* ¿Es Guerrero el espejo, el ejemplo, la muestra perfecta de lo que sucede en México, y cuyos efectos habremos de pagar por generaciones? Es posible, porque tiene un ingrediente adicional: la complicidad entre la clase política de ese estado y las diversas variantes de la delincuencia organizada. Se ve, se siente, pero además es groseramente ostentosa
Gregorio Ortega Molina
Los responsables de cumplir el mandato constitucional con los guerrerenses, sobre todo con los habitantes de Acapulco, atildados para acudir a la ascensión al poder de la primera presidenta de la República, pero nadie dispuesto a mancharse los zapatos con lodo y desperdicios humanos, deyecciones.
Andrés Manuel López Obrador, en la euforia de una falsa despedida, actuando como una mala copia de Juan Pablo II, en ese me voy, pero me quedo, decidió mostrarse, por una vez, como lo que es: un hábil escapista de las responsabilidades, un medroso político con intenciones de figurar, pero sin comprometerse con las tareas que se le exigen a un estadista. Es un operador político, sólo eso.
Evelyn Salgado y su papi, el toro sin cerca y verdadero gobernador de Guerrero, dieron un paso de lado, para dejar su responsabilidad a los militares y el plan DNIII, pero no los oficiales, sólo los que saben cómo hacerlo a pesar de la desaparición del FONDEN, y el escamoteo o robo de los dineros acumulados en ese Fondo.
Si como respuestas a los estragos de Otis nuestras autoridades hubieses trabajado como se requería, para evitar una tragedia similar o peor, John no hubiese causado tanto estrago, porque el agua hubiera encontrado cauce, los muros no hubieran caído y los contagios no se reproducirían a la velocidad que lo hacen: geométrica, y no aritmética.
Para dejar constancia de la histórica transformación moral, del purificador humanismo mexicano, el entonces presidente de la República decidió retribuir a Félix Salgado Macedonio los favores y el silencio, sin detenerse a considerar el alto costo que, para la actual y generaciones por venir, habrán de pagar los guerrerenses, sobre todo en lo referente a la actividad de la delincuencia: narco y extorsión, muerte y cancelación de libertades.
¿Es Guerrero el espejo, el ejemplo, la muestra perfecta de lo que sucede en México, y cuyos efectos habremos de pagar por generaciones? Es posible, porque tiene un ingrediente adicional: la complicidad entre la clase política de ese estado y las diversas variantes de la delincuencia organizada. Se ve, se siente, pero además es groseramente ostentosa.
Claudia Sheinbaum Pardo, presidenta de la República, no acudió a Acapulco a solidarizarse con sus electores, con quienes le entregaron su confianza en el sufragio, y días antes de su ascenso al poder, les ofreció una distante ayuda. Mandar, sí, mancillar la investidura con la protesta del México bueno y sabio, no. Fue hasta que le aseguraron que no se mancharía los zapatos.
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