* Afirman desear el poder, pero lo hacen sin convicción. Carecen de brújula ética, de sensibilidad humana y moral. Olvidaron que es imposible reconstruir dos términos fundamentales transformados por el TLC y la globalización: patria y soberanía
Gregorio Ortega Molina
La imagen que trascenderá de los tres candidatos y la señora de Felipe Calderón será de completo cinismo, de nacionalistas de mediados del siglo XX, de absoluto descuido. Afirman desear el poder, pero lo hacen sin convicción. Carecen de brújula ética, de sensibilidad humana y moral. Olvidaron que es imposible reconstruir dos términos fundamentales transformados por el TLC y la globalización: patria y soberanía.
La anterior reflexión se desprende de las acciones y reacciones a la decisión del INE para con los precandidatos independientes, y a la balandronada de EPN ante la decisión de Donald Trump de “decorar” con 4 mil efectivos de la Guardia Nacional estadounidense su frontera con México.
Ya semanas antes “Don Bronco” dijo que lo de las firmas ilegales era una broma, una diversión; pero lo que más alarma suscita es la actitud de los tres que ya estaban en la boleta electoral: solicitaron incluirlos, como si nada hubiese ocurrido. Es corrupción superior a la pecuniaria, de más graves consecuencias en los dos sentidos: para los que ansiosos andan tras la banda presidencial, porque saben que a mayor número de opciones más posibilidades de vencer al contrario, y para el elector, que ve impávido cómo los complacientes actores políticos anudan sus complicidades.
El único sensato que se retiró sin chistar fue Armando Ríos Piter. Le honra no haber enlodado más el proceso político.
A lo anterior habrá que sumar la insolencia de la mayoría de los empresarios, banqueros y barones del dinero. Su actitud me permite comprender que son los mexicanos de a pie, los asalariados y las víctimas del bullying laboral propiciado por el outsourcing los que se expresarán en las urnas, pero, como siempre, los dueños de la <<voluntad popular>> y los “ganones” electorales resultarán ser esos dos o tres millones de mexicanos que, con sus familias, son los administradores de la nación, porque los dueños viven del otro lado.
A la esposa de Felipe Calderón le ocurrirá lo mismo que a José Antonio Meade: ellos son actores en la enésima versión de Cuando los hijos se van, donde Juan Bustillo Oro muestra ya esa complicidad que ha de darse para protegerse entre ellos, entre los que son idénticos, entre los que piensan en inglés aunque vivan en México.
No les interesa reconocer, a los candidatos y sus patrocinadores, a las autoridades electorales, a los integrantes del Congreso y del Poder Judicial Federal, así como a los propietarios de la <<voluntad popular>>, que al tigre lo soltaron cuando decidieron iniciar una guerra civil acotada y <<controlada>>, encubierta de una guerra a los narcotraficantes, decidida para servir a los intereses de EEUU.
También en la violencia, en las fosas clandestinas, en las ejecuciones múltiples como las de San Fernando, Tamaulipas, o Allende, Coahuila-impulsada por la DEA como un feo acto de intromisión peor que el de la semana pasada-, se dirimen las pugnas por el poder y el modelo de país que a sangre y fuego imponen, para satisfacción de los estrategas de seguridad regional y nacional de Estados Unidos.
Tal y como suscribieran los filósofos del Hiperión: los mexicanos saben que existen, pero desconocen qué son: “Pero más exacto sería decir no que el cínico pasa del proyecto de ser salvado por los otros (los electores), a salvar a los otros, sino al proyecto de liberar a los demás, no al de salvarlos”, afirma Emilio Uranga en Análisis del ser del mexicano.
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