Palabra de Antígona
Sara Lovera *
Hoy vivimos un inquietante momento de nuestra historia. Donde todo se confunde, entre el espectáculo y el pragmatismo político, quedando en vilo la confianza y la dignidad.
Los acontecimientos de los últimos días por las desapariciones y el feminicidio, el discurso populachero del patriotismo y las lealtades vacías, nos obligan a reflexionar y hacer un alto.
Me descarné cuando leí desde el WhatsApp a una amiga que escribió: “A estas alturas, las palabras pacto, sororidad, ley, orden, Estado no son suficientes y no queda casi nada a qué aferrarse”.
Con Martha Nussbaum, filósofa feminista estadounidense, me quedé pensando en sus cavilaciones cuando habla, para sacudirnos, del valor de las humanidades y la manipulación de las emociones: esos “juicios, no inertes, debido a su contenido evaluativo que poseen una íntima conexión con la motivación”.
En su texto Los límites del patriotismo: identidad, pertenencia y “ciudadanía mundial” (1999), la filósofa pone a debate el momento acerca del modo en que “debemos encauzar nuestras lealtades y nuestros intereses en este instante preciso de la historia”.
También cavilé cómo se han naturalizado las cifras y los hechos. Pensé en esas masas llenas de estupor en los siglos XVI al XVII, donde experimentamos inertes la persecución contra el conocimiento, contra las mujeres que se salían de la norma social, la conocida etapa de la quema de brujas, época en la que se supone se asesinó en la picota y la hoguera, acompañada de la furia del público, entre 80 mil y cien mil personas —las científicas— llevadas a juicio público por brujería.
De esa cantidad, 80 por ciento fueron mujeres, como afirma la filósofa mexicana Norma Blázquez Graf, en su texto El Retorno de las Brujas (CICH/UNAM, 2008). Un proceso de exterminio que denominamos hoy feminicidio masivo, y “que introdujo los castigos legales con el uso del método inquisitorial” (pág. 21-29).
Imposible obviar estos acontecimientos de espectáculo, aunque sin llamas ni torturas, sin picotas, pero de persecución, enjuiciamiento público para quienes atentan contra la patria, por un lado; en paralelo, la escena del oscuro horizonte del crimen que ciega las vidas de las mujeres que transgreden la costumbre machista y patriarcal. ¿Qué importa si era la una o las 4 am cuando Susana Debanhi Escobar Bazaldúa se quedó sola? Una suerte de proceso donde se caen, no solo las palabras referenciales, sino la ética, el pudor y la política democrática. Vemos sin chistar el castigo cotidiano a las insurrectas.
Escuchamos acríticamente lo dicho por John Stuart Mil —citado por Jesús Silva- Herzog Márquez— en La Casa de la Contradicción (Penguin Random Hause, 2021), que un demócrata debe combatir el hambre, la ignorancia, el miedo y el vasallaje, no lo contrario.
Leí crónicas, insidiosas y preocupantes, sobre los posibles escenarios de la desaparición de Debanhi en Nuevo León que atenta contra el espacio de convivencia, sin un marco de gobierno para todas y todos y para la igualdad.
En todo ello hay un distracción horrenda e inquietante, un desdibujamiento de las humanidades, frente la acción peligrosa y constante del gobierno hacia el enfrentamiento y la escisión, una suerte de igualdad de manada, sino la dignidad.
¿Qué significa el espectáculo del “odio y la división”, la pulsión mediática por el detalle de los crímenes contra las mujeres, sin ir al fondo de una tragedia humanitaria en que nos encamina a perder las palabras entre la manipulación estadística y la pérdida de la ética humana? No sé. Veremos…
*Periodista, directora del portal informativo: SemMéxico.mx