Como en la maravillosa novela “Horizontes perdidos” escrita en 1933 por James Hilton, México bien pudo haber sido su inspiración para el Valle de la luna azul, un lugar paradisiaco, espiritual, un lugar de paz, reflexión, cultura y conocimiento.
Escuchar a las personas hablar con orgullo de las bondades y riquezas de México es sin duda un placer al oído, los ríos caudalosos, las montañas nevadas, las cordilleras pletóricas de coníferas, los mares azules, los ríos generosos, las costas turquesa, las selvas abundantes, las cascadas interminables, los arrecifes de mil colores, los lagos de ensueño, las grutas de fantasía, los maravillosos cenotes, los inquebrantables desiertos, la sorprendente fauna y la inigualable flora, así miles de cosas más son invaluables en justa medida.
Pero en su mayoría, todo lo mencionado antes, ya no es nuestro, es sólo publicidad residual, todo lo bello de este país ha sido adquirido, restringido y puesto en manos del capital privado y sus intereses financieros, tan sólo basta una mirada y una visita a Cancún, en donde las playas son privadas y razón de discriminación socio-económica.
Lugares tan maravillosos como Valle de Bravo son desde hace años propiedad de personas adineradas que han fincado mansiones alrededor de la presa, la primera y última vez que visite Valle de Bravo me encontré con el único acceso público y libre al agua entre cieno, lodo y un muelle que, como claraboya en camarote de tercera clase permite ver la inmensidad del mar pero por un espacio muy reducido. Fantásticas mansiones, residencias y abundantes muelles privados, embarcaciones de ensueño, pero sólo reservados a la casta dorada.
Así, abundantes, bellos y paradisiacos lugares han sido presa de la industria del Turismo, ya prácticamente no existen esos lugares casi secretos que los oriundos resguardaban con recelo y orgullo para si mismos, sólo los verdaderos aventureros y amantes de la naturaleza los conocían y respetaban.
Pero lamentablemente el turismo como fuente de ingresos ante la crisis acabó con eso, ya todo se pretende un parque de atracciones, el servicio a quienes paguen por él, la discriminación por el motivo más obsceno, el dinero, está a la orden del día.
Los sitios que antes se visitaban como una verdadera aventura de descubrimiento y placer, hoy están cuidadosamente programados hasta en los más mínimos detalles, recorridos, horarios, salidas, entradas, desayunos, comidas, almuerzos y cenas, ya no existe la libertad de asombro y sorpresa ante imágenes y descripciones de las maravillas que atestiguaremos en trípticos publicitarios, por un costo desde luego.
Los restaurantes, las boutiques, los bares, los souveniers, el traductor oficial, el transporte programado, el desayuno americano, la sonrisas ensayadas y las bienvenidas con guirnaldas, cuanta parafernalia… cuanta artificialidad.
Las playas con regaderas de agua dulce y cocteles ambulantes, bananas flotantes y motos acuáticas por doquier, parapentes rentados y niños gritando “le muevo la pancita patrón, le muevo la pancita”.
Las montañas con agujas de peaje en casetas que controlan el paso de imponentes y lujosos vehículos todoterreno por caminos de trerraceria cuidados, espaciosos y nivelados, mucho mejores que los tristes senderos que conectan las poblaciones más marginadas de México.
Sitos para acampar que se rentan como pedazos de alfombra, baños, duchas, refrigeradores y comedores hacen de esa experiencia un supuesto placer.
Ríos navegables con botes de goma profesionales de miles de dólares, lo último en tecnología para alquilar y poder apreciar la naturaleza y su belleza.
cascos, remos, salvavidas y un sinfín de indicaciones, reglamentos, condiciones y precauciones que hacen de esta una aventura en “libertad”.
Atraídos más por la adrenalina prometida que por admiración y reflexión por la creación de la magna natura, se ofrecen a precios no módicos experiencias de riesgo controladas, como “tirolesas”, “bungee”, descensos, escaladas y demás pasatiempos que como drogas alternas son adictivas.
Cabañas bucólicas, con dormitorios, cocinas integrales, televisor y microondas, chimeneas a gas, porches iluminados por cálidas luces alimentadas con electricidad, para el disfrute de la vida salvaje, indómita, con servicio a la habitación desde luego, no faltaba más.
Hermosos manantiales de agua cristalina que llenan albercas gigantescas en donde todo asemeja un parque de diversiones made in USA, pasto artificial, vestidores, lavabos y puestos de hotdogs. No muy lejos las atracciones más recurrentes, juegos acuáticos mecanizados, gritos de sorpresa, alaridos de emoción, todo atentamente observado por cámaras de vigilancia, guardias de seguridad y… “nos reservamos el derecho de admisión”.
Así es, el Mexico maravilloso en donde cualquier paseo cuesta hoy una considerable cantidad de dinero, pasajes, reservaciones, comidas y estancias, hoteles, atracciones, al mejor estilo americano.
Lejos ya, en el olvido, quedaron esos paseos donde los habitantes de un edén escondido ofrecían su casa, sus alimentos y hospitalidad al “fuereño”, lejanos aquellos ayeres en donde el visitante se tenía que adaptar a la vida de lugareños y disfrutar de sus costumbres, risas francas e historias ancestrales.
Lejos quedaron aquellos camastros duros, hamacas oscilantes o tapetes en el suelo donde dormir la aventura del día, descansar plácidamente en contacto con la tierra, aire y humedad, dueños verdaderos de los hombres.
Casi extintas aquellas playas de arena gruesa o negra, suave o rocosa, en donde el extraño reconocía la verdadera naturaleza, los cocos tirados al pie de las palmeras, playas aisladas con restos de algas y madera que la corriente depositó suavemente, donde un grupo de pescadores ofrecían su hogar, una sencilla palapa, para cocinar un delicioso pescado fresco con agua del mar en una olla vieja y cochambrosa al calor de una fogata, e invitación generosa a los paseantes a cenar.
Noches en una hamaca al arrullo del mar, con el zumbido de insectos, y la luz de la luna iluminando el horizonte cristalino, la fogata ardiendo, el dulce canto de las voces hospitalarias alrededor, y una brisa cálida envolviendo nuestro ensueño.
No, ya no queda más de esa clase de lugares y experiencias de nuestra riqueza autóctona, y es cierto, muy bello nuestro México es, pero admirarlo hoy es ya cuestión de un cronograma programado, disponibilidad de hospedaje, reservaciones con antelación, ofertas, descuentos, paquetes compartidos, meses sin intereses, límite de crédito, temporadas altas o bajas y demás preparativos esenciales para reconocer lo hermoso que es “nuestro supuesto” territorio.
Porque hemos dejado que nuestro Shangri-La colapse, se derrumbe, para construir sobre los escombros un burdo Disneylandia VIP, tal y como sobre pirámides milenarias se edificó el catolicismo en la Nueva España.
-Victro Roccas.