¿Quién o quiénes buscaron beneficios, la semana anterior, propalando rumores de violencia delincuencial entre millones de habitantes de Iztapalapa,Iztacalco y Venustiano Carranza en el DF, y el área conurbada a Netzahualcóyotl, Los Reyes la Paz, Chicolapan, Ixtapaluca y Chimalhuacán en el Estado de México? ¿Quién o quiénes se sienten favorecidos por el –este sí muy real– repunte de asesinatos, ejecuciones, levantones y secuestros que, en los últimos días, han asolado a entidades de la República como Nuevo León, Coahuila, Tamaulipas, Sinaloa , Zacatecas y, entre otras, Guerrero?
Un par de respuestas facilonas a la primera interrogante gira en torno a Andrés Manuel López Obrador. Se ha dicho y escrito que fue para intimidar a los seguidores de quien fuera candidato presidencial de las izquierdas en el proceso electoral que recién concluyó. Otros, empero, especulan con la hipótesis exactamente contraria: que fue para radicalizarlos.
Ninguna de ellas, empero, beneficia a AMLO y sí, por el contrario, a quienes aún lo consideran “un peligro para México”, cual los campañólogos de Felipe Calderón lo bautizaran hace ya seis años.
Muchas más especulaciones son las que provoca la segunda de las preguntas planteadas al inicio de este texto. Desde el clásico “pleito a muerte entre los diversos grupos de la delincuencia organizada”, que se ha convertido en la más formidable excusa que los calderonistas encontraron para cubrir el fracaso de su estúpida guerra… hasta aquella otra del “bautizo de fuego” a la siguiente Administración… lo mismo, claro, que las presiones que los actuales encargados de la seguridad –jejeje– estarían desplegando para alcanzar la inmunidad y hasta para mantenerse en sus puestos.
Respuestas pareciera haber muchas. Ninguna cien por ciento certera.
Lo seguro, eso sí, es que hemos ingresado ya como país a la etapa que los teóricos denominan interregno, y que en voz de uno de ellos –Luis F. Aguilar, director del Instituto de Política Pública y Gobierno de la Universidad de Guadalajara (UdeG)–, implica un escenario incierto:
“Es un período no sólo de incertidumbre política sino de gran tensión, con enfrentamientos, confrontaciones, acusaciones reales o inventadas”, explica en una entrevista al portal de noticias de la BBC.
“Hay descomposición política que evidentemente impacta la legitimidad del cargo y la actuación del futuro presidente”, agrega.
A lo dicho por Aguilar habría que agregar, también a manera de pregunta, si tal implica que haya un vacío de poder. ¿Un hueco en el que se conjugan la menguada fuerza de quien pronto dejará de ocupar Los Pinos y la fortaleza institucional que aún no tiene quién próximamente llegará a la residencia presidencial como su sexenal inquilino?
Durante este lapso México tiene dos presidentes. Un proceso heredado del antiguo sistema político dominado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), cuando la oposición tenía escasas posibilidades de acceder al gobierno y el traspaso de la autoridad era asunto más político que administrativo, reconocen analistas.
Ahora, cuando el PRI recupera la presidencia tras doce años de gobierno del Partido Acción Nacional (PAN), lo que existe es un escenario incierto.
Tierra fértil, pues, para que los intereses de los poderes fácticos –el delincuencial incluido, por supuesto– siembren sus semillas para cosecharlas a futuro.
Hoy se ve, pues, que el proceso de consolidación democrática es aún más complejo que el de la transición de partidos. Esto debido a que estos relevos surgen en medio de agudos problemas económicos, que obligan a replantear las relaciones entre el Estado y los distintos grupos sociales.
Además, los grupos provenientes de este nuestro presente autoritario y de la misma coalición en el poder se muestran reticentes a perder el statu quo que el marco legal heredado del antiguo régimen les otorga.
Guerra de intereses ¿y vacío de poder?
Y mientras eso se da, la población más indefensa es la víctima de siempre.
Índice Flamígero: La psicosis desatada por los rumores de media semana fue alimentada por las propias autoridades municipales, delegacionales y de instancias estatales y federales que cerraron escuelas, oficinas, clínicas, estaciones del Metro… La incomunicación entre ellas, la ausencia de protocolos y el choque informativo entre redes sociales y medios de comunicación “tradicionales”, contribuyeron al caos. + + + Hace unos días, a los 82 años de edad, falleció Roberto González Barrera. Fue objeto de homenajes, muchos de ellos para mí incomprensibles. Y son 82 días los que en nuestra cuenta regresiva le restan a la fallida Administración. ¿82 días de vacío de poder?
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