CUENTO
Dios, un día, harto de sentirse solo en los miles de universos, tuvo una idea que a primera vista parecía ser genial: inventaría a dos muñequitos para jugar. Hincándose sobre la tierra, con la ayuda de una palita y una cubeta, se puso a recoger tierra. Después, vertiéndole agua adentro, con sus dos manos, se puso a mover.
Jugando con la masa, se sentía como un niño. Situado en medio de la NADA, es decir, en medio de lo que más tarde él llamaría EL PARAÍSO, creía que con aquellos dos muñequitos logaría olvidarse de lo que le había sucedido.
Después, viendo terminada su creación, acercó su boca, y entonces LO SOPLÓ. Vualá. Los dos muñequitos de barro se comenzaron a inflar, como si fuesen palomitas de maíz dentro de una olla. Pop, pop… Los ojos de Dios le brillaban ¡de tal forma!; ¡se sentía tan feliz! ¡Estaba más que extasiado! ¡Estaba como un drogadicto!
Dando brincos alrededor de aquellos muñecos, que seguían inflándose, no paró de reír y de reír. “¡Soy un genio!”, decía. “¡Soy un creador!” “¡Quién viera lo que he hecho con mis manos y con mi aliento!” “Ah”, suspiró Dios. Y sentándose sobre la tierra, se puso triste. Porque entonces se había acordado de la traición de su hermano gemelo: Satan-ass.
Aquel otro, como lo dice la última parte de su nombre, poseía un trasero muy bonito que su hermano Dios siempre le había envidiado. “Dichoso tú”, solía decirle Dios a su hermano, “que los cosmos te bendijeron con unas nalgas super chidas… Mírame a mí”. Y poniendo cara de decepción, Dios se miraba su trasero plano como una tabla…
“¡Maldito seas, Satan-ass!”, gritó Dios un día. Harto de envidiarle sus nalgas, al final, terminó volviéndose casi loco por saber que él jamás poseería un trasero así de chido. Y entonces, molesto como lo estaba, se puso a urdir un plan para mandarlo directo AL INFIERNO.
El infierno venía siendo el patio trasero de los hermanos. Desde los principios del tiempo, Dios siempre había utilizado este lugar como basurero. Aquí era donde venían a parar todas sus inmundicias. Él, a diferencia de Satan-ass que era muy cuidadoso y ordenado, ya había llenado en su totalidad este lugar con todo tipo de deshechos.
Satan-ass siempre se las había ingeniado para reciclar su basura, y su hermano también sentía celos de todo esto. “No entiendo cómo es qué Satan-ass puede ser tan disciplinado”, pensaba Dios lleno de furia, cada vez que miraba a su hermano doblar el envoltorio de unas galletas, hasta volverlo un cuadrito. “¡Idiota!”, sentía Dios querer gritarle: “¿por qué no simplemente la avientas y ya?”.
Cegado totalmente por sus celos, Dios terminaría inventando la peor de las calumnias contra su hermano. “¡Lárgate! ¡Ya no te quiero! ¡ME HAS DESOBEDECIDO!” Todo había sucedido un día como cualquier otro. Satan-ass se encontraba lavando los pantalones vaqueros de ambos. Dios, muy claramente le había dicho: “Por favor, ¡que no se te vaya ocurrir echarle cloro a los míos”. El pobre de Satan-aas, obediente como siempre, respondió: “Dime, ¿cuándo es que lo he hecho?” En efecto, nunca lo había hecho. Pero Dios, que ya estaba decidido a fastidiarlo, sabía que solamente era cuestión de tiempo para que él cometiese el mínimo de los errores.
“¡Te lo dije! ¡Te dije que no lo hicieras, y ahora MÍRALO!” Parado frente a la batea, sostenía con las puntas de sus dedos uno de sus vaqueros. En una de las piernas, la izquierda, se veía una mancha blancuzca. Definitivamente que eso el cloro lo había causado. “Lo has arruinado”, dijo Dios. Y sin darle tiempo a Satan-ass para que dijera ALGO, así sin más lo apuntó con uno de sus dedos, y enseguida añadió: “¡MALVADO! ¡HAS DESOBECIDO MI ORDEN! ¡AHORA, LARGO DE AQUÍ!”
Con la cabeza gacha, el pobre de Satan-ass asentó su cubeta que contenían ganchitos para tender ropa, y, con los pies pesados como unas montañas, empezó a alejarse de su hermano gemelo. Dios, mientras lo veía, no paraba de reírse para sus adentros. “Ingenuo!”, pensó. “¡Siempre fuiste el más débil de los dos!” “Y ahora, finalmente he conseguido sacar algún provecho de esa debilidad”. Momento antes, aprovechando que Satan-ass se encontraba de espaldas tendiendo las primeras piezas que había lavado, Dios, sigilosamente se acercó hasta la batea y… con una malicia propia de él, abrió el bote de cloro y entonces lo empezó a verter sobre su propio pantalón…
Volviendo al presente, Dios, al ver sus muñequitos terminados, deseó que su hermano estuviera aquí para mostrárselos. Pero luego, recordando que lo había desobedecido, nuevamente se llenó de odio hacia él. ¡De ninguna manera lo perdonaría! Jamás de los jamaces.
Por lo tanto, tenía que advertirles a sus nuevos amigos de lo que él pensaba podía suceder. Pidiéndoles que se sentaran en el suelo, Dios, que ya le había puesto nombre a sus dos muñequitos, les dijo: “Pueden jugar con todo lo que ven AQUÍ…, pero de ninguna manera se les vaya ocurrir jugar con ALGÚN EXTRAÑO!”. Al escuchar esta advertencia, Adán y Eva se miraron entre sí. “¿Qué quiere decir con eso?”, parecieron preguntarse al mismo tiempo. “Ya se los he dicho”, volvió a decir Dios. Y, antes de darles la espalda, añadió: “Si desobedecen esta orden, serán expulsados DEL PARAÍSO”. Al terminar de decir lo anterior, ¡todo el cielo tembló! Truenos y rayos estallaron por un instante. Después, todo volvió a la normalidad.
Adán y Eva nunca supieron adónde diablos Dios se había ido. Pero, apenas quedarse solos, empezaron a sentir mucho miedo. Dios se los había advertido: “¡Nada de jugar con extraños!” ¡Qué habría querido decir con eso! Ellos, curiosos por algún defecto de su creador, enseguida empezaron a sentir ganas de averiguarlo. Y, antes de que Dios regresara, se pusieron a indagar.
“Hola, ¿hay algún EXTRAÑO por ahí?”, se pusieron a preguntar, en voz baja. “Hola…” Caminando de aquí para allá, sus pies, después de un rato, se empezaron a cansar. “Deberíamos parar un rato”, dijo Eva. “¿No crees tú?” Adán asintió. Entonces ambos se sentaron sobre el hermoso pasto, y; cuando Eva se quitó la hoja que le cubría su parte intima, Adán, riendo, le dijo:
“¡Ay, mira tu cosita! Eva, al descubrirse Adán su parte, riéndose también, y apuntándole con el dedo, le devolvió: “¡Ay, mira tu porquería!” Ambos no pararon de abanicarse con mucho esmero. A esa hora del día, hacía un calor infernal en El Paraíso.
“¿Quién eres tú?”, preguntó Adán, que se había levantado de manera muy rápida. “Sí, ¡dinos, por favor!”, pidió Eva, mientras se alisaba el pelo con la palma de su mano. “Soy yo, al que ustedes han estado buscando”, respondió el personaje.
“¿El extraño?”, preguntó Adán. “Ése mismo”, respondió Satan-ass. “¿Les gustaría jugar conmigo a las canicas?”, dijo. Y entonces abrió una de sus manos. “¡Qué cosas más bonitas!”, exclamó Eva. “Dios no advirtió que no jugáramos con extraños, ¡pero nunca nos contó que el extraño tuviera unas canicas muy bonitas!”
Mirándoles ahora con malicia, Satan-aas, quien durante todo este tiempo de ausencia para con su hermano no había hecho otra cosa sino que leer libros de SUPERACIÓN PERSONAL, ahora sentía que ya era el momento para hacerle pagar a Dios por lo que le había hecho. Ahora él HABÍA DEJADO DE SER AQUEL HERMANO DEBIL, OBEDIENTE E INGENUO. Al fin podría revelarse contra Dios, invitando a sus dos muñecos a pecar con el delicioso juego de las canicas.
Sin discutir más el asunto, Adán y Eva se pusieron a jugar con EL EXTRAÑO. Más tarde, cuando terminaron, Satan-ass sacó unos pastelitos de su bolsa, y luego se los extendió a los dos. Adán y Eva se miraron entre sí. No sabían si aceptar o rechazar lo que les ofrecían. Pero Satan-ass, que había aprendido en aquellos libros EL CÓMO TRIUNFAR, les insistió, una y otra vez más. (Si lo intentas y fracasas, ¡vuelve a intentarlo!”, decía un capítulo de los muchos libros que Satan-ass había leído). “¡Tengan! ¡Coman!”, les dijo. “¡Están deliciosos!” Y así es como Adán y Eva terminaron comiendo aquellos bocadillos que estaban hechos, nada más ni nada menos que de MANZANA.
Al final, cuando Dios regresó, al ver en las comisuras de sus labios los restos de aquel fruto, les dijo: “¡Me han desobedecido! ¡Han comido del fruto prohibido!” Mirándose entre los dos, Adán y Eva parecieron preguntarse: “¡¿De qué rayos está hablando?!” Satan-ass, acudiendo rápidamente a los cuatro oídos, les susurró: “Se los dije, ¡pero no quisieron creerme!: ¡Dios es un mentiroso!”
Epílogo: Cuando Adán y Eva se encontraban a punto de entrar al patio trasero de Dios, éste, con voz estruendosa, les grito: “Tú trabajarás y tendrás un suelo miserable. Tú, ¡mujer desobediente!, te harás adicta a los mini-casinos y entonces gastarás en ellos todo el sueldo miserable de tu compañero…” Dios, vengativo como siempre, alzando una de sus manos, hizo que todo el cielo volviera a temblar. Y así es como sus dos muñecos terminaron teniendo una vida llena de dolor y de miserias.
FIN.
Anthony Smart
Enero/09/2020