Luis Alberto García / Moscú
*Insólita eliminación de la URSS en Santiago de Chile.
*La ausencia en 1974 se debió al golpe pinochetista.
*Mediana actuación en los Juegos Olímpicos de Moscú.
*Engañosa recuperación en el Campeonato Mundial de 1982.
Después de una admirable época de triunfos, reconocimientos, giras internacionales, buenas actuaciones que habían dado fama universal al futbol soviético bajo el impulso y protección del Estado, en las ediciones de la Copa Europea de Naciones (1966-1968), y la Copa del Mundo de 1970, se hizo evidente su decadencia.
Lenta, inexorablemente, se vio con tristeza cómo perdió su lugar en la competición europea en los cuartos de final; es decir, la selección llegó, jugó y regresó por donde vino, para, dos años después, también perder frente a Uruguay (0-1), en la misma ronda pero del torneo mundialista mexicano.
En el Campeonato Mundial de 1974, no asistió a la República Federal Alemana al ser eliminada desde el escritorio por no presentarse en Santiago de Chile a jugar su encuentro clasificatorio de repechaje, argumentando que un cruento golpe de Estado contra el gobierno del doctor Salvador Allende había convertido ese escenario deportivo en centro de detención de opositores.
Sin importar que días atrás se hubiera ejecutado una violenta asonada militar con el general Augusto Pinochet como responsable de ella, los seleccionados chilenos saltaron a la cancha de su Estadio Nacional sin rival por delante, dieron la patada inicial, hicieron unos pases y el delantero Francisco Valdés anotó el único gol, sin portero ni defensas.
Para el Campeonato Mundial de 1978, la Unión Soviética tampoco logró calificar, lográndolo Hungría, que perdió sus tres juegos en cuartos de final del Grupo 1, vencida por el anfitrión Argentina (2-1), Italia (3-1) y Francia (3-1).
Ese torneo mundialista lo ganaron, primero la patria –decía el gobierno militar de facto-, luego el teniente general Jorge Rafael Videla –quien tomó el poder el 24 de marzo de 1976 al derrocar a Estela Perón- y por último Mario “Matador” Kempes, autor de seis tantos en los partidos en los cuales participó.
Dos de ellos los marcó en la final del 25 de junio contra Holanda, comandando la ofensiva de un elenco compuesto también por Fillol, Ardiles, Gallego, Galván, Passarella, Bertoni, Luque, Olguín, Houseman y Tarantini
En 1980, el equipo olímpico que aspiraba a la medalla de oro hubo de conformarse con el cuarto puesto, lo que causó decepción y conmoción en el ámbito deportivo de la Unión Soviética, en un evento en el cual hasta la mascota de los juegos, el oso “Misha” (Miguelito en español), soltó una lágrima de tristeza al exhibirse su imagen en la pantalla gigante del estadio Lenin de Moscú.
Así, con ascensos y descensos, el equipo nacional soviético –asistente a cuatro mundiales consecutivos: Suecia, Chile, Inglaterra y México- el eslabón de una cadena se rompió en 1974 y 1978- parecía haber recuperado su poderío al ir a España 82, México 86, Italia 90 y Estados Unidos 94 con actuaciones irrelevantes, salvo cuando el delantero Igor Salenko anotó cinco de seis goles de Rusia a Camerún, imponiendo una marca hasta hoy no superada..
Ausente en Francia 98, retornó al torneo mundialista en Corea y Japón 2002 ganando a Túnez (2- 0), y perdiendo con los nipones (1-0) y Bélgica (3-2), sin asistir a Alemania 2006 y a Sudáfrica 2010, sin aportar más que actuaciones mediocres, como quedó evidenciado al calificar con mucho esfuerzo para ir a Brasil en 2014.
En el XX Campeonato Mundial de Futbol, Rusia debutó en Cuiabá, capital del estado de Mato Grosso, ante Corea del Sur, logrando empatar (1-1); ir contra Bélgica para perder (1-0) en el estadio de Maracaná de Rio de Janeiro; e igualar con Argelia (1-1) en Curitiba, resultado que permitió a los norafricanos superar la fase de grupos por primera vez en su historia.
Los alumnos del italiano Fabio Capello salieron así de Brasil, despedidos con más pena que gloria, con una alineación que tuvo como base a Akinfeev, Koslov, Beretzuski, Ignashevich, Kombarov, Fayzulin, Glushakov, Denisov, Samedov, Shatov y Kokorin, sustituidos en su mayoría tras la llegada de Stanislav Cherchesov, con experiencia como entrenador en Austria y Polonia.
Con el orgullo de la patria por delante y el sueño de ser campeón del mundo –según el presidente Vladimir Putin, con un cuarto mandato, reelecto en marzo de 2018- al ser anfitrión, Rusia participó en la Copa Confederaciones de 2017, vencer a Nueva Zelanda (2-) y a México (1-2), y perder con Portugal (1-0); pero sin rebasar la fase de grupos.
Obtuvo su lugar en automático por ser el país sede de la Copa FIFA 2018, con credenciales que lo han acreditado como invitado a diez justas mundialistas –sorprendentemente las mismas que Holanda, Suiza y Estados Unidos-, las primeras de ellas bajo la bandera roja con la hoz y el martillo, y, en Corea-Japón y Brasil, llevando la blanca, azul y rojo de la Rusia poscomunista.
Se espera que, con la localía a favor, una fanaticada devota y apasionada sea feliz si su equipo avanza a los octavos de final, porque desea ver los triunfos de la Sbornaya de hace medio siglo, tratando de olvidar que solamente un país anfritrión, Sudáfrica, no ha superado los cuartos de final como ocurrió en 2010.
Sin embargo, con eso a favor, y casi 150 millones de rusos que le exigirán toda la entrega posible, la selección que tuvo su estreno oficial en la Copa Jules Rimet de 1958, perdiendo con Suecia (2-1), que jugó su primer encuentro internacional con la bandera zarista tricolor, luego de la extinción de la Unión Soviética, el 16 de agosto de 1992, ganando a México (2-0), no es favorita para llegar lejos.
Esa es la conclusión de los apostadores, si se revisan sus números en los seis amistosos más recientes, en los cuales aceptó trece goles y anotó nueve, con sus compatriotas atentos a lo que hagan Fedor Smólov, un gigantón de 27 años, número 11, hombre-gol de la Liga rusa; pero sin experiencia mundialista, y el creativo Alexis Golovin, de 22 años, con 17 partidos internacionales y estrella insustituible del CSKA de Moscú.
Serguei Fursenko, presidente de la Unión de Futbol de Rusia, tiene toda la confianza del gobierno de Putin, igual que la Iglesia ortodoxa rusa –que ya encomendó a los futbolistas a la virgen de Kazán, patrona de Rusia, y a San Jorge, que figura en el escudo nacional del águila bicéfala abatiendo a un dragón- y del pueblo que animará la fiesta, para que los suyos cumplan la sagrada misión de ser campeones mundiales.
“No se debe tratar de alcanzar el cielo sin alas”, escribió León Tolstoi en su novela “Ana Karenina” –en otras palabras, soñar no cuesta nada-, es el recado que le envían sus críticos a Putin, a Fursenko y a Stanislav Cherchesov –actual entrenador de la Sbornaya y su portero titular en 1994, cuando ésta fue eliminada en cuartos de final del Grupo B en Estados Unidos-, en momentos en que la patria rusa más necesita de sus triunfos.
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