* Carcomido por su nostalgia de cepa priista, cree que el camino es la radical imposición de un gobierno híbrido, enarbolando un simulado lenguaje de izquierda, para acometer políticas públicas de extrema derecha, que encubiertas en los programas sociales sólo enriquecen a sus incondicionales, como Alfonso Romo y Carlos Slim
Gregorio Ortega Molina
El Jefe Máximo del siglo XXI se negó a aprender de lo ocurrido a sus antecesores, pero principalmente del fracaso estrepitoso de Vicente Fox Quesada y de la estela dejada por la desestructuración de las instituciones de la República y la venta de los activos del Estado. La presidencia imperial correspondía a un incuestionable poder económico. Hoy es imposible recuperarlo.
Su camino para trascender y trascenderse, para construirse su nicho en la historia y dar una oportunidad de bienestar para todos, sí, t o d o s los mexicanos, fue emprender la reforma del Estado, porque el modelo político que sobrevive es el espejo del modelo de corrupción que lo apuntala con los polines de las coimas y la impunidad.
De haber consultado con un arquitecto, hubiera comprendido que ser florero permite determinar el espacio en que su mueve el poder, porque todos desean observarlo y obtener algo de las flores que cobija, del aroma que éstas desprenden: las facultades constitucionales y legales para mandar. Los poderes fácticos dependen, en muchos aspectos, de la buena o mala voluntad del poder legal y las fuerzas sociales (en caso de que queden algunas; lo que sobrevive son los activistas y fanáticos de MORENA) que éste pueda movilizar según su criterio y necesidades.
La reforma del Estado nos hubiera permitido, a los mexicanos todos, reconstruir el proyecto de nación, cerrar los abrevaderos de la corrupción incluso al revisar los contratos internacionales para ajustar legalmente lo que hubiera de ajustarse, y hacer a un lado la impunidad y la inmunidad.
Carcomido por su nostalgia de cepa priista, cree que el camino es la radical imposición de un gobierno híbrido, enarbolando un simulado lenguaje de izquierda, para acometer políticas públicas de extrema derecha, que encubiertas en los programas sociales, sólo enriquecen a sus incondicionales, como Alfonso Romo y Carlos Slim.
Este gobierno me recuerda el título del libro de Bertrand de Lagrange y Maite Rico: subcomandante Marcos la genial impostura. Lo que de nuevo nos deriva a los ensayos de Albert Camus y El mito de Sísifo, donde encontramos: “Es una reivindicación del hombre contra su destino: la reivindicación del pobre no es sino un pretexto. Pero no puedo aprehender la esencia de este acto histórico y es por eso que me sumo. No crean, sin embargo, que me complazco: frente a la contradicción esencial, me sostengo en mi humana contradicción. Instalo mi lucidez en medio de lo que la niega. Exalto al hombre ante lo que lo aplasta y mi libertad, mi rebelión y mi pasión se reúnen en esta tensión, en esta clarividencia y esta repetición de desmesuras”.
Ahí está pues el señalamiento de Camus y el pretexto de servirse de los pobres para intentar construir un proyecto político personal y absurdo, que conduce a las decisiones políticas no solamente equivocadas, sino principalmente desmesuradas.
AMLO es el reverso de la medalla de la actitud de José López Portillo, que en el desperdicio de la riqueza petrolera se envolvió en su propia frivolidad y rayó los cuadernos de sus subordinados y amigos, pero no toleró que le rayaran los suyos. Eugenio Méndez Docurro murió antes de contarlo.
Hoy el tlatoani se ensarapa en su nostalgia y sueño de grandeza, además de cubrir -con la bandera mexicana y la escudilla que reparte los programas sociales- sus errores enormes, para dar al traste con la riqueza nacional.
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