Pocos partidos en la historia de México de los últimos años, han tenido la inmensa oportunidad de demostrar que podían recomponer política, administrativa y moralmente el sistema político mexicano, como la tuvo el PAN en dos ocasiones; y en las dos falló ante los electores y ante la propia institucionalidad de un partido que surgió en la parte central del siglo XX, con un perfil modernizador y visos de racionalización.
Con Fox la expectativa era que a partir de su triunfo, el evento electoral que inauguraba la alternancia, surgiera algo distinto del viejo PRI; se pudieran construir las instituciones inclusivas en el orden y la concepción democrática; que se delimitara el antiguo régimen y el advenimiento de una nueva forma política, y que se trazara a su vez una vida institucional, no solamente distinta, sino completamente antagónica al efecto autoritario y monolítico de los gobiernos precedentes.
El anecdotario sea cierto o no, de todas maneras, esboza que la elección, de quien tomaba ya desde entonces las decisiones, es decir la señora Martha Sahagún; fue por seguir el trillado y agotado sistema de la vernácula combinación de simulación-corrupción, que los que entregaban, “sugirieron”, aconsejando la segregación de los panistas de cepa, así como de personajes como Porfirio Muñoz Ledo que insistían en caminar hacia una plena transición democrática.
Igual que el prócer Madero, Fox se contentó en la forma excluyendo el fondo. Con la farsa de “Amigos de Fox” abarató lo que sería su estructura partidista. Con los mapas mentales, disfrazó sus carencias ideológicas; y con la simulación de seleccionar “científicamente” el gabinete, acabo de derruir compromisos, regalando cargos a representantes de la oligarquía y meter “para aprender” improvisados de las ciencias del gobierno, prepotentes y fatuos en su mayoría, que jamás pudieron demostrar sus desconocidas capacidades.
Así quedó el PAN malherido con seis años de pifias y la cesión del poder a los gobernadores priístas que se sirvieron con la cuchara grande.
El pensamiento de Gómez Morín, de los Preciado Hernández y Criestlieb Ibarrola quedaron en el cajón de los arrumbamientos. Fox, ni sus sucesores se interesaron por demostrar que el PAN era un partido sencillamente sistémico y no uno de derechas como sus malquerientes señalaban. Esa falta de defensa en las ideas, tuvo la consecuencia de una orfandad en nuevos programas y poca operatividad política.
Así el PAN desde sus inicios en el poder derrochó la herramienta democrática y empezó a morir. Adquirieron sus líderes el síndrome de Estocolmo e imitaron a los que odiaban, pero que secretamente admiraban: la clase política priísta.
El gobierno foxista decepcionó a sus seguidores, quienes esperaban por lo menos que un desfile de malos funcionarios del pasado llegara a la cárcel. Y siguiendo la tradición de las imposiciones padeció el vicio inveterado de querer inflar un hombre de “confianza” para sucederle, Santiago Creel.
Pero Calderón le ganó el brinco y con lo que quedó de un panismo desencantado logró la nominación, mediante una estructura de la juvenil enquistada en la burocracia partidista; y tal como lo analizaba desde el siglo XIX Robert Michels: advirtiendo el “proceso natural” de lo que esas burocracias partidistas, se transmutan como un círculo de hierro intraspasable, así se formó el grupo del poder calderonista, simplemente excluyendo.
Calderón al igual que Fox, fracasó; de modo que en doce años no pudieron incorporara al país al proyecto de reformas como se habían comprometido. La oligarquía le impuso los tres primeros años un gabinete a modo: Medina Peña, de las firmas de abogados trasnacionales; Reyes Heroles, ligado a los Bush; Téllez Kuenzler al grupo Carlyle; Alfredo Elías Ayub emparentado con Carlos Slim; Carstens con el FMI y Georgina Kesler con Iberdrola; quienes acabaron fomentando los pasos del priísmo más bandolero, y cerraron escalando endeudamientos.
El PAN calderonista y zavalista, por los cuñados incómodos; exhausto ante tantos errores e imposibilitado de seguir la ideología de un Castillo Peraza, que presumían, sin aterrizar los principios de subsidiariedad, solidaridad y bien común a la operación de gobierno; sumó a la carencia de planes, bloquear las precandidaturas de panistas a la presidencia, y Calderón determinó aferrarse a un desconocido y neófito como Cordero, y de esa manera cedió a Peña el poder pensando ingenuamente que se lo devolverían.
Peña sacó las reformas con Madero, desgastó al PAN que no explicó su posicionamiento con naturalidad; y surgió como un nuevo aliado del poder Ricardo Anaya, como puntal del PAN. El pacto se rompió cuando los Moreira aliados de Osorio, no cedieron ante Peña, Coahuila para Anaya.
No se sabe que factor pesó más, incluso se mencionó la fuerza de la delincuencia organizada en esa norteña entidad pero Peña al no cumplirle a Anaya, lo dejó a merced de la ambición irreductible y destructiva del clan Calderón-Zavala, que desde adentro instaban a una definición, que Anaya se vio obligado a llevar hasta la ruptura, con quienes hoy vemos fueron sus impulsores: Peña y Videgaray. Así Anaya se vio envuelto en la máxima desconfianza, por lo que una vez candidato en ascenso, le echaron la PGR para acalambrarlo de que tenían información suficiente para hundirlo.
El epílogo dejó al PAN maltrecho, dividido irremisiblemente, sin liderazgos, porque la mayoría responden a las cuotas de poder con los mismos; e igual que el PRI sin oferta política, ni siquiera se ve que puedan estructurar una oposición que se respete.
Lo de Marko Cortés con el control anayista del padrón es un rumbo perdido, sin coherencia. Falta saber quien se muere primero: el PRI o el PAN, porque ninguno de los dos pueden recomponer sus históricos fracasos.