Anahí García Jáquez/Soma
Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero es un trabajo producido por la plataforma de streaming Netflix y dirigido por la directora María José Cuevas, quien con sus anteriores trabajos, Bellas de noche (donde se sumerge en el mundo de las vedettes) y La dama del silencio (el cual aborda el caso de La Mataviejitas), se ha ganado ya un nombre dentro del gremio de los documentalistas mexicanos. En esta ocasión, su protagonista es nada más y nada menos que uno de los compositores más importantes que ha dado este país en términos de música popular.
Pero este documental tiene una particularidad, pues recurre a un archivo que consiste en grabaciones de audio y video realizadas por el mismo Juan Gabriel en un lapso de cuatro décadas. Durante este periodo, el cantautor se filmaba a sí mismo en actividades del día a día, viajes, conciertos así como ensayos y detrás de cámaras de los mismos, en los que se le puede ver tanto solo como acompañado de familia y amigos.
La directora, armada con una gran cantidad de acervo proporcionado por la familia del cantante, hace una curaduría de imágenes y audios que quedan acomodados en cuatro episodios, los cuales llevan por nombre No tengo dinero, Debo hacerlo, Pero qué necesidad y Amor eterno, en ese orden y teniendo una duración entre 50 minutos y una hora 7 minutos cada uno aproximadamente. A este contenido se le añaden testimonios del círculo íntimo de Juan Gabriel, así como entrevistas y material de archivo de medios tales como Televisa, Televisión Azteca, Telemundo, entre otros.
Y es así como empieza un viaje por el universo del Divo de Juárez, en el cual repasaremos sus orígenes en Michoacán, el cual dejó de la mano de su familia la cual migró hasta la fronteriza Ciudad Juárez en la que dio sus primeros pasos como cantante en el Noa Noa cuando apenas era un adolescente. Así mismo, se nos hablará de las vicisitudes por las que pasó desde su infancia y adolescencia y el puente de incidentes que lo llevaron hasta la disquera RCA, quienes lo lanzaron como cantautor pues no sólo Juan Gabriel interpretaba sus temas, sino también otros cantantes. También veremos su meteórico ascenso siendo el pináculo de su carrera el ya célebre concierto en el palacio de Bellas Artes y la posterior consagración como el hombre espectáculo con su consiguiente cuota de escándalos.
Lo que hace especial y único a este trabajo es el acceso total a la intimidad de Juan Gabriel, ya que los videos seleccionados por María José Cuevas nos muestran una cara hasta este momento desconocida del cantante; más en específico, su paternidad. Uno de los secretos mejor guardados del Divo, que logró ocultar por tanto tiempo, queda expuesto en forma de películas caseras donde conoceremos a Iván, Joan, Hans y Jean, sus hijos con los que pudo vivir de manera plena esa faceta, aún en medio del frenesí de la fama.
Es también este punto un recordatorio de cómo es posible mantener la privacidad si ésta es defendida de manera férrea y el famoso se rodea de gente lo suficientemente confiable que le ayude a lograr ese cometido. Y en el caso de Juan Gabriel, contó para ello con los hermanos Salas, su amigo de la adolescencia y representante Jesús y la hermana de éste, Laura, quien ha fungido como madre adoptiva de sus herederos. Tanto ellos como los hijos del cantante nos cuentan cómo fue la vida con este padre presente y amoroso que dejaba fuera al “famoso” para convertirse en un cuidador y un compañero de juegos del cual conservan recuerdos maravillosos.
Y es justo a través de esta anécdota que la directora nos plantea la dualidad en la que siempre se movió Juan Gabriel quien, a fin de cuentas es un personaje de cuya construcción se encargó Alberto Aguilera Valadez, quien siempre tuvo muy claro quién era uno y quién el otro y, por lo tanto se encargó de recordar, tanto a él mismo como al público, que si él había creado a Juan Gabriel, él podría destruirlo también. Veremos su transformación de cantante vestido con trajes conservadores a un showman con trajes bordados en chaquira, lentejuela y canutillo, además de darle un giro a sus actuaciones hasta convertirlas en un verdadero espectáculo en el que entregaba todo en el escenario recurriendo al baile provocador y a la interacción con el público de forma tan directa que era hasta desafiante, sobre todo para el género masculino.
Es así como podremos ver, en esas imágenes de conciertos en grandes arenas, la fascinación que Juanga ejercía en las audiencias de ambos sexos, sin importar qué tan machos fuesen los hombres que acudían a verlo y que caían en este juego casi de coquetería en la que la heterosexualidad se hace frágil por un momento, lo cual nos lleva a cuestionarnos cómo es que, en un país tan machista como el nuestro, este hombre logró alcanzar el triunfo a un nivel arrollador.

En el mismo tenor, nos encontramos con los obstáculos que Juanga tuvo que sortear para cumplir su sueño de cantar en el recinto más importante de la cultura de este país, que es Bellas Artes, y cómo es que lo logró contra todo pronóstico volviéndose este ciclo de cuatro conciertos el encuentro de dos mundos: el de la cultura del pueblo representada por un hombre que vino desde abajo, y el de la alta cultura, representada por la Orquesta Sinfónica Nacional, quien lo acompañó a derribar la última frontera que le quedaba y a llegar al pináculo de su carrera, acabando con los mitos de que interpretar música como la suya en ese lugar equivalía a un sacrilegio.
Aunados a los testimonios antes mencionados, encontramos voces como las de Olga Breeskin, amiga cercana, Paty Chapoy en calidad de periodista, el ejecutivo discográfico Enrique Okamura (quien tuvo el buen ojo de contratarlo), el Maestro Enrique Patrón de Rueda (quien suplió a Luis Herrera de la Fuente, titular de la OSN), entre otros más, quienes nos ilustran aún más acerca de Alberto y Juan Gabriel, quienes no son uno mismo, pero que a la vez lo son, pues uno tiene mucho del otro y viceversa.
Todos estos personajes, cuyos rostros no aparecen, nos hablan de ese hombre que convirtió su dolor en arte, que llenó o intentó llenar sus carencias afectivas llenando esos vacíos al querer alcanzar la fama y el reconocimiento pero, sobre todo, el amor que no tuvo de su familia y, más en específico, de su madre (siendo esta anécdota el hilo conductor de la trama de Hasta que te conocí, bioserie estrenada en el año 2016). Se nos habla de su entrega y su perfeccionismo como valores clave en su vida pero, sobre todo, de su talento y su hambre, los cuales se convirtieron en su motor y los que lo llevaron a lo más alto, garantizándole un lugar en el Olimpo de los compositores de este país y, sobre todo, ganándose su status como ícono de la cultura pop.
Este trabajo es de una calidad innegable, pero también es entrañable, divertido y ágil y puede ser disfrutado no sólo por los fans del Divo, sino también por quienes no lo son, ya que es tanta la trascendencia de Juan Gabriel que es inevitable el conocerlo y a la vez, el sentirse atraído hacia este personaje que, sin duda alguna, ha escrito canciones que pertenecen al soundtrack de las vidas de muchos mexicanos.
Como residente de Ciudad Juárez, a la que le ha escrito sendas cartas de amor tales como La frontera y Juárez es el No. 1, he sido testigo de primera mano de la veneración que se le tiene en esta ciudad y de lo mucho que representa para quienes, como él, dejaron sus lugares de origen y llegaron a esta frontera buscándose una vida. Es así como Juan Gabriel continuará trascendiendo y haciéndose presente, por lo que está más vivo que nunca y contando su historia en sus propios términos, así como vivió.




