La reconquista de la península ibérica fue un periodo azaroso de alrededor de 780 años que concluyó con la conquista de Granada el 2 de enero de 1492, ello invistió a Isabel de Castilla y Fernando de Aragón como los Reyes Católicos. A su vez, dio paso no solo a la transición de la España medieval a la moderna, sino también a su integración territorial y a la consolidación de un imperio donde en algún momento jamás se puso el sol, mismo que corrió desde la hazaña de Colón hasta la perdida de Cuba, Filipinas, Puerto Rico y otros territorios tras la guerra con Estados Unidos en 1898.
El enfrentamiento constante del imperio español con otras potencias europeas, particularmente con Gran Bretaña y Francia no fue ajeno a tierras americanas. Aquí se libraron batallas como la de la Sabana Real de la Limonada en actual territorio dominicano donde los españoles vencieron a los franceses en enero de 1691, la victoria de las tropas españolas al mando del brillante Blas de Lezo que derrotó a la poderosa flota británica que intentó apoderarse de Cartagena de Indias en mayo de 1741 o el alarmante revés que supuso la toma de La Habana por parte de los británicos en 1762 la cual solo pudo ser recobrada al año siguiente tras hábiles negociaciones diplomáticas donde los españoles canjearon La Florida por la recuperación de Cuba.
El desastre de 1898, concretamente en Cuba que llevaba décadas en lucha por su independencia y en las Filipinas, supuso el fin de ese orgulloso imperio. No en vano para el imaginario popular español se acuñó la expresión de “más se perdió en Cuba” que se aplicó para consolar o resignar a quienes sufrían una grave dificultad. En estas jornadas fueron no pocas las acciones que dejaron a salvo el honor centenario de las armas españolas, particularmente el sitio de Baler, en Filipinas, donde medio centenar de cazadores españoles resistieron durante 337 días de asedio a cientos de tagalos que no los pudieron vencer. Los cazadores solo bajaron sus fusiles cuando tuvieron la certeza de que la guerra había terminado y les permitieron marcharse con sus armas y bandera.
En el contexto de estas acciones bélicas en las posesiones españolas en ultramar, la Nueva España, el más grande de esos territorios, no estuvo exento de las amenazas de los enemigos de la corona y es aquí donde surgió como referente indiscutible la victoria hispana sobre los británicos en la batalla de San Juan de Ulúa, librada el 23 de septiembre de 1568.
El territorio novohispano tenía tan solo 47 años de haber sido conquistado por Hernán Cortés, pero Veracruz, primer ayuntamiento de tierra firme americana era ya una plaza de primer orden y la puerta de entrada y salida hacia Europa. En aquellos años, Felipe II de España se enfrentó a la competente Isabel I de Inglaterra, la afamada reina virgen que hostilizó a los españoles por medio de piratas y corsarios que abordaban los galeones que partían del nuevo mundo hacia la península.
El 17 de septiembre una flotilla de corsarios ingleses al mando de John Hawkins y el legendario Sir Francis Drake se aproximó a Veracruz, izaron enseñas españolas en sus naves logrando así sorprender a la guarnición de San Juan de Ulúa. Entraron al puerto tomando la fortaleza y apresando a las autoridades locales, a su vez, saquearon a sangre y fuego la población obteniendo un importante botín que incrementó considerablemente el que ya traían consigo. En medio del saqueo, atracó en el lugar, la flota española del general Francisco Luján, que trajo a Don Martín Enríquez de Almansa, cuarto virrey de la Nueva España. El virrey pactó una tregua con los corsarios para poner pie en tierra, sin embargo, eso fue tan solo un ardid para lograr entrar a Veracruz.
Una vez desembarcados y al interior de la ciudad, el 23 de septiembre los españoles se lanzaron con furia sobre los corsarios, los redujeron y pasaron a cuchillo.
Al recuperar San Juan de Ulúa abrieron fuego con las piezas de artillería de la fortaleza sobre la flotilla enemiga. Drake consiguió a duras penas escapar, de sus siete naves, solo salvó dos. El jefe corsario perdió 500 hombres y todo el botín, los españoles solo lamentaron 20 muertos.
La batalla de San Juan de Ulúa fue una de las contadas batallas frente a una potencia extranjera en territorio mexicano durante el virreinato de la Nueva España, pero sin lugar a dudas, la más brillante victoria de las armas del rey durante ese cruento periodo de tres siglos. Enríquez de Almansa salvó en ese momento a la joya de la corona y su posterior administración destacó como una de beneficio y consolidación para España en estas tierras. Después de 12 años como virrey de la Nueva España, su prestigio y buenas cuentas lo hicieron virrey del Perú donde con la salud mermada su mandato fue breve, falleciendo dos años después el 12 de marzo de 1583 en la ciudad de Lima.