El atroz y cobarde asesinato de los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales y Joaquín Mora Salazar ocurrido el pasado 20 de junio en Cerocahui, Chihuahua, añaden una página negra a la presencia de más de cuatrocientos años de la Compañía de Jesús en México. Los padres Campos y Mora murieron intentando dar refugio al interior de su iglesia a un perseguido por un feroz sicario que es dueño de vidas y bienes en Cerocahui. Ni siquiera en la antigüedad en Egipto, Grecia o Roma incluso en la cruenta Europa medieval sucedía eso, los templos e iglesias gozaban de la protección del Derecho de Asilo o Asilo en Sagrado, el cual suponía que quien se refugiaba en un recinto sacro no podía ser detenido, mucho menos asesinado.
San Ignacio de Loyola como buen vasco, tuvo aptitud para la guerra, la suya pareció ser una brillante carrera de armas, hasta que una bala de cañón lo hirió en una pierna. Durante su convalecencia, no tuvo a su alcance libros sobre el arte de la guerra o románticas novelas de caballería en cambio sí, obras sacras y referentes a la vida de Jesucristo, ello cambió la vida del joven y valeroso soldado, quien sintió un llamado divino mutando la espada por la cruz. Viajó y perfeccionó sus estudios y fundó en 1534 la Compañía de Jesús inspirada en su fe, la disciplina militar y sus altos estudios académicos. La orden fue a su vez aprobada por Paulo III en 1540, siendo la primera orden católica en operar colegios y universidades.
Los Jesuitas se expandieron por el mundo en una doble misión educativa y evangelizadora, es por ello que se han establecido, incluso hoy, en sitios donde nadie va, como por ejemplo la sierra Tarahumara.
En 1572 llegaron a la Nueva España y desarrollaron una vertiginosa labor misionera y educativa que los llevó no solo a fundar los colegios de San Ildefonso y San Pedro y San Pablo en la Ciudad de México, sino el de San Francisco Javier en Tepotzotlan y cinco soberbios colegios más en Puebla entre otros. Los Jesuitas no solo se ganaron el favor de las elites novohispanas sino también del pueblo. A su vez amasaron una increíble fortuna por medio de haciendas y tierras lo cual les generó enfrentamientos con el clero virreinal y con personajes como el poderoso Juan de Palafox y Mendoza quien llegó a ser Virrey, Arzobispo Primado y Capitán General de la Nueva España, pero quien no pudo con la Compañía de Jesús.
Pero el poder de los Jesuitas no solo hizo mella en la Nueva España, sino en todo el imperio español, tanto así que, en 1767 bajo las imputaciones de haberse enriquecido en exceso, de interferir en política e incluso de estar atrás de regicidios como el Juan de Portugal y Luis XV de Francia, Carlos III de España los expulsó de sus dominios. La noticia cayó como balde de agua helada en estas tierras, los Jesuitas no solo fueron expulsados, sino sus ricas tierras y propiedades fueron confiscadas, las elites y el pueblo pretendieron amotinarse, pero la corona reaccionó con firmeza y también los Jesuitas aconsejaron prudencia a sus alumnos y feligreses. Entre los expulsados a los Estados Pontificios, marchó una promesa de la Compañía: Francisco Xavier Clavijero, un criollo jarocho que escribió en el exilio la monumental “Historia Antigua de México” por la cual es considerado uno de los padres de la Historia Mexicana.
Los Jesuitas vivieron muchas vicisitudes en el exilio, incluso la orden fue extinta, restaurada y después casi medio siglo reinstaurada en México en 1816, donde volvieron los veteranos miembros quienes se enfrentaron a la ardua tarea de revivir las glorias pasadas. La labor fue inmensa y difícil a lo largo del turbulento siglo XIX mexicano, pero los Jesuitas fieles a su estoico carácter lograron restablecer a la Compañía en tierras que otrora les fueron de abundancia y prosperidad, su legado monumental da cuenta de ello. El siglo XX entrañó nuevas dificultades, no solo por la Revolución Mexicana sino por el sangriento conflicto religioso y la Cristiada. En este periodo surge un mártir para la causa jesuita, el Padre Miguel Agustín Pro, oriundo de Zacatecas, quien fue fusilado el 23 de noviembre de 1927, acusado de atentar contra la vida del General Obregón, hoy el Padre Pro está en proceso de canonización. Entre los Jesuitas relevantes en la Cristiada estuvo Heriberto Navarrete, quien después de la guerra se ordenó sacerdote y fue Director del Colegio Pereyra en Torreón, durante el conflicto fue asistente del General Enrique Goroztieta, también sufrió una herida que le dejó secuelas, pero no le impidió ser uno de los icónicos exponentes de la misión educativa jesuita.
A partir de la segunda mitad del siglo XX en México, los Jesuitas consolidaron una magnífica labor educativa entre la cual sobresale preponderantemente la red de Universidades Iberoamericanas, por otro lado, no han estado exentos de la polémica por su cercanía con la Teología de la Liberación y otras causas sociales y progresistas, incluso militan en el difícil campo de los Derechos Humanos a través del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro (PRODH). Han llegado a lamentar tragedias como las de las Jesuitas de la UCA asesinados en El Salvador en 1989 y celebrado alegrías como la de ver a una uno de ellos, el argentino Jorge Mario Bergoglio, convertirse en 2013 en el 266 sucesor de San Pedro y Papa de la Iglesia Católica.
Hoy en México, a la par de su presencia, documentada desde 1572 y dejando de lado, por obvias razones las posturas individuales en cuanto a la fe o incluso las concernientes a las respetables empatías o antipatías, la Compañía de Jesús sigue formando parte de la consolidación de nuestra memoria histórica, e incluso aportando su cuota de sangre a un México que ya merece jornadas mejores.