Magno Garcimarrero
Una niebla celeste emborrona la tarde
como si Dios quisiera descender a la tierra
y la luz vespertina poco a poco se cierra
envolviendo una hoguera hipnotista que arde.
Se enseñorean las sombras sobre la luz cobarde
que anémica ilumina un sendero silente
cuando una brasa rueda desde el hogar candente
y en medio de la noche de soledades arde.
La roja llamarada bañada de rocío
en medio de la nada va perdiendo viveza
consumida en sí misma, abrumada de frío.
Como la vida misma que acaba como empieza
con el calor iluso de un falaz albedrío
que en soledad se extingue como tibia pavesa.