Norma Meraz
Para México el mes de septiembre encierra muchas emociones.
Emociones encontradas, sentimientos de colores embargan el ánimo nacional.
Desde el día uno, fecha fijada por la Constitución de la República para que el Presidente rinda un informe al Congreso de la Unión –por escrito– acerca del estado que guarda la administración pública. El día 13 se conmemora a los Niños Héroes, cadetes que defendieron el Castillo de Chapultepec en la batalla contra los estadounidenses en 1847.
El día 15 por la noche se conmemora el inicio de la guerra de Independencia con una ceremonia llamada “el Grito”, por repetir la arenga que recuerda a los “héroes que nos dieron Patria”, el ¡Viva México! y tocar la campana, bandera en mano, frente a las multitudes que llenan las plazas públicas del país.
El día 16 se lleva a cabo el tradicional desfile militar, igualmente en todo el territorio, aunque este año se suspendieron en algunos municipios ubicados en zonas de alto riesgo por la violencia que enfrentan.
La primera quincena de septiembre es de hinchado orgullo nacional. Banderas tricolores por doquier, adornos, disfraces, gastronomía muy mexicana y ánimo de orgullo de pertenencia.
Lastimosamente, la fecha del 19 de septiembre nos remite a la tragedia.
En 1985, el terremoto que asoló la Ciudad de México y a otros Estados cercanos dejó miles de familias huérfanas; sin comida, sin casa, sin trabajo, sin vestido, sin escuela, sin hospitales, sumidas en la desolación, el abandono y la desesperación, con el corazón y el alma rotos.
Al día de hoy, la capital del país aún muestra las muchas cicatrices de ese estrujamiento de la naturaleza que dejó huellas imborrables en la memoria de sus habitantes.
En el año 2017, también el 19 de septiembre –32 años después– se repite un temblor de tierra tan fuerte que arranca la vida de otros miles de habitantes de los Estados de México, Oaxaca, Puebla, Morelos, Hidalgo, Chiapas y Guerrero, principalmente. Nunca sabremos cuantos seres humanos –y animales– quedaron bajo los escombros de casas, bardas y edificios derrumbados por los terremotos.
Lo que si sabemos son dos cosas:
Que ante la adversidad, los mexicanos llevan en su ADN la solidaridad con sus hermanos. Todos; se despojan de su alimento, ropa, techo, medicina, agua, cansancio y confort para ayudar a las víctimas de estos desastres naturales.
Sabemos también que, en la mayoría de estas ocasiones, la sociedad se organiza mejor entre ella que cuando intervienen algunas autoridades que casi siempre llegan tarde y, lo peor llega a aprovecharse de los donativos en especie para los damnificados.
En ambos casos, 1985 y 2017, llovieron donativos en dinero que hicieron millones de pesos, tanto de mexicanos como de artistas y deportistas extranjeros. También se sumaron recursos provenientes de fundaciones internacionales , así como asistencia intensa e incondicional de organizaciones de la llamada sociedad civil de México que, por cierto, al día de hoy, han sido estigmatizadas por el Presidente Andrés Manuel López Obrador, cuando gracias a la mayoría de esas organizaciones se cubren enormes huecos de atención que el gobierno es incapaz de atender, en áreas como tratamientos de cáncer en mujeres, en niños, en quemados, bancos de piel, en trasplantes de órganos, en reconstrucción de viviendas, escuelas, clínicas, estancias infantiles así como bancos de alimentos, entre otros.
Septiembre, mes de alegría y tristeza, de dolor y reclamo ante el azote de la violencia que, por citar sólo un dato, cada día son violadas 50 mujeres en el país, y a la par crece el número de feminicidios, asesinatos a periodistas, asaltos al transporte de pasajeros y de mercancías, secuestros y extorsiones .
Hoy, el Grito que ahoga a México es: ¡JUSTICIA!
¡Digamos la Verdad!