ÍNDICE POLÍTICO
FRANCISCO RODRÍGUEZ
Ya no estuvieron las huestes de Fidel Velázquez, pero sí las de los dirigentes que han arrastrado a los agremiados de sus organizaciones sindicales a las filas de la llamada Cuarta Transformación.
Este reciente domingo, la Plaza de la Constitución fue repletada con petroleros, maestros, trabajadores del gobierno de la capital nacional, los afiliados a las centrales del minero Napoleón Gómez Urrutia y la de Pedro Haces, que aglutina todo tipo de empleados y obreros.
Vuelta al pasado corporativista. Ese que sirve para hacer campañas, llevar a cabo festejos, incluso para acarrear a las urnas… pero que es totalmente inútil para gobernar democráticamente. Son mera escenografía o, peor todavía, simple y desechable utilería.
Nada extraño. La 4T se cimienta en el fascismo, cual se evidenció luego de que el “caudillo”, experto local en regar siempre el tepache, utilizara la tribuna virtual de la ONU para ensalzar la comparación entre los nombres de pila de Juárez y Mussolini.
Desde entonces ha corrido demasiada porquería bajo los puentes. Las críticas acerbas al atrevimiento inconsulto inundaron entonces los periódicos y las redes internacionales en franca sorna al gazapo.
Algo es desgraciadamente cierto: es la plataforma desde la que se está convirtiendo el aparato mexicano en una repetición bufa de las conductas que caracterizaron el fascismo, ahora en nuestras tierras. Algo es lo que huele mal, lo que está pervirtiendo aceleradamente la forma de vida, desde los desplantes inauditos del gobierno cuatrotero.
Al tomar protesta en Italia el Gran Consejo Fascista, como el instrumento de dominación, su dirigente, il Duce, fijó la doctrina: “el fascismo no tiene ni estatutos, ni reglas”, realizando la mejor síntesis de los principios que lo guiaban, la desaparición del estado de Derecho, la concepción totalitaria, la sustitución del sistema sindical y empresarial por el corporativismo.
Desde la aniquilación de los competidores políticos hasta la instauración de la dictadura, pasando por la oposición a la democracia y al parlamentarismo, el rechazo a la creencia del progreso y del pacifismo, el desprecio a los derechos individuales, hasta la exaltación del Estado como suprema entidad histórica, como última ratio de la justicia y de la posible vida en sociedad.
“El Estado siempre tiene la razón”, máxima expresión de Benito Mussolini, echó las bases de un totalitarismo intelectual, potenciador de la creencia en la posesión de la verdad, para dictarla en toda ocasión, para imponerse por encima de todos.
Conformó una enorme estructura de propaganda que comenzaba por la movilización de sus huestes y alcanzaba el monopolio de los medios de comunicación italianos, con frases agresivas y el desarrollo de una especie de imperialismo autóctono que pretendía resucitar la gloria del Imperio Romano.
Aquí los diarios “cabecean” loas a los pretendidos primeros cien días de Claudia Sheinbaum –en realidad los cien adicionales al sexenio de AMLO–, y desde hace seis años se glorifica al México prehispánico.
El filofascismo está presente
El mito de la modernidad fascista se articuló orgánicamente en las estrategias del Consejo, en las estructuras del partido, en las diversas formaciones: los grupos de choque (principi), los militantes regulares (triari), estructurados en legiones, cohortes, centurias, manípulos y escuadras de reventadores.
Las formaciones juveniles (figli della Lupa, balilla y avanguarditi), grupos femeninos de choque (Picole italiane) y demás chusma financiada, otorgaron la mayoría al gobierno. El 3 de enero de 1925 se proclamó oficialmente el Estado Fascista.
Para velar por su estricto cumplimiento, se creó una policía política, la Organización de Vigilancia y Represión del Antifascismo –OVRA– y un tribunal de excepción que subordinó todas las libertades, razones o derechos individuales a la supremacía del Estado que, a su vez, estaba personificado en su caudillo. Mussolini acaparó todo el poder… y así le fue.
Sus ex partidarios, decepcionados por los errores monumentales, acabaron colgándolo de cabeza, junto a Clara Petacci, en los suburbios de Roma, y sus cadáveres fueron festín de los perros durante mucho tiempo. La quietud pública y el orgullo por los triunfos en los Balcanes y África cedieron el paso a la venganza heredada del régimen fascista en pocos años.
La desaparición de il Duce, una especie de tlatoani, no acabó con la muerte del fascismo; su influencia durante los siguientes ochenta años, desde posiciones de poder y clandestinas, ha permanecido latente en numerosos grupos filofascistas que no se atreven a decir su nombre, y operan generalmente desde las cavernas pertrechadas por las armas.
Hora cero de la democracia
En México, engordarles el caldo es como pensar que el fascismo de Donald Trump necesita vejigas para nadar. No hemos aprendido que se manda solo y que correrá la misma suerte de los paladines criollos.
La ley de la vida, consistente en que no se vale copiar lo peor de los demás para convertirlo en credo ideológico, ha impactado entre nosotros de una manera por demás chusca. Aquí, los fascios de combattiento son las pandillas, cada vez más reducidas, de reventadores que se prestan por la torta, el chesco y algunas monedas de esas mal habidas para agredir a los ciudadanos que se manifiestan o expresan pacíficamente.
Puede ser el huevo de la serpiente, y algunos todavía no acaban de darse cuenta. No saben que por ese camino se va a la regresión histórica, al derrumbe de la convivencia y al enfrentamiento armado entre hermanos. Es tiempo de detener el alebrestamiento chairo que trata de destruir las bases de la conciencia política sobre el desastre que nos inunda.
En nuestra sociedad política en constante formación se trata de obedecer el imperio de las leyes. Normalmente la razón está del lado de la sociedad crítica y demandante del respeto a las libertades, a la democracia y al desarrollo general. Nunca ha sido de otro modo.
En esa óptica coinciden los estudiosos de todos los tiempos acerca de la cultura cívica. Funcionalistas y estructuralistas, desde Robert Dahl y David Easton, precursores del tema, hasta Samuel P. Huntington y Giovanni Sartori, este último, víctima de los excesos del fascismo ordinario y depredador.
Como la civilización y la dignidad indican, estamos cansados de los imitamonos. Los que oyen libertad y fraternidad, y sólo alcanzan a repetir “tad” y “dad”, parafraseando al gran Jean Paul Sartre de los viejos tiempos del colonialismo europeo. Estamos en el siglo veintiuno y, definitivamente, no se vale.
Otra vez, estamos en la hora cero de la democracia, en el renacer del espíritu combativo de los mexicanos. Quien no lo entienda así puede correr la misma suerte de los fascistas de hace ochenta años.
El desarrollo cívico de la Nación es por naturaleza, incontenible. Quien lo dude es que está dispuesto a pagar los platos rotos. El poder es prestado por el pueblo que ahora resiste y no dura para siempre. Lo que sí permanecerá es el valor y el coraje de los ciudadanos.
Indicios
Lamentablemente, México no es “el país más democrático del mundo” como dice la Presidente Sheinbaum. En todo caso, se trata de un “régimen híbrido” que ocupa el lugar 89 entre 167 países. Con datos de 2022, tiene 5.25 puntos, de 10, en Proceso electoral y pluralismo. En funcionamiento del gobierno, 6.92. En participación política 7.22. En cultura política 1.22. Y 5.59 en derechos civiles. * * * Por hoy es todo. Mi reconocimiento a usted por haber leído este texto. Como siempre, le deseo ¡buenas gracias y muchos, muchos días!
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