a campesinos de sus tierras, para masacrar obreros y estudiantes y para rendirle pleitesía a los poderosos. Nada más, pero nada menos, como decía el romancero español y se lo atribuían a Jesús Reyes Heroles.
Tienen dos grandes pretextos: cuando no se rinden al lema “plata o plomo”, alegan que se pliegan a la globalización, el peor enemigo de la clase trabajadora, los pensionados y hasta de los pequeños empresarios. Así, preguntan los custodios de la Nación ¿pa ‘donde hacerse?
Según los titanes “de titanio” de la seguridad nacional, las cosas se complicaron y después hubo que seguirles los pasos a los malcriados, desde las entradas de las fronteras y de los puertos marítimos hacia los grandes centros consumidores de la República.
Se cayó en el ridículo –disfraz de la impunidad– de pensar que una institución era más efectiva en cuanto mejor combatía el trasiego por los métodos policíacos, con archivos, identidades, huellas decadactilares, curriculum de los criminales, etc.
Podían llegar –con auxilio de la DEA en México– a detectarlos, procesarlos, encarcelarlos, pero ¿y adónde nos llevó procesar o reencausar a miles de criminales?
La crisis más profunda es la de la impunidad
¿Qué es lo que se estaba combatiendo? ¿Queríamos llegar a una sociedad punitiva y vindicativa en estricto sentido? ¿Podríamos lograrlo si nunca hubo el suficiente dinero para construir las decenas de cárceles que hacían falta?
Con tres dedos de frente se podía llegar a la conclusión que era más importante saber, en términos de estricta seguridad nacional, otras cosas que de verdad nos laceraban como pueblo.
Era más importante saber qué pasaba en la cotidiana destrucción del sistema financiero nacional, en el hurto del circulante monetario, que perseguir todas las actividades juntas de los trasegadores de droga, órganos humanos, armas y partes vehiculares.
Ah, no. Les interesó más aplicar el nefasto programa de “fronteras inteligentes” que saber quién iba a pagar con los puntuales cobros del Fobaproa, quién se quedaba con los bancos del sistema nacional de pagos. Cómo nos doblábamos ante los gringos en su guerra contra las drogas.
Es ridículo en extremo que todavía no se haya definido en la vida cotidiana lo que es materia de la seguridad pública y lo que forma parte de la seguridad nacional. Es recurrente observar cómo los dos tipos de autoridades incursionan en materias vedadas para una y otra.
Sin seguridad pública no hay gobernabilidad y sin un marco adecuado de seguridad nacional no hay mañana posible. Urge replantear todo esto, porque desde hace mucho el problema ya nos rebasó y nos exhibe como ñoños internacionales.
Sobre todo en el marco multi-crisis que vivimos: económica, política, de liderazgo, de identidad, fiscal, de globalización, legal, de justicia, de partidos políticos, del Ejército, de la Iglesia, de las escuelas y de los medios de comunicación, entre otras crisis más profundas, como la de la impunidad.
La corrupción, hoy en la cima de todos los poderes
Combatir el grave problema de la impunidad, más grave que la corrupción, y luego construir todo lo demás, so pena de condenarse otra vez al fracaso y caer en la mafiocracia, donde el autoritarismo no lo impone el Estado, sino las organizaciones criminales que ocupan ya todos los vacíos de poder.
Los hábitos se convierten en costumbres y éstos en leyes. Si queremos cambiar las leyes hay que reformar las costumbres. No es sensato modificar la ley, si previamente no se modifican los hábitos de la corrupción, hoy en la cima de todos los poderes.
El cambio empieza por uno mismo. Un sistema político que no considere primigenia esta tesis, no podrá operar jamás. Los sistemas de seguridad pública están rebasados por la dinámica de la realidad.
Ya no puede operar un sistema desprendiéndolo de un marco de análisis permanente, porque los desafíos delictuosos cambian constantemente. ¿Quién iba poder prever hasta hace unos meses que el verdadero reto para la justicia iba a provenir del interior del aparato?
¿Quién es el valiente que empieza a aplicar la ley para sanear el ambiente y acabar con la corrupción y la impunidad, si los primeros corruptos e impunes son los mandamases del sistema? ¿Quién se avienta a lanzar la primera piedra contra los intocables, si ellos son la autoridad más alta?
¿Quién se avienta a limpiar el cochinero, si ya el primer fiscal del aparato administrativo, el minúsculo Virgilio Andrade ya dijo que en ningún caso bajo estudio, hay conflicto de intereses?
¿Quién se avienta a enjaular a Ruiz Esparza, a Lozoya, a los miembros de la Comisión subastadora de hidrocarburos, si han sido exonerados públicamente por el tribunal de comentócratas y de la letra impresa?
¿Quién responsabilizará a los miembros de la Comisión Nacional de Seguridad, si ya los ratificaron para que averigüen la vergonzosa salida de El Chapo, porque “las renuncias no se ofrecen ante la crisis? ¿Cuál es su concepto de crisis?
Nadie puede enjuiciarlos, porque en México, la impunidad es la reina de las pruebas y los gerifaltes sus profetas.
Entonces, ¿por dónde empezamos? No hay de otra: por encarcelar a los mozos, a los carteros, al que por hambre roba un pan.
¿Y la impunidad?
Esa, no existe.
El delito del que todos somos culpables, es el de ser inocentes, por eso los inocentes están en la cárcel.
Índice Flamígero: Sobre Donald Trump, El Poeta del Nopal nos regala estupendo epigrama: “Un vecino de aspecto impresentable, / un magnate exhibiendo su pobreza, / un enano de pies a la cabeza, / un racista feroz e insobornable; / un misógino cruel y poco amable, / un felón que no deja hueso sano, / un campeón en el rudo mano a mano, / un corsario con una pata coja / y al final, oh terrible paradoja, / ¡es un asno con look republicano!”.
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-y el “acosado” jefe bien podria responder x algun inocente enbotado para encubrir a un culpable de sus cercanias. acosado x los ciudadanos en el hartazgo con su mal gob y protagonismo, xq la prensa ah como lo arropa. con 3MIL MILL PS c/10 meses x el aumetno al metro y no funcionan ni las camaras de vigilancia. ah pero mando a reserva el expdte de la L12, curioso, si lo q quiere es pegarle a la “beba” ummm. basurita el tinlarin.