En la historia de los enfrentamientos bélicos, tanta gloria merecen quienes regresan a casa como inválidos de guerra, como aquellos que mueren en el campo de batalla. Afortunadamente así ha ocurrido en diversas naciones a través del tiempo. Uno de los referentes más icónicos lo representa el Hotel de los Inválidos en París, notable conjunto arquitectónico que no solo ha sido residencia de veteranos y mutilados de guerra, sino que alberga un soberbio museo militar y las tumbas de Napoleón Bonaparte y los mariscales de Francia.
De igual forma Rusia, desde la época zarista ha reconocido los Derechos de sus mutilados de guerra. España después de la guerra civil, incorporó a veteranos inválidos en tareas administrativas en el servicio activo en sus ejércitos y los norteamericanos han desarrollado magníficos programas y terapias de rehabilitación para quienes regresaron con alguna amputación o lesión permanente trás las operaciones militares en Irak o Afganistán.
En la historia militar mexicana, el General Alvaro Obregón es el más célebre de nuestros inválidos de guerra, en junio de 1915 perdió el brazo derecho en las inmediaciones de la Hacienda de Santa Ana del Conde, en medio de las cruentas batallas del Bajío donde desbarató a la temible División del Norte. Aun así, fue Presidente y el caudillo triunfante de la Revolución Mexicana hasta su asesinato en 1928. A lo largo del siglo XIX se contaron a otros famosos inválidos como el polémico Antonio López de Santa Anna, quien en 1838, perdió la pierna izquierda defendiendo Veracruz del ataque francés durante la Guerra de los Pasteles o bien al General Luis G. Osollo, hijo del Colegio Militar, quien militó con arrojo en el Ejército Conservador perdiendo un brazo al combatir a los Liberales en San Luis Potosí.
La amputación, no le impidió continuar con una ascendente carrera militar que solo se vió interrumpida cuando murió a los 29 años, víctima del cólera, tan recurrente en los campamentos militares de la época. Su muerte permitió el ascenso de otra espada conservadora: Miguel Miramón. José López Uraga, primero republicano y después imperialista y de abultada trayectoria, también perdió una pierna durante la Guerra de Reforma, luchando en las filas liberales.
Menos recordado, pero no menos prominente fue el General Carlos Pacheco Villalobos, quien nació en 1839 en San Nicolás Terrero, Chihuahua. Su vida parecía estar destinada a las tranquilas actividades comerciales en la ciudad de Chihuahua, cuando lo sorprendió la Guerra de Reforma, entonces se unió a las fuerzas liberales sobresaliendo como un oficial arrojado y disciplinado. Continuó combatiendo en el Ejército Republicano a la intervención y el imperio, consolidándose como un mando valeroso en todos los sentidos. Para la recta final de la guerra contra Maximiliano, el Mayor Carlos Pacheco servía en el Ejército de Oriente, bajo las órdenes de Porfirio Díaz, lo cual le permitió concurrir a enfrentamientos notables como las batallas de La Carbonera y Miahuatlán.
Sin embargo, su cita con la historia ocurrió el 2 de abril de 1867, cuando Porfirio Díaz tomó Puebla, en manos del enemigo desde 1863. Acción que precipitó la caída de Querétaro y la restauración de la República. En aquella mañana de abril, las calles aledañas al centro de Puebla estaban bien fortificadas y pertrechadas, el asalto de las columnas de Porfirio Díaz a las trincheras imperialistas parecían ser un ataque suicida, aun así Pacheco, poniendo ejemplo a sus hombres, se puso al frente de la columna principal y se lanzó sobre el enemigo. Pronto el uniforme dé Pacheco estuvo cubierto de sangre por los disparos de fusil hechos por los defensores, a pesar de ello, sacó fuerzas y sable en mano exhortó a sus cazadores a no detenerse, su bravura inspiró a los atacantes e impresionó a los contrarios. Poco después una bala de cañón rasante le arrancó de tajo una pierna y un brazo, cayó inconsciente, pero fue evacuado de inmediato por los suyos, quienes lograron entrar en medio vítores a la plaza principal de Puebla, consumando la victoria.
Pacheco, hombre de gran fortaleza física se repuso trás una larga y complicada convalecencia. Repuesto de las 17 heridas que sufrió, con el apreció y reconocimiento de Don Porfirio, fue gobernador de Puebla, de Morelos, del Distrito Federal, de su natal Chihuahua, Secretario de Guerra y Marina así como de Fomento e Industria. En Morelos, es recordado por haber salvado a Cuernavaca en 1876, de un ataque de un ejército de “Plateados”, los afamados bandidos que asolaban la zona en la segunda mitad del siglo XIX. A pesar de su condición de inválido, con dificultad montó un caballo, se puso al frente de los defensores de la ciudad y derrotó a los “Plateados” en la batalla de La Cazahuatera, campo aledaño a la capital morelense.
El General Carlos Pacheco fue un mexicano extraordinario, no sólo derramó sangre en defensa de su patria, sino que se consolidó como uno de los hombres más destacados de la administración pública durante el porfiriato, lo cual sin duda alguna, lo hizo ser un héroe en la guerra pero también en la paz. Murió rodeado de honores el 19 de septiembre de 1891, con justicia, sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres, y Cuernavaca, la ciudad que salvó del saqueo, le erigió un soberbio bronce frente al Palacio de Cortés. Hoy en tiempos de operaciones militares combatiendo al crimen organizado, el espíritu del General Carlos Pacheco, debe ser motivo de inspiración y compromiso para reconocer siempre a nuestros inválidos de Guerra.




