FRANCISCO RODRÍGUEZ
A confesión de parte, relevo de pruebas. Este es un viejo axioma jurídico que significa que quien confiesa algo libera a la contraparte de tener que probarlo. Acorta el esfuerzo de encontrar respuesta donde no la hay, y casi siempre deriva de una falta de solidez en la defensa de lo inaudito. El principio es conclusivo, destruye toda argumentación.
En una entrevista con el diario hispano El País, Evo Morales narró cómo se dio el ofrecimiento de asilo político por parte de México, desde donde las autoridades consultaron previamente con Washington para proceder en consecuencia.
Los gabachos contestaron que podían hacerlo. Y de ahí se derivó la epopeya de Chimore, echando por tierra la versión de la decisión soberana de cumplir con dicha tradición diplomática. Lo demás es harto conocido: el renunciadito llegó a México a gozar de las protecciones que recibe un Jefe de Estado para operar su regreso a Bolivia.
Un regreso que puede estar permitido constitucionalmente, incluso puede participar en la elección venidera, lo que comprueba que la salida de Evo no fue producto de otra cosa sino de un arreglo con las fuerzas policíacas y militares para evitar el derramamiento de sangre. Más claro ni el agua.
Como Videgaray con Donald Trump, Ebrard con Evo Morales
El de Morales en El País es un relato muy resumido sobre una decisión que ha provocado la división ciudadana en México, más la polarización absoluta de las opiniones sobre la estancia de ese delincuente electoral en nuestro país. Es un acontecimiento que representó la pérdida de la popularidad, incluso más grave que el culiacanazo y el asunto de los LeBarón, eventos que trataron de eludirse con el show del asilo al boliviano. Salió más caro el caldo que las albóndigas.
El asunto de marras lleva a compararlo con la recepción desusada que el régimen de Videgaray ofreció al candidato Trump en campaña, cuando el canciller en funciones de presidente de la República obligó al aparato gubernamental de Peña Nieto a darle el tratamiento de Jefe de Estado antes de que se llevaran a cabo las elecciones estadounidenses.
Sin necesidad de recurrir a Trump. AMLO los exoneró a todos
En aquella ocasión, el régimen sufrió una de sus más serias equivocaciones, ya que aparte de permitir que el mentecato viniera a burlarse de los migrantes mexicanos en los Estados Unidos, y de regañar en público al de Atracomulco, la población indignada le retiró todo su apoyo. La precandidatura de Videgaray naufragó en ese momento.
El aparato político del felón Peña Nieto se fracturó y no pocos pensaron que el Presidente de entonces estaba convencido de que, si llegaba a ganar las elecciones Trump, su yerno, supuesto amigo del canciller de huarache, iba a ser un factor decisivo para blindar con impunidad al titular del Ejecutivo huehuenche.
Era demasiado el temor que existía en Los Pinos de que la suerte de los políticos de Atracomulco, insaciables y ambiciosos, podía depender de la voluntad de Trump, imaginando una vendetta gabacha como la que propinaron en el siglo XIX al traidor Leonardo Márquez, conocido como El tigre de Tacubaya por las masacres que había ejecutado a las órdenes de los intervencionistas norteamericanos.
La derrota de Meade evitó sufrir esa ejecución. El Pacto de Impunidad en favor del que llegaría, previa exoneración de la pandilla completa, la del narcotráfico, la petrolera, la empresarial, la de la Bolsa y la política en funciones desde hace treinta y seis años logró la pax necesaria para que todos respiraran tranquilos. La llamada transición se hizo a ese costo.
También la sociedad de aquí tiene que pedir permiso para todo
Hoy la historia se repite con otros protagonistas y objetivos. El operativo para salvar a Evo y traerlo a México estuvo apelado y avalado por la Casa Blanca, como sucede en todos los acontecimientos y episodios que se escenifican en nuestro agachado país. En un territorio agobiado por la miseria económica, moral y política.
Un grupito de autócratas y entreguistas que siempre han pedido permiso para todo a los Estados Unidos. Como aquí el Estado creó a la Nación, al revés que en cualquier lugar del mundo, ésta no tiene voz ni voto. Si el sistema en su conjunto debe pedir permiso, los habitantes con mayor razón.
Por ello todo aquél que quiera protestar, escribir, argumentar, proponer y hasta hablar desde cualquier tribuna o espacio público, o manifestarse en la calle, decir algo que valga la pena, debe antes gestionar ante la poderosa Administración la solicitud del permiso para hacerlo. Así se trate de un movimiento agrario o laboral en busca de reivindicaciones mínimas.
No se obtiene el permiso si no hay una buena dosis de corrupción
El Poder Legislativo, la Judicatura Federal, los poderes locales y los cabildos de la enorme mayoría de los ayuntamientos de este país – protectorado siguen las reglas del mismo juego de pedir permiso, so pena de fracasar en cualquier intento. Es más, el permiso no se obtiene si no va acompañado de una buena dosis de corruptelas previas.
Y así como es de cerrado e intransigente al interior es de agachado al exterior. El sistema presidencialista tiene que pedir permiso al Norte casi para todo, incluso hasta para lo protocolario. Pide permiso para sus reformas, para concesionar propiedades territoriales y de servicios, para custodiar el dinero de los capitostes, para encargar los útiles armados de la fontanería.
Es el rasgo fundamental de un sistema autocrático dictatorial: que no haya una sola libertad o prerrogativa constitucional, competencia jurídica, atribución, franquicia, dispensa, permiso, cesión de derechos públicos que se pueda ejercer en México, sin antes pedir permiso a los patrones del Norte. Es la raíz y razón del sistema presidencialista mexicano.
El presidencialismo mexicano es el capataz ideal del gabacho
Los costos sociales, por supuesto, son demasiado elevados. Para lograr estabilidad y gobernabilidad nylon han tenido que sacrificarse a sangre y fuego las luchas campesinas por la tierra, las protestas sindicales, las libertades fundamentales que sólo obtienen permiso si favorecen a las clases explotadoras, internas y externas, del sistema.
Congelar salarios, atiborrar de exenciones fiscales y proteger delincuentes y empresarios ineficientes, agachándose indiscriminadamente a los vecinos del Norte, asimilando todas las recetas de sujeción incondicional y cancelación de banderas colectivas, convierten al presidencialismo en el capataz ideal del gabacho.
Pedir permiso para todo, menos para matar. Lo macabro ocupa el lugar de lo sustancial. La represión, el mantenimiento del sistema a base de hambre, mentiras y horrores sin freno es el sello de la casa en el sistema presidencialista, tan elogiado por los textoservidores y amlovers que viven con largueza a nuestras costillas.
Cincuenta años para atrás en delitos que creíamos desterrados
Al mismo tiempo, los capataces del sistema retroceden en el tiempo ochenta años para copiar la sevicia de iniciativas legales que vuelvan a imponer un estado de sitio a la expresión divergente, como esa jalada de un fruncionario menor de la Secretaría de Gobernación que quiere volver a aplicar delitos que creíamos desterrados.
Disolución social, rebelión, motín, sedición para todos aquellos que no comulguen con el despotismo reinante. Cincuenta años para atrás, igual que en todo aquello que atente contra la reelección del Ejecutivo, contra las decisiones jaladas de los pelos que nos llevan todos los días a la republiquita bananera.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: Pareciera que en las tres cartas que, hasta ahora, ha enviado Javier Sicilia al Presidente de la República le está pidiendo permiso para marchar en paz de la paz y la justicia a la que el propio AMLO se comprometió durante su tercera campaña política. Y no ha recibido respuesta directa. Excepto la tradicional: que acuda a la ventanilla de lo que queda de la Secretaría de Gobernación.
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