* Discernir qué tanto o qué tan poco los subordinados o los pares soportan el agravio y el escarnio, requiere de una habilidad que exige discreción y oficio, sobre todo ahora con los derechos humanos como arma de defensa y la posibilidad de denunciar por acoso. Es aquí donde entren en juego carácter y comportamiento
Gregorio Ortega Molina
Tengo la certeza de que ningún mexicano desconoce lo que es un agravio. Los hay de diferentes calibres y se sufren o infligen a lo largo de la vida. Agraviar está en el carácter humano, en su comportamiento, porque ¿cuántas veces se agravia sin buscar la ofensa, el escarnio, el olvido, el abandono, el desprecio…?
En el desarrollo de los aprendizajes, la actividad profesional y social, el agravio está presente. Supongo que, sobre todo, cuando hay estímulos y premios de por medio, cuando se busca, a todo costo, siempre ocupar el primer lugar, o cuando se da un paso atrás porque ofrecen una mayor recompensa por el sacrificio supuestamente momentáneo, pues supone, el preterido, que le cumplirán. Cuando perciben, los que han de ceder, que les jugaron el dedo en la boca, lo que se rumia en silencio, sin contarlo a la prensa y sin alardes de disciplina, es la manera de responder a “tamaña chingadera”.
Sólo uno de los 4 elegidos por el dedo de AMLO llegará a la meta, a los otros tres se les ofrece premio de consolación. Augusto Gómez Villanueva aguantó poco más de un año como “pastor” de la diputación priista y líder de la Cámara de Diputados. Porfirio Muñoz Ledo fue defenestrado en cuanto presentó su Plan Nacional de Educación. Esta es la realidad en la que se diluyen los premios de consolación. Los futuros agraviados lo saben, y también asumen que su respuesta no puede, no debe ser la obsecuencia y el silencio, sino la disrupción para buscarse, por ellos mismos, otra oportunidad para que el rey del modito en proferir agravios, se dé cuenta de que, por esta última ocasión, “la jeteó”.
En parodia a la obra de Alejandro Jodorowsky, en la actividad de la administración pública y la representación popular, en el oficio de mandar, el juego en el que todos juegan se llama agravio. Éste se conserva, se guarda, y se responde a él en el momento en el que la vida te pone en frente la oportunidad de ya no sangrar por la herida.
Discernir qué tanto o qué tan poco los subordinados o los pares soportan el agravio y el escarnio, requiere de una habilidad que exige discreción y oficio, sobre todo ahora con los derechos humanos como arma de defensa y la posibilidad de denunciar por acoso. Es aquí donde entren en juego carácter y comportamiento.
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La gran equivocación del presidente de la República en cuanto al esquema de su sucesión, se inicia con el diseño político de las corcholatas, y se fortalece con su estúpida negativa de concederle el derecho de réplica a Xóchitl Gálvez.
Ninguno está en posibilidades de saber, con antelación, si efectivamente será candidata y a dónde pueda llegar. Lo que es verificable es que los “morenos” le tienen pavor y, peor, ese monstruo político es el Frankenstein creado por el mismo Andrés Manuel López Obrador. Puede comérselo vivo entre preguntas sin respuesta.
¿Miedo? Sólo hay que leer y ver los ataques de los moneros de la 4T y las plumas de Jesús Ramírez. “El chayote” habrá de exprimirse al máximo, y ellos, sí saben cómo hacerlo.
Mientras más la descalifique -porque ella no es pueblo- AMLO, mayor serán su presencia y la posibilidad de hacerse con la candidatura y, a la postre, ganar el premio mayor.
Una digresión que viene a cuento, por aquello del destapador oficial de la 4T y los integrantes de la coalición opositora. Con motivo del XXV aniversario del dos de octubre, busqué a LEA y me concedió una entrevista. Al estar frente a frente, me cambió el tema: “Mejor le cuento por qué elegí a José López Portillo; necesitaba un buen candidato, y lo fue. Que después ya no fue buen presidente, no es mi responsabilidad”. Obvio, deseaba cobrarse el agravio de la embajada en Fiyi.
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