Por: Armando Ríos Ruiz
A estas alturas de gobierno de la 4T, está más que claro el verdadero motivo que inspira al Presidente a continuar al frente de ese timón perverso que transporta a los 130 millones de mexicanos a un destino a todas luces incierto, aunque fácil de adivinar. Quiere un México empobrecido, con gente ilusa y conformista, apática y mantenida.
Quiere una sociedad de personas que por ignorante y convencida del mejor Presidente de la historia, este siempre dispuesta a aplaudir sus ocurrencias, sus dislates, sus grandes deseos de transformar el país en uno en el que la familia disponga de él a discreción, sin que ningún periodista se atreva a comentar los niveles de corrupción alcanzados con su participación activa.
Una parte de la sociedad le cree con fervor ciego. Inmersa en un sopor, en un marasmo profundo que no le permite ver la realidad y que no es capaz de leer una línea de ningún periódico para medio informarse. Hay otro sector que permanece atento y que ha trabajado denodadamente para despertar y convencer al grupo opuesto sin lograrlo. Quienes se convencen, lo hacen por sí mismos.
El primero en protestar por las investigaciones de los periodistas de verdad, es obviamente el Presidente, por estar convertido en blanco de las críticas de sus constantes mentiras y de todo lo que hace para mantener con la boca abierta a sus incondicionales. Pero de inmediato es secundado por sus secuaces, como la candidata a la Presidencia y quienes se creen rebaño del nuevo guía celestial.
La semana pasada, el periodista Carlos Loret de Mola, investigador serio, meticuloso y decidido, lo puso a rabiar en toda su dimensión, con una noticia que en cualquier otro país del mundo hubiera motivado una investigación profunda e inclusive la cárcel para el hijo, involucrado igual que todos los demás, en ese fenómeno que el padre se comprometió formal y solemnemente a combatir.
Algo parecido ocurrió el año pasado en Colombia. Nicolás Petro, hijo mayor del Presidente, Gustavo Petro, fue detenido junto con su esposa, Day Vázquez, por delitos de lavado de activos y violación de datos personales, respectivamente.
En nuestro país, el Presidente se ha visto impelido a dar la cara en sus mañaneras, para disculpar a los tres hijos con su primera esposa, obviamente sin lograrlo, porque los hechos demuestran que no tienen remedio. No obstante, el Primer Mandatario se ha ocupado de su disculpa. Y conste que uno de ellos no tiene siquiera oficio, pero sí bastante beneficio.
Esto es lo de menos. Por lo visto sí tiene de dónde echar mano para darse una vida exageradamente cara, que compite con el jet set mundial, en centros de recreación que son demasiado caros. ¿Cómo alguien que no trabaja puede darse una vida llena de lujos, tanto en el extranjero como en México? Esto se pregunta mucha gente, aunque, obviamente, la explicación es imaginable.
El informador ha hecho gala de conocer bien su trabajo. Antes exhibió a Andrés López Beltrán, otro hijo del Presidente, como el influyente que acomodó las cosas para obtener un contrato súper millonario otorgado a la empresa Romedic, propiedad de Amílcar Olán Aparicio. Pero ¿para quién creen que serían las ganancias? ¿Para el supuesto dueño del negocio?
Y apenas tocó el turno al más joven. A Gonzalo López Beltrán, inmerso en comercios con el Tren Maya, cuya construcción se ha encarecido hasta el cielo. Mucha gente dijo: “ahora sabemos por qué”.
Pero el Presidente apareció en una mañanera, no para justificarlo, sino para hablar mal del periodista, de quien dijo como siempre, sin ofrecer una sola prueba, que es más rico que toda su familia junta. Elucubró que “debe” ganar por lo menos un millón de pesos mensuales. Es una especulación sin sentido y sin sostén, imaginación que quiere usar como escudo.
Con los hijos, las evidencias están expuestas a todo el que quiera verlas. El único trabajo es asomarse a las redes sociales para informarse.
Una entrega de Latitud Megalópolis para Índice Político