* Esas muertes son las que igualan los resultados de las políticas públicas seguidas desde el 1° de diciembre de 2006… con un tamiz, hoy se muere más que antes, con peor sevicia, crueldad
Gregorio Ortega Molina
Tanto empeño en parecer diferente para que, al final del día, terminemos con la percepción de que los tres son tan similares que dan la imagen de ser hermanos del mismo destino histórico y político.
El problema es que los resultados negativos igualan más que lo bueno. Lo malo, lo dañino siempre será recordado; lo que ayuda, lo que benefició, desaparece sin dejar huella. ¿Cómo revertir esta actitud característica de los seres humanos? Allí está la anécdota: “Señor presidente, fulano lo critica, lo rechaza, lo odia. ¿Por qué, no le he hecho ningún favor?”
Para colmos, AMLO se ha especializado en emponzoñar el ambiente social y político, al fomentar la confrontación. Como ya vio que le resulta imposible resolver el presente, pues a culpar el pasado, porque siempre debe existir un enemigo sobre el cual descargar las consecuencias de las ineficacias propias.
Incluso en la literatura de ficción se sirven del modelo, con tal de que los personajes evadan la responsabilidad, así es que se la transfieren al lector y éste, a su vez, a los sujetos de su inquina. La transferencia de los rencores sociales se da de manera automática a través de la palabra. La muestra palpable de que así ocurre está en el salón de la Tesorería, durante las mañaneras.
Nadie mejor para describirlo que Margaret Atwood, en El cuento de la criada: “Quizá nada de esto sea verificable. Quizá no se trate en realidad de quién puede poseer a quién, de quién puede hacer qué a quién, incluso matarlo, sin ser castigado. Quizá no se trate de quién puede sentarse y quién tiene que arrodillarse o estar de pie o acostarse con las piernas abiertas. Quizá se trate de quién puede hacer qué a quién y ser perdonado por ello. No me digáis que significa lo mismo”.
¡Claro que no es lo mismo! Lo único que iguala es la muerte, porque es ineludible y porque todos los cadáveres siguen el mismo proceso de descomposición o, casi de inmediato son convertidos en polvo durante su incineración. Y esos cadáveres de las fosas clandestinas, de los secuestrados o las víctimas de trata, de los asesinados como resultado de la guerra a los narcotraficantes, o como consecuencia de los abusos de las fuerzas del orden; esos cuerpos mancillados, mutilados, de niñas y mujeres, que son obsequiados a la sociedad por esos feminicidas que nada saben del neoliberalismo, pero sí de pulsiones incontrolables e incontroladas, porque nadie hace su trabajo en el sector salud ni en la prevención de la delincuencia, y porque estamos inmersos en un incontenible proceso de descomposición social.
Esas muertes son las que igualan los resultados de las políticas públicas seguidas desde el 1° de diciembre de 2006… con un tamiz, hoy se muere más que antes, con peor sevicia, crueldad; hoy matan lo mismo por desahogo que por necesidad o convicción, y los asesinos y asesinas lo mismo son niñas y niños o adultos. Hoy, como eligiera el título de su enorme libro Edmundo Valadés, La muerte tiene permiso.
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