* El señor Scherer Ibarra logró su cometido en la vida. Ser un hombre de dinero y, en algún momento, también desempeñar un cargo político. Hoy debe sentirse satisfecho, es un mexicano acaudalado como Creso, y se mueve en el ámbito del poder presidencial, que en México es todo
Gregorio Ortega Molina
¡Ah qué periodistas, siempre inconformes! Cuando el Consejero Jurídico del presidente de México pide tapar la boca de los reporteros, no lo hace por censura. Se refiere a un cubrebocas para prevenirlos del fétido y corrupto aroma de las fauces de los políticos. Hieden a descomposición social, es su tarea.
Quiero aclarar que me refiero a Julito, porque lo conozco desde 1976, cuando su tía Paz, en afán de “apapachar” a don Julio, tomó la decisión de organizarle comidas familiares los fines de semana y, como fuimos vecinos, decidió incluirme en esa intimidad y en la cercanía del recién defenestrado director de Excélsior.
Al inicio de esos ágapes acudían casi todos los hijos de don Julio. Luego nos quedamos unos cuantos, hasta que los habituales fuimos el matrimonio Scherer Ibarra, el doctor Samuel Máynez, su esposa e hijo, las hijas de la anfitriona, Paty, Paz y Verónica, el matrimonio Ortega Gilly y los menores María Scherer y Federico Ortega.
Fueron domingo intensos en los que me dediqué a abrevar de la inteligencia y humanismo de quien estaba por fundar Cisa, primero, Proceso, ya en las postrimerías del echeverriato.
De manera natural en ocasiones se habló de los hijos. Sólo a dos se referían en diminutivo, por llevar los nombres de los padres: Susanita y Julito.
Poco ha sido mi contacto con el señor Scherer Ibarra. En algún momento alguna de sus primas -mis vecinas- me llamó para que lo recibiera e hiciera un favor, lo que cumplí a petición de ella.
Después nos cruzamos en la vida. Cuando se inició mi largo periodo de vacas flacas, que ya lleva veinte años, di a una corredora de arte algunas de las mixografías de Rufino Tamayo para venderlas. Julito fue uno de los potenciales clientes.
Luego fuimos casi vecinos. Durante alguna época vivió en la calle san Carlos, en Tlacopac, y nos encontrábamos mientras él salía a correr y yo a caminar, el saludo siempre fue breve, cordial.
Seguí sus peripecias en la órbita de Enrique Molina Sobrino y, más recientemente, en un litigio por la herencia de una propiedad pequeña, en la que la albacea es amiga de la casa.
Puede pensarse que el señor Scherer Ibarra logró su cometido en la vida. Ser un hombre de dinero y, en algún momento, también desempeñar un cargo político. Hoy debe sentirse satisfecho, es un mexicano acaudalado como Creso, y se mueve en el ámbito del poder presidencial, que en México es todo.
Es momento de preguntarnos qué pensará allá, donde quiera que descanse, don Julio Scherer García de la biografía profesional de su hijo. Cómo se referirán Susana y él en sus conversaciones, y con el gusto que da siempre a los padres el saber de sus hijos, ambos se dirán ¡ah, qué Julito!
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@OrtegaGregorio