* El presidencialismo perdió su razón de ser y se develó como un sistema autoritario e intransigente. La Constitución del 17 no plasmó los ideales y el espíritu de la Revolución, sino que representó, más bien, su solución populista y contrarrevolucionaria. El debate del domingo muestra lo acartonado del modelo político
Gregorio Ortega Molina
Azora que, al menos desde que Carlos Salinas de Gortari gobernó, los responsables del Poder Ejecutivo sepan, a ciencia y paciencia, del deterioro y la inoperatividad de la Presidencia de la República para encausar el nuevo modelo de desarrollo económico comprometido para obtener el TLC y necesario para globalizar a México, y se nieguen a hacer la reforma del Estado.
Consideran que si no son presidentes de la República no existen. Y al menos con el poder que concentraron durante los cuatro lustros que corren entre 1950 y 1970. Se imponen las interrogantes: ¿tienen pavor de reformar al Estado, o no saben cómo, o, de plano, no pueden por las exigencias de la corrupción, apuntalada en las complicidades y la impunidad?
Los presidentes de México que durante su mandato iniciaron el corrimiento de los factores de poder, para cederlo o compartirlo, literalmente se dispararon a los pies e iniciaron la mutilación de lo que fue la Presidencia de la República. Se le ha perdido el respeto a la institución, porque ésta perdió la honorabilidad.
Para sostenerse como los enanos del tapanco, los titulares del Ejecutivo debieron recurrir a la magia de la publicidad y fomentar la desinformación. Estoy lejos de exagerar en mi apreciación, como también distante de aceptar que los gobiernos de coalición son la solución del problema. En un momento lo fueron, pero se aceleró tanto el encono social y la desconfianza en las instituciones, que resulta imposible restablecer lo que ya no es, mucho menos restaurar lo que dejó de existir.
José Manuel Cuéllar Moreno nos obsequia un párrafo esclarecedor en La Revolución inconclusa, que es necesario transcribir a pesar de su extensión:
“El presidencialismo en México fue propiciado en buena medida por los constituyentes, inspirados tal vez por la idea (ya sugerida por Emilio Rabasa) de que un gobierno fuerte era en nuestro país condición necesaria para la paz y el desarrollo. El sistema presidencialista -emergido de la constitución y perfeccionado por el partido oficial- combatió con éxito el caudillismo: se pasó de un poder legitimado por la fuerza personal, el carisma y la pistola de un hombre al poder impersonal de la investidura y a la rotación burocrática de los presidentes. Sin embargo, para 1960 el peligro del caudillismo había quedado atrás -casi no se destinaban recursos al Ejército y la familia revolucionaria se había acomodado a la maquinaria relojera del PRI-, por lo que el sistema presidencialista perdía su razón de ser y se develaba como un sistema autoritario e intransigente. La Constitución del 17 no plasmó los ideales y el espíritu de la Revolución, sino que representó, más bien, su solución populista y contrarrevolucionaria”.
Pero insistirán en ser lo que ya no pueden ser, y al país que se lo lleve la tía de las muchachas.
El debate
Sólo dos frases a retener. AMLO dice no buscar el cargo porque es el líder de un movimiento social que transformará a México. Guiará, dice él, la cuarta transformación del país: Independencia, Reforma, Revolución y la que Morena encabeza. Lectores, denle vueltas a este propuesta.
Ricardo Anaya se queda corto, propone un gobierno de coalición que, a mi juicio, es más de lo mismo, pero además algo le ocurrió en el camino: el día en que acudió al INE a registrarse ofreció cambiar el régimen. Después la PGR lo tundió, y sobre ese tema guarda silencio.
Ninguno tocó lo fundamental: la reforma del Estado.
www.gregorioortega.blog