La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
Hubo una vez un mesías inconforme que soñaba con ser la medusa
El presidente López Obrador es un férreo defensor de la investidura presidencial, bueno, para ser precisos, de lo que él entiende por eso. Veamos.
Cuando los gobernadores de la Alianza Federalista le solicitan audiencia para dialogar, la respuesta era remitirlos con los titulares de las secretarías, dependiendo del asunto a tratar.
Desde su punto de vista, resulta un atrevimiento que el Ejecutivo de una de las entidades del Pacto Federal le requiera una cita: ¡pues este! ¿qué se cree? musita en privado.
Es incomprensible que al Tlatoani le parezca un agravio a la dignidad del puesto, que cualquier ciudadano lo emplace a un encuentro, su cosmovisión nos remite a un estamento que no se corresponde con la democracia, sino, con una satrapía:
“Todos los siervos del rey, y el pueblo de las provincias del rey, saben que cualquier hombre o mujer que entra en el patio interior para ver al rey, sin ser llamado, una sola ley hay respecto a él: ha de morir; (…)”. Ester: 4:11 (RVR1960)
Aunque queda claro que no habrá pena de muerte para los ‘irrespetuosos’, no hay la menor duda de que les aplicarán una madriza verbal en ‘la mañanera’ y sus tentáculos en las redes sociales.
No obstante, AMLO tendría que explicar la irreverencia de que, como presidente de la República, se lie en pleito de dimes y diretes, en el que sólo falta la mediación de la señorita Laura, con Brozo y Loret, es lamentable que dedique su quehacer a tales sainetes.
Ignoramos que le es más complicado, si gobernar o ser congruente.