* ¡Vamos!, ni Vicente Fox logró el apoyo popular alcanzado por el triunfador de la elección de 2018, aunque no se hayan analizado bien los orígenes anímicos, políticos, personales, de esos 30 millones de votos, entre ellos el hastío
Gregorio Ortega Molina
Partamos de un hecho incontrovertible. Lo que pudrió el proyecto de nación plasmado en la Constitución de 1917 fue el presidencialismo imperial, tanto por el incumplimiento del mandato constitucional como por el abuso de las facultades meta-constitucionales creadas para ejercer el poder casi sin contrapesos y con muy pocas restricciones desde el Legislativo y el Judicial. Todo les aplaudimos.
Es importante dejar constancia de que ese poder presidencial -que no se compartía- tuvo una fuente de energía económica: los activos del Estado. En la medida que crecieron y contribuyeron a enriquecer a la República con instituciones para el bienestar, se fortalecieron esas facultades que hicieron de los presidentes mexicanos seres cercanos a la omnipotencia. No todo fue miel sobre hojuelas, con la riqueza de la nación también creció la codicia y la impudicia de sus administradores.
El desmantelamiento de ese poder casi omnímodo, inició con el resultado de las elecciones presidenciales de 1988. Carlos Salinas de Gortari comprendió que, si deseaba gobernar, debía ceder, y así lo hizo. En esa mesa de Palacio Nacional -moderada por Fernando Gutiérrez Barrios- en la que estuvieron Manuel J. Clouthier, Luis H. Álvarez, Diego Fernández de Cevallos y otros conspicuos panistas, se construyó la llegada de Acción Nacional a la Presidencia de la República. Tuvieron su oportunidad de demostrar que podían ser diferentes. Resultaron cortados por la misma tijera.
El regreso del PRI en 2012 fue el sello de la catástrofe para la institución presidencial. Enrique Peña Nieto tanteó la posibilidad de la restauración y se negó a hacer lo que debió iniciar para el bien de los mexicanos: la reforma del Estado… o continuar lo empezado con la ciudadanización del (IFE) INE y corregir las desviaciones, para llegar a un presidencialismo parlamentario que pusiera a todos los actores de acuerdo sobre un renovado proyecto de nación.
No comprendieron entonces, como tampoco ahora, que corregir las desviaciones que condujeron a la posibilidad de satisfacer, de manera impune, la codicia de algunos o muchos administradores públicos, requería y requiere de un cambio de modelo político. La corrupción no se acaba por decreto ni porque así lo desee la cabeza del gobierno.
Es el contexto anterior el que favorece la llegado de don AMLO al poder, sólo a su tercer intento. Duro le fue aprender del ¡cállate chachalaca!, del plantón en Reforma y Avenida Juárez, de la investidura del presidente legítimo. Atemperó su verborrea y sus audacias, exhibió con la verdad sus intenciones administrativas al hacerse con la Presidencia de la República, pero fue incapaz de comprender las consecuencias de los resultados de la cancelación del proyecto de la Revolución. Al guardarlo en el mausoleo de las causas históricas perdidas, también pusieron en el mismo lugar a la institución que se convirtió en presidencia imperial.
¡Vamos!, ni Vicente Fox logró el apoyo popular alcanzado por el triunfador de la elección de 2018, aunque no se hayan analizado bien los orígenes anímicos, políticos, personales, de esos 30 millones de votos, entre ellos el hastío. Hoy la 4T tiene a sus pecadores de corrupción, están señalados Manuel Bartlett e Irma Eréndira Sandoval y su cónyuge, bajo el manto protector de una empatía inexplicable.
Mañana, algo sobre la importancia de ser florero.
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