Diario de un Reportero
Ramsés Ancira
No es necesario ser científico para darse cuenta de lo obvio: diariamente mueren en Estados Unidos 10 veces más personas que en México, la mayoría latinos y afroamericanos. Esto sería lógico si tuviera mil millones de habitantes, pero no es así, en consecuencia, Anthoni Faucci, su responsable epidemiológico, hace un trabajo deficiente o no le dejan hacerlo, y lo peor es que podría contagiar a las autoridades mexicanas, si estas se adhieren a las reglas sanitarias del vecino país del norte.
El camino de Faucci es esperar a que se desarrollen nuevos medicamentos para atender a los enfermos; como esto puede tardar años, mientras tanto podrían morir millones.
Sí puede existir intención política cuando el New York Times dice que en México se reportan menos muertos por COVID que los existentes en Estados Unidos. Desde la soberbia ¿cómo puede ser posible que un país como el nuestro, con tan alto número de diabéticos y obesos, y bastante más pobre, tenga un 10 por ciento de los muertos que se registran en Estados Unidos?
Una posible razón es que la Unión Americana tiene prácticamente el triple de población de México, 328 millones de habitantes; pero aun así la diferencia de muertes es más pronunciada. En ese país habían muerto por COVID casi 79 mil personas, mientras que, en México, al 9 de mayo se contabilizaban 3 mil 353. Esto representa 23 veces menos, o en otra forma de medición, por cada 100 muertos en la Unión Americana había 4.5 defunciones en México.
De casi cuatro millones de contagios en el mundo, prácticamente una tercera parte se concentra en Estados Unidos, 1.3 millones.
Existen muchas publicaciones científicas que aseguran que el uso de hidroxicloroquina no ha sido suficientemente probado; lo mismo se dice del tratamiento patentado como Transferon por el Instituto Politécnico Nacional y que ha sido estudiado durante 40 años por la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas; sin embargo, en ambos casos se han dado múltiples reportes de que han contribuido a sanar a personas afectadas por el virus.
Entonces hay que elegir entre dos males: A la fecha, 10 de mayo de 2020, la letalidad, (palabra elegante para muerte) de enfermos graves de COVID en México, es del 10 por ciento, un porcentaje mayor que el promedio mundial.
En el Factor de Transferencia aplica un mecanismo idéntico al del SIDA, pero en sentido contrario. Si en la enfermedad de transmisión sexual la Inmunodeficiencia se Adquiere, en el tratamiento que experimenta el Politécnico Nacional la inmunidad (esto es, la capacidad del cuerpo para no contagiarse) también se adquiere.
Esto es posible al transferir moléculas de individuos inmunes, porque ya superaron la enfermedad, a personas que no la han padecido.
Pero aprobar estos tratamientos requiere una autorización de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios COFEPRIS), una institución mexicana que no debería esperar a que la FDA (La administradora de alimentos y medicinas en Estados Unidos) les de su beneplácito.
Mientras tanto, en Israel ya empezaron a construir las instalaciones para la producción de una vacuna contra el Coronavirus. No se van a esperar a ver si funciona o no, están pensando positivamente y considerando que lo van a lograr.
Por otra parte, como ocurre con el tratamiento a los pacientes de SIDA, los científicos de Hong Kong están considerando que para combatir el COVID no se utilice un solo medicamento, sino una mezcla de varios: Lopinavir y Ritonavir, que ya se usan contra el Virus de Inmunodeficiencia Humana; Interferon, que tiene el mismo principio del tratamiento que desarrolla en México el Instituto Politécnico Nacional; y Ribavirin. Esta mezcla de medicamentos ya ha sido puesta a consideración de la comunidad científica por la revista The Lancet.
El punto, para resumir lo hasta aquí expuesto, es confiar en los investigadores mexicanos, saber cuáles son sus propuestas para el tratamiento del COVID, y no esperar a que las soluciones vengan de Estados Unidos, Israel o Hong Kong, por mencionar algunos países que lidian con el problema.
Un ensayo publicado por Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, establece que Cuba, es el país que más contribuye en el mundo al combate a la pandemia con más de 30 mil médicos diseminados en más de 60 países. La isla también aporta su versión del medicamento para transferir la inmunidad, el Interferón Alfa 2 B.
Destaca Ramonet que los países que quisieron ahorrar dinero reduciendo la inversión en salud pública, como Estados Unidos (y cita al reportero investigador y divulgador científico David Quammen) ahora gastarán billones de dólares en respiradores, unidades de cuidado intensivo, guantes y mascarillas.
Dentro de sus limitaciones económicas México está haciendo muy bien en no depender únicamente de Estados Unidos. Fue Juan Ramón de la Fuente, embajador de nuestro país en la Organización de las Naciones Unidas, el intermediario para hacer llegar una propuesta del presidente López Obrador y el canciller Marcelo Ebrard para que en todo el mundo hubiera acceso a las medicinas y a la información científica. De los 193 integrantes de la ONU, 179 países se habían sumado a la propuesta antes del 10 de mayo. Entre las naciones que se adhirieron figuran gobiernos conservadores como los de Israel y Gran Bretaña. ¿Puede adivinar quien no firmó? ¡Claro que sí! es fácil: Estados Unidos
La resolución 74/247: establece la Cooperación Internacional para asegurar el acceso global a las medicinas, vacunas y equipo médico para encarar al Covid 19. (Si desea leer de la fuente original cuáles son los países que apoyaron a México le recomendamos seguir este enlace de la librería digital de Naciones Unidas https://digitallibrary.un.org/record/3858644?ln=en)
Posteriormente, México se sumó a una propuesta de la Primer Ministro Noruega, Erna Solberg para participar en el equipo internacional que investiga una vacuna contra el COVID 19. No sólo eso, nuestro país contribuyó con un millón de euros y designó a investigadores de la Universidad Nacional Autónoma de México y del Instituto Nacional de Nutrición para participar en los protocolos.
Más allá de las deficiencias que ofrezca el sistema sanitario de Estados Unidos, lo peor que pudiera hacer México es seguir su modelo económico, absolutamente ajeno a la solidaridad:
Dice Ramonet y dice bien: “El concepto de ‘seguridad nacional’ debería incluir, a partir de ahora, la redistribución de la riqueza, una fiscalidad más justa para disminuir las obscenas desigualdades, y la consolidación del Estado de bienestar. Se desea avanzar hacia alguna forma de socialismo. Es urgente, a nivel global, la creación de una renta básica que ofrezca protección a todos los ciudadanos en tiempos de crisis… y en tiempos ordinarios”.
La Renta Universal Básica, valga la redundancia, será básica para reducir la criminalidad que sobrevendrá a la pandemia debido a los empleos perdidos. Ya lo advirtió así el historiador israelí Yuval Noah antes de la pandemia y se basó en la pérdida de trabajos que traerá la tecnología en los próximos años.
En México ya hay una iniciativa de crear este ingreso mínimo para todos los ciudadanos y es necesario aprobarla a la brevedad posible.
Si las clase medias y altas siguen pensando que las becas y transferencias de dinero a grupos vulnerables son una forma de “mantener huevones”, que aguarden, porque serán las primeras víctimas de un caos, desorden o confusión absoluta que todavía se pueden prevenir.
Solidaridad, empatía, distribución…y más solidaridad
Si damos credibilidad a una de las teorías más difundidas, en menos de 100 días un murciélago infectó a un pangolín que luego se comió un ser humano; ocurrió una epidemia en Wuhan, China y al llegar a los cinco continentes se convirtió en pandemia. El virus se transforma rápido y los seres humanos tendríamos que ser aún más veloces para cambiar también, retomar la filosofía de Terencio “Nada de lo humano me es ajeno”
En una entrevista el aclamado historiador Yuval Noah, lo expresó en estas palabras: “Tenemos que proteger a todas y cada una de las personas en todos y cada uno de los países. Una mutación en Wuhan, Teherán o Milán también es una amenaza para la vida de todos nosotros. No debemos seguir viendo la salud y la prevención como cuestiones nacionales. Que los iraníes tengan una mejor atención médica también protege a los israelíes, a los americanos o a los alemanes. Por desgracia, en el mundo mucha gente relevante todavía no lo ha entendido”.
Del presidente Donald Trump se puede predecir qué desacreditará a los científicos y epidemiólogos, como ya lo hizo cuando hablaron del calentamiento global.
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza advirtió desde 2016 que la caza de pangolines ponía a este animal en peligro de extinción. No solo continuaron comiéndoselo sino utilizando sus escamas, como parte de la medicina tradicional, para la supuesta cura de enfermedades como asma, reumatismo y artritis.
Vale aquí la pena citar lo escrito por Azucena Martín para la publicación electrónica hipertextual: Somos los humanos los que cometemos errores como comprar animales en el mercado negro o comer carne que no ha pasado los controles sanitarios pertinentes.
En conclusión: El problema no es la globalización, más bien, la globalización es la solución. Esta es inevitable y se produce desde que los descendientes de Lucy, quien vivió en África hace más de tres millones 180 mil años, empezaron a viajar a lo que hoy es Asia, luego a Europa, América y Oceanía. Los fenicios marcaron un hito, y otro, Marco Polo, cuando fortaleció la ruta de la seda entre China y Venecia (Italia aún no se unificaba en el siglo XIII).
México es la decimoquinta economía del mundo y no se prevé que esto pueda cambiar mucho después de la pandemia, inclusive podríamos mejorar si se aplican las políticas adecuadas de redistribución de la riqueza y más inversión en investigación, salud pública y educación.
La propuesta de este diarista no es sólo que dejemos de esperar de Estados Unidos la solución a nuestra parte del problema, sino que confiemos más en nuestros científicos e investigadores; que seamos más abiertos a confiar en nuestro ingenio y capacidades.
Me vienen a la mente dos anécdotas, la del cirujano mexicano que, desesperado por no poder atender una hemorragia durante una cirugía, se acordó que traía en la bolsa un tubo del pegamento kola loka, aplicó una gota del líquido y detuvo la pérdida de sangre. La otra, cuando se convocó a personas con un mínimo de estudios de licenciatura para concursar por el honor de convertirse en el primer astronauta mexicano y resultó que se recibieron cientos de postulantes de personas con doctorado, resultando seleccionado Rodolfo Neri Vela, nativo de Guerrero, uno de los estados más retrasados del país y quien sin embargo contaba con un doctorado en comunicaciones y electrónica.
Reconozco que puede ser un razonamiento que puede pecar de ingenuo, pero el problema médico y biológico del coronavirus no está lejos de las capacidades de nuestros especialistas, quienes a su preparación científico añaden su ingenio “a la mexicana”.