Juan Luis Parra
La estrategia, el postre de esta última cena ya está servida. Mientras los invitados levantaban la copa en honor al embajador Johnson en Polanco, los operadores de la 4T afilaban los tuits. No les molestó el arancel, ni la presencia de Bárcena con los Trumpistas y panistas.
Lo que les dolió fue no controlar la narrativa.
Y por eso ya la están ajustando.
La orden viene disfrazada de indignación: atacar a Trump. Así de simple. El nuevo enemigo oficial.
De pronto, todos los bots y acarreados digitales despertaron con furia antiyanqui, sacando teorías de Epstein, el sionismo y el apocalipsis neoliberal. Lo de siempre, pero con nuevos hashtags.
La mano que mece esa cuna es la de Epigmenio Ibarra, pero el que pone cara y volumen es Jesús Cuevas, el propagandista en jefe. Ya ensayaron con éxito el “nos quieren quitar el litio”, “nos robaron el oro” y el “vienen por el maíz”.
Para que no se hable de Ovidio y su abogado, ni de lo que venga mañana… ahora el cuento es que el embajador vino a imponerle la agenda a Sheinbaum.
La estadounidense Estefanía Veloz, hija del priista Jaime Martínez Veloz, escribió en X: “Casi al mismo tiempo que la Casa Blanca anunció nuevos aranceles a México, la American Society ofreció una cena de gala para el embajador Johnson, patrocinada por Salinas Pliego”
Edy Smol, gurú de la moda (según él) y empleado de la 4T afirmó: “Estados Unidos quiere BOICOTEAR el gobierno de la 4T”.
El postre de esta cena con Estados Unidos ya se está sirviendo.
Todo esto tiene un solo objetivo: reactivar el viejo reflejo condicionado del chairo promedio. Ese que en vez de ver las contradicciones internas del gobierno, prefiere apuntar el dedo a Washington. No importa que la presidenta haya dicho que tiene una relación “maravillosa” con Trump o que se vea muy sospechosa e incómoda con las declaraciones del abogado de Ovidio.
No importa que Bárcena se haya retratado feliz con el panista Ricardo Anaya para cuidar su chamba en la ONU, donde se dice que anhela ser Secretaria General. La consigna es clara: el culpable es el gringo.
Y ahí entra Cuevas, el ventrílocuo oficial. Él no necesita inventar argumentos sólidos. Solo necesita emoción, enemigos fáciles y una pizca de victimismo.
El resultado: Sheinbaum se convierte en víctima de una ofensiva imperial. Y cualquier crítica a su gestión, por corrupta o blanda que sea, será interpretada como un ataque de la CIA.
¿Funcionará? Con los de siempre, sí. Con los que viven en el eterno 68 y los de la estrella roja en la gorra. Pero fuera de la secta, el relato ya no prende. La globalización hizo trizas esa narrativa. El que no hace negocios con los americanos, simplemente no hace negocios.
Pero lo importante no es si el discurso prende. Lo importante es que desvíe la atención.
La 4T no tiene estrategia exterior, tiene propaganda interior.
No gobierna para negociar con el mundo, sino para consolidar su culto. Y cada crisis diplomática se convierte en una escena más del melodrama patriótico.
Aquella cena del sábado 12 de julio en el Salón Terraza Virreyes del Hotel Camino Real Polanco, sea quizá el inicio del fin de nuestras relaciones con Estados Unidos.
La cena del enemigo fue solo el pretexto para el gobierno de Sheinbaum. El delicioso postre vendrá después, cuando usen esa noche para justificar los próximos errores. Aranceles, sanciones, crisis… todo será culpa de “la intervención”. Porque así se gobierna cuando no se tiene margen: con fantasmas, enemigos externos y bots en redes.
Y mientras tanto, Jesús Cuevas escribe el guion. Y los seguidores del culto, felices, lo repiten.