Historias para armar la historia
Ramsés Ancira
La serie Ingobernable del equipo creativo que encabezan Epigmenio Ibarra, y actoralmente Kate del Castillo llega a parecer chocante por maniquea, por meterse con las instituciones y quizá, sobre, todo porque no parece dejar ninguna esperanza en que haya alguien capaz de salvar a México del crimen organizado, infiltrado en las más altas esferas del ejército y el gobierno.
Los capítulos que se pueden ver prácticamente de un tirón en Netflix y que empiezan a llegar al clímax a partir de los dirigidos por Pitipol, seudónimo con el que es conocido Pedro Pablo Ibarra, hermano de Epigmenio, hacen trizas la leyenda de que en México son intocables el Ejército y el Presidente de la República, así sea en la ficción. Pero así como son de chocantes, también resultan casi rosas comparados con la realidad.
Basta revisar algunos acontecimientos, el primero de todos: la incapacidad del gobierno mexicano de esclarecer el caso de 43 normalistas desaparecidos en Ayotzinapa, el asesinato de Julio César Mondragón; de un adolescente futbolista y varias víctimas colaterales que en total alcanzan el medio centenar.
Un sicario contratado para cometer un asesinato y luego declarar que se lo mandó el presidente municipal más querido de todo el Estado de Morelos, Cuauhtémoc Blanco; un periodista septuagenario, que trabajaba para un medio digital de mediana importancia en Baja California Sur, asesinado en el centro comercial a donde acudió con su esposa de compras; el quíntuple asesinato de la Colonia Narvarte, cometido por torturadores criminales de alta escuela y que el gobierno de Miguel Ángel Mancera se ha resignado a “resolver” con chivos expiatorios; o la zona militar que fue capaz de perseguir y asesinar de un culatazo en la sien a Genaro Vázquez Rojas, pero que hoy deja hacer a Los Tequileros, impunes desde el asesinato y tortura del sacerdote Ascensión Acuña Osorio, levantado de su parroquia el 21 de septiembre de 2014.
Juntos o por separado estos hechos confirman que la serie Ingobernable se queda corta cuando describe la connivencia entre el poder ejecutivo y las fuerzas castrenses infiltradas o ligadas al crimen organizado, que existen, por lo menos mientras no se aclare porque los celulares de algunos de los 43 de Ayotzinapa siguieron emitiendo señales que los geo localizadores ubicaban dentro del cuartel militar.
Y vamos dejando de ser maniqueos. Una cosa es reconocer al Ejército Mexicano que da empleo y educación universitaria a miles de jóvenes que no tendrían otra salida; a los jóvenes egresados del Colegio Militar, a los defensores del Castillo de Chapultepec, último reducto de la soberanía mexicana en la invasión norteamericana de 1847; a los cadetes que escoltaron a Madero y otra deslindar de la misma institución a Victoriano Huerta que asesinó a Madero para negociar la entrega del petróleo a Estados Unidos.
No despierta la misma confianza un egresado de la Escuela Superior de Guerra, que uno que adoctrinado en la Escuela de las Américas fundada por el gobierno de Estados Unidos y donde también estudiaron los militares golpistas de Chile y Argentina, culpables de las más infames torturas y vejaciones, como las que describe Epigmenio Ibarra, en el capítulo ocho de Ingobernable: Espiral al Infierno.
En grabaciones que realicé en San Luis Acatlán con “guerrilleros” que acompañaron a Genaro Vázquez Rojas, me quedó muy claro que su comandante les tenía prohibido asesinar soldados a menos que fuera en situación de vivir o morir. Aun cuando Lucio Cabañas (el sí egresado de la escuela normal de Ayotzinapa, a diferencia de Genaro queestudió en la Escuela Normal de Maestros en la Ciudad de México) Vázquez Rojas decía que esos soldados eran hijos, sobrinos o hermanos de sus compañeros ideológicos y había que respetar sus vidas.
Así se lo manifestó un año antes de ser asesinado al fotorreportero Armando Salgado en una entrevista que puede ser leída en el libro una Vida en Guerra, que puede ser conocida en este enlace.
Pero en los mismos años, según ha informado el periodista Humberto Padget, generales del Ejército como el apellidado Acosta Chaparro sembraban heroína en la sierra de Guerrero, cientos de kilómetros al norte de donde combatían a Genaro Vázquez. Puede encontrar la referencia completa en: Guerrero, caminando por los campos de Goma, publicado en Sin Embargo el 16 de febrero de 2015.
El gobierno de Luis Echeverría Alvarez, igual que lo hizo con el Halconazo del 10 de junio de 1971, negó el asesinato de Genaro Vázquez Rojas y custodió por meses el cadáver para impedir que lo exhumaran y se pudiera ver el cráneo hundido de por un culatazo de rifle que le propinó un cobarde, probablemente cuando estaba inconciente.
No hay un solo Ejército impoluto. No es lo mismo el general Lázaro Cárdenas que el teniente coronel Héctor Hernández Tello a quien se atribuye la masacre contra Rubén Jaramillo, su esposa embarazada y sus hijos, todos masacrados.
Militares también eran los halcones que dispararon contra estudiantes inermes en la Escuela Normal de Maestros. Es más, alguno de coadyuvó en la dictadura de Augusto Pinochet en Chile.
Gloria y honor al Ejército Mexicano, pero sin generalizaciones absolutas, ni el uso maniqueo de quienes se quieren agazapar tras sus uniformes.