* Es posible que los prebostes del partido en el gobierno decidan, a última hora y como camino de salvación, compartir el poder en una alianza electoral que trascienda la de los partidos minoritarios, y decidan subirse al carro del Frente Amplio
Gregorio Ortega Molina
Resulta estúpido permanecer en la noria del constante halago al poder. Nos ayudamos, contribuimos a que se aclare la mente de quienes toman decisiones, si exponemos con claridad lo que vemos detrás de la decisión de abrir la candidatura presidencial priista.
Se ha convertido en obsesión gubernamental impedir que AMLO se tercie la banda del águila al pecho. Con esa manera de proceder sólo confirman el análisis de Denise Dresser: la de Morena es, ya, una presidencia inevitable (¿?). De esa percepción surge la peregrina idea del Frente Amplio, con exclusivo propósito electoral, sin contenido ideológico ni programático.
Como considero difícil encontrar un mexicano de tan enorme fama pública, cuya presencia en la política haga desaparecer el desprestigio de la partidocracia, notoriamente el del PRI -inducido o desvirtuado, pero presente en el imaginario colectivo que se manifestará en las urnas-, es posible que los prebostes del partido en el gobierno decidan, a última hora y como camino de salvación, compartir el poder en una alianza electoral que trascienda la de los partidos minoritarios, y decidan subirse al carro del Frente Amplio, tras intensa y calculada negociación con los nuevos compañeros de ruta.
Por la consideración anterior, aspiran a que el “destape” pueda realizarse hasta noviembre del presente año; quieren contar con el tiempo suficiente para evaluar la posibilidad de ir solos, escudados en la fama pública de un solo hombre, cuya imagen podría ser venerada después de miles de millones de pesos “invertidos” en propaganda política, o correr a la aventura en grupo, compartir la responsabilidad en un Frente Amplio cuyo signo de identidad es el desprestigio de una partidocracia que abandonó toda ideología, e hizo de lado la necesaria reconstrucción de un proyecto de patria, de nación, echado al caño en cuento decidieron cancelar el que surgió el 5 de febrero de 1917.
¿Se sumará la militancia priista a un proyecto que le es ajeno? ¿Sobrevivirá el presidencialismo a una “coalición electoral”, creada con el único propósito de enterrar políticamente al lopezobradorismo? ¿Estarán los mexicanos dispuestos a sumarse al proyecto de integración regional y de geo seguridad de EEUU? En este contexto, ¿dónde ubicar la enorme riqueza, en efectivo, producida por la variopinta actividad de los barones de la delincuencia organizada?
¿Resistirá, lo que queda del PRI, una coalición electoral de esa envergadura y con esos propósitos? Lo dudo.
Será una lástima que el ideario original del Partido Nacional Revolucionario desaparezca, porque en sus tres identidades definitivamente contribuyó, de manera esencial, a construir el país de instituciones que hoy se empeñan en desmontar, como si fuesen piezas de “lego”, porque para sumarse al proyecto integrador de América del Norte, la primera exigencia a satisfacer es la “desposesión” de toda idea de patria, de todo símbolo de identidad nacional, de cualquier mito fundacional. ¿Cuál es, entonces, el regreso al pasado?
A más tardar en noviembre seremos testigos de si mi percepción del futuro inmediato del PRI y los priistas es acertada, o equívoca. El porvenir de México está en juego. No el electoral, sí el real.
Claro que siempre pueden recurrir a la fuerza, la imposición, con lo que profundizarán la ingobernabilidad.
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